Clarín - Valores Religiosos

La desnatural­ización de la Navidad

La fiesta por el nacimiento de Jesús, ocurrido en un contexto más que austero, pasó a ser una celebració­n consumista. Pero las cosas no suplen la falta de afecto.

- Pbro. Guillermo Marcó Sacerdote arquidióce­sis de Bs. As.

En las navidades de mi infancia, más allá de que la gente fuese más o menos religiosa, había un clima de preparació­n festivo, de alegría y de deseos de paz y fraternida­d expresados en tarjetas, llamados y visitas. Hoy, en cambio, pareciera que diciembre se volvió un mes donde los malos tratos, las actitudes violentas, el miedo y el saqueo expresan lo peor de nosotros y no, precisamen­te, nuestros buenos deseos. En medio de una sensación de indefensió­n, producto de un Estado muchas veces ausente, emerge la justicia por mano propia y, en fin, una situación anárquica en la que se impone el todos contra todos. Las protestas por razones va- lederas no tienen en cuenta a los demás. Por caso, la reciente muerte por electrocuc­ión de un trabajador del subte porteño -a cuyos familiares les hago llegar mis sentidas condolenci­as- derivó en paro que perjudicó a un millón de personas que iban a trabajar.

Pareciera que la única manera de prepararse para la Navidad es ejerciendo la paciencia. Sin embargo, la realidad que rodeó al nacimiento de Jesús tampoco fue fácil. María y José sólo querían vivir ese momento en la paz de su casa en Nazareth. Pero la decisión de hacer un censo de un gobernante lejano - César Augusto- los empujó al riesgo de los caminos inseguros, lejos de su hogar, para ir a la ciudad de José: Belén. No había manera de anunciar su llegada y pedir que les prepararan un lugar. Solo viajaban con pocas cosas y con su esperan- za puesta en Dios.

Al llegar, las puertas se cerraron. Aunque el Evangelio no lo diga, lo normal es que hayan acudido primero a la casa de los parientes, pero allí no había lugar … José terminó pidiéndolo en la posada, un sitio para viajeros. La hora se acercaba y Dios guardaba silencio. Qué difícil le habrá sido a San José entender la Providenci­a Divina: “¿Justo en esta noche tenemos que estar fuera de casa? ¡Si es tu hijo el que va a nacer, danos un lugar digno para que sea posible!”. Hasta que aparece un lugar: “¿Un pesebre de animales? ¿Será esto lo que quiere Dios?”

¿En qué momento deformamos tanto esta fiesta? ¿Cuál fue la parte que no entendimos? Dios viene al mundo temblando de frío, casi a la intemperie, sin nada. ¿Cómo transforma­mos este acontecimi­ento en la fiesta del consumo desenfrena- do? En Navidad tengo que tener de todo: comida y regalos materiales, y si no lo tengo lo pido con violencia, y si no me lo dan lo robo. Esto es más incoherent­e que la señorita pechugona del calendario vestida de Papá Noel. Este consumismo se nos coló en el alma.

El mensaje de la Navidad es que se puede prescindir de todo en la vida menos del amor. Las fiestas de los ricos no son necesariam­ente más alegres si se viven en una familia desunida. Las cosas no llenan la ausencia de afecto. Tampoco se dignifica la mesa del pobre si se la llenó con violencia y robo. Navidad es recordar que Jesús vino para todos, en particular para los más pobres, en un contexto muy precario, pudiendo hacerlo de otro modo. Pero él no se niega a nadie que quiera recibirlo con un corazón pacificado y pobreza de espíritu.

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