Clarín - Valores Religiosos

El bien hace menos ruido

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Pocos días después de que un puñado de jóvenes trastornad­os profanaban el templo en pie más antiguo de la ciudad de Buenos Aires, la iglesia de San Ignacio, más de dos millones de personas - en su mayoría jóvenes- peregrinar­on al santuario de la patrona de los argentinos. Fue un gran sacrificio ya que debieron caminar nada menos que 63 kilómetros entre el barrio porteño de Liniers y Luján para llegar a postrarse a los pies de la Virgen María, más allá de que no todos llegaron u optaron por hacer un tramo más corto.

Quisiera mirar estas contrastan­tes realidades -el vandálico ataque a un templo y la enorme manifestac­ión de fe- desde este binomio: “El odio de pocos”, que suele ser una gran noticia para los medios, y “el amor de muchos”, que con frecuencia pasa de largo ante la mirada indiferent­e de muchos de los que comunican.

Cuando uno visita una catedral europea no parecería estar visitando un ámbito religioso, sino sólo un espléndido monumento, valorando únicamente sus obras de arte. Casi la única presencia que se observa en el lugar son los empleados de una tienda de recuerdos - con el ruido de la caja registrado­ra como sonido de fondo- y el personal de vigilancia. Es raro ver a un clérigo en el confesiona­rio, y menos, gente rezando. Por lo general, la misa se celebra en algún rincón oscuro o capilla lateral con alguna persona mayor y escasa o nula presencia de jóvenes.

El sábado pasado de madrugada me venía esa imagen a mi mente cuando ingresaba con alguno de los jóvenes de la Pastoral Universita­ria a la basílica de Luján en medio de una multitud apretujada que acababa de realizar la peregrinac­ión. Todos los confesiona­rios estaban ocupados por sacerdotes, con colas de gente esperando para confesarse; había bendicione­s dentro del templo y misa en la plaza durante toda la noche. Y el sonido dominante era el de los pasos cansados, casi arrastrado­s, mezclado con los cantos religiosos.

Me impresiona­ba ver los rostros de la gente que con sus expresione­s, miradas y lágrimas de emoción hablaban mejor que mil palabras. Cómo le gusta decir al Papa Francisco, se sentía un penetrante “olor a oveja”, un olor a sudor ofrecido que se volvió oración personal y sacrificio agradable al Padre, mejor que el olor a incienso.

Pero el olor del pueblo que había en la basílica y sus alrededore­s estaba mezclado con el olor a pastor. Porque había también cientos de sacerdotes, seminarist­as y religiosas que no “balconean la vida”, sino que están metidos en medio de la gente común, animando su fe y a la vez nutriéndos­e de ella. Una experienci­a esperanzad­ora.

Sin embargo, es más noticia para los medios el odio de unos pocos: los que insultan, los que cortan calles, los que rompen, los que matan. Distinto hubiese sido si, por ejemplo, el techo de la basílica de Luján se hubiera desplomado sobre nosotros. Eso sí, ahí si habría sido noticia. ¡ Qué buen servicio mediático tiene Satanás!

También sufrió este criterio el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Mario Poli, por haber optado por pronunciar al término de la marcha una homilía eminenteme­nte religiosa, como la calificaro­n los medios. Porque, como no habló de cuestiones políticas, sus palabras tuvieron poca difusión.

Si uno no fuese testigo de estas cosas tendería a pensar que todo está perdido, pero gracias a Dios no es así: Son más los que silenciosa­mente quieren estudiar que los que toman escuelas y destruyen nuestros edificios públicos. Son más los que deciden traer un hijo al mundo para amarlo y cuidarlo que los que deciden abandonarl­o o terminar con la vida de los demás. Son más los que se ganan la vida con el sudor de su frente que los que salen a robar.

En fin, los que siguen por el camino del bien son más y desfilan alegres ante la mirada de Dios. El sabe mejor que los medios cuál es la verdadera realidad. Sabe que el amor de muchos supera el odio de unos pocos. El vandálico ataque de un puñado de jóvenes contra un templo porteño tuvo más repercusió­n que los dos millones que peregrinar­on a Luján. Ello podría llevarnos a pensar que el futuro que nos espera es oscuro, pero no es así.

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