En defensa de la casa común
Luchador. Desde hace un lustro, el padre Omar Quinteros está al frente de la resistencia de todo un pueblo contra la explotación minera del cerro Famatina, en La Rioja. Pese a las amenazas y al asedio judicial, no se rinde.
El padre Omar Quinteros lucha denodadamente desde hace 10 años en Famatina, La Rioja. Viene ganando. Será por eso que se acumulan las causas judiciales en su contra: sus oponentes lo quieren detener. Han intentado difamarlo, desplazarlo, tomar su iglesia y hasta lo amenazaron de muerte. Pero nada resultó. Por el contrario, “todos los artilugios les resultaron un boomerang”, explica Quinteros, para quien Dios le da pistas indelebles de que está con él en todo esto. Cada día el sacerdote calza sus armas: la oración, la pluma y la palabra, y junto a los ciudadanos organizados en las asambleas y el municipio representado en su intendente conforman el “trípode para la resistencia”. Hasta ahora impidieron que cuatro mineras ingresaran al “paraíso”, como describe el cura a Famatina.
El radio que le corresponde a Quinteros -párroco de San Pedro Apóstolconsta de 250 kilómetros a la redonda donde viven 7.000 personas, todas las que habrían sido afectadas si el corte en el Alto Carrizal hubiese sido levantado. Organizados, los vecinos montan guardia desde el 2 de enero de 2012, cuando la minera canadiense Osisko Mining Corporation intentó ingresar. Entonces resistieron, lograron que ésta desistiera y tomaron la determinación de no abandonar la trinchera. Los famatinenses saben que permanecerán en la mira mientras su tierra se conserve rica en minerales; también saben que serán tentados: las mineras les ofrecen aumentar el porcentaje de participación en las ganancias. Pero hay una advertencia que lanzaron desde el inicio y que estamparon en banderas que enarbolan: “El Famatina no se toca” (una, incluso, llegó a manos del Papa). Quinteros repite el motivo de tal convicción sin cansarse: “la defensa de la vida en todas sus expresiones y la autodeterminación de los pueblos sobre sus bienes comunes”.
El cura promueve el estar en comunión con el entorno natural o “casa común”, como lo llama Francisco. Quinteros lo aprendió de los franciscanos en la secundaria. Y lo aprendió para siempre. En Famatina hace docencia “tanto con las comunidades como con los gobernantes porque, aunque las consecuencias nefastas que la minería ha dejado en San Juan y Catamarca resultan evidentes, son los pueblos los que tenemos que informarnos e informar a los demás”.
Ya pasó más de un año desde el último intento de una empresa por explotar el cerro; en este caso, había sido la salteña Midais. Gracias a una mediación de la Iglesia, el gobernador de La Rioja, Sergio Guillermo Casas, se comprometió con el pueblo y con el obispo, Marcelo Colombo, a dejarlos vivir en paz. “Ojalá sea para siempre, pero sabemos que hay otros intereses que vienen de arriba, de la Nación, y que siempre vamos a estar en la mirilla de esta gente ambiciosa y de los gobiernos entreguistas que tenemos”, manifiesta Quinteros. Es- pecíficamente se refiere a la sospecha de gestación de una futura ley federal minera avalada por la Organización Federal de Estados Mineros (OFEMI) para armar un frente entre varias provincias del Noroeste y así “comprar la licencia social que no tienen o imponerse en base a las necesi- dades actuales que tiene la gente”. Aunque en Famatina -como dice el padre- están “ocupados más que preocupados”, su preocupación pasa por el resto de los territorios amenazados y a los que su docencia cuesta hacer llegar. “A donde sea vamos a resistir -advierte-, pero no es lo mismo en casa que en otra ciudad”. En este momento esa otra ciudad es Chilecito, a unos 50 kilómetros de Famatina. Allí han visto a Vialidad Nacional avanzar hacia el cerro por un camino alternativo que están abriendo, desde ya, eludiendo el corte permanente en el Alto Carrizal. Quinteros y
su “escuadrón” de protectores de los cerros riojanos están atentos a los pasos de pavimento y ripio que avanzan contra su voluntad. Mientras tanto, aúnan esfuerzos para abarcar un diámetro cada vez más amplio.
“Desde el primer día yo bendije el cerro Famatina y lo declaré libre de toda explotación; declaré sacrílegos y profanos a todos aquellos que intentaran explotarlo y saquearlo”, recuerda el cura, que lleva 23 años ejerciendo el sacerdocio. Garantizar la libertad del cerro lo llevó a acompañar piquetes, marchas, y a tocar las campanas de la iglesia “en señal de repudio y llamado a la cordura” en plena represión de la policía al pueblo convocado en la plaza. Ese acto le inspiró el nombre de su primer libro publicado en julio: ¿Por quién doblan las campanas de Famatina? Y en la misma tapa da la respuesta: “Por los hijos de nuestro hijos”. Gran parte del libro es una recopilación de lo que los medios -a favor y en contra- publicaron en la última década. “Que cada uno distinga entre realidad y fantasía”, invita el padre en un intento de graficar la “dramática y a la vez digna lucha del pueblo”.
Ese mismo acto, cuando hizo sonar las campanas de la iglesia, le valdría su primera causa penal: “apología del crimen”. De las causas en su contra se enteró a través de los medios y de su situación actual no tiene noticias a pesar de sus intentos. “Creo que es una manera de escracharme ante la sociedad, de socavar mi autoridad moral y pastoral”, reconoce.
En cualquiera de las comunidades que visita cada día, el sacerdote se siente portador de un legado papal: “ser centinelas del medio ambiente y guardianes de la creación”. También aprovecha para echar luz sobre conceptos como el de la “minería responsable”: “No existe, porque es imposible controlar la contaminación, ya sea por agua, tierra o aire”. Al recordar Villa Cura Brochero, Córdoba, el lugar donde nació, agradece a Dios por ponerle cosas en el camino y en la historia actual de su pueblo. “Ese cura gaucho, que hizo tanto por el Valle de Traslasierra, fue párroco de mis abuelos y bisabuelos, así que, de alguna manera yo he mamado de su legado espiritual y obra. A él le debo mucha de mi fe y vocación sacerdotal”, expresa orgulloso.
Un documento le dio nuevas fuerzas y le indicó que no se equivocaba cuando hace 10 años se plantó junto a los famatinenses para rechazar las políticas megamineras. Es la encíclica “Laudato Si” (Alabado seas). “Hasta que no salió la encíclica mi postura estaba al borde de la ilegalidad –recuerda Omar–, por otro lado nos aporta un montón de datos, incluso científicos y técnicos, que nos sirven a nosotros para volver esta resistencia mucho más legítima”. Hijo de una mujer de 94 años y uno de los menores entre once hermanos, a todos preocupa Quinteros con su lucha. Temen por su seguridad, pero le hacen “el aguante”. Pero él, a sus 56 años, declara: “El ministerio es así, al menos hasta el último suspiro pienso seguir amando la vida, por lo tanto estaré siempre firme”.
“Bendije el cerro y lo declaré libre de toda explotación, y a todos los que quisieran saquearlo, sacrílegos.”
“Hasta que no salió la encíclica Laudato Si mi postura estaba al borde de la ilegalidad. Nos aporta datos que vuelven más legítima esta resistencia.”