De princesa wichi a monja
Miguela Acosta. De su comunidad en El Impenetrable al convento.
La historia de Miguela, miembro de una comunidad aborigen de El Impenetrable.
“Cuando viajé a mi tierra para recibir los votos perpetuos presenté una denuncia por robo de tierras. Los wichis sufren mucho. La pobreza es extrema y nadie hace nada. Allí no llegan los políticos ni las organizaciones sociales.”
A los 9 años, cuando tomó su primera comunión, Miguela Acosta tuvo una visión extraña. Se veía volando como un águila sobre la Cordillera de los Andes. La niña de la etnia wichi comprendió, tiempo después, que era un llamado de Dios a la vida consagrada. Y a pesar de haber sido criada para ser madre, y la princesa indígena que dirigiría a su comunidad, tomó la decisión de convertirse en monja. Sus votos perpetuos se realizaron el mes pasado en la capilla San Rafael Arcángel, de Miraflores, en El Impenetrable chaqueño, rodeada de su familia, su comunidad aborigen y las religiosas de la congregación Hermanas Obreras Catequistas de Jesús Sacramentado, a la cual pertenece.
-¿Cómo fue el proceso que la llevó a tomar los hábitos?
-El camino no fue fácil porque mi familia no estaba de acuerdo, especialmente mi papá que tenía otros planes para mí, y tengo que reconocer que yo también tenía un poco de miedo de salir de mi comunidad. Pero cuando recibí la primera comunión tuve una experiencia muy fuerte de Dios que se me reveló más claramente cuando me confirmé. A los 20 años las misioneras de la congregación de las Siervas de la Divina Providencia que nos visitaban me llevaron a Paraná para que pudiera terminar 7º grado y estudiar el secundario. La idea era recibirme y volver a mi pueblo, pero se ve que el Señor tenía otros planes. En Paraná me alojaron en el Hogar Angeles Custodios, a cargo de la que es hoy mi congregación. Así conocí la misión que tenían y fue claro para mí que tenía que servir a Dios y a mis hermanos desde ese lugar que, “casualmente”, tiene la casa madre en Mendoza, al pie de la Cordillera.
- ¿Quién cuida ahora de su comunidad?
-Yo soy cuidadora indígena hasta el día de hoy. Además de la oración permanente, los ayudo en lo que necesiten. Cuando viajé a El Impenetrable para recibir los votos perpetuos presenté ante la Justicia una denuncia por robo de tierras. Un criollo, como les decimos nosotros a los blancos, acababa de apropiarse de 100 hectáreas, además de las que ya había quitado para la droga. Los wichis sufren mucho. La pobreza es extrema y nadie hace nada. Allí no llegan políticos de ningún partido, ni organizaciones sociales, ni donaciones. Dejar todo por servir a Dios no significa dejar atrás a la familia, sino servir con entusiasmo a los más pequeños y pobres.
-¿Esto pasa sólo con los wichis?
-No. En el corazón de El Impenetrable, sobre todo en Pompeya, hay muchas comunidades indígenas, como los tobas y los mocovíes, que sufren lo mismo: malnutrición y enfermedades por la pobreza.
-¿Tampoco llegan grupos religiosos a ayudarlos?
-Hay capillas con sacerdotes y hermanas, pero la mayoría son gen- te que se dicen evangélicos o mormones y sectas que los asustan, les dicen que si se acercan a las iglesias los comen, los matan. Yo les digo que no es así, que no tienen que permitir que los disminuyan y que deben perder el miedo y hablar con los sacerdotes, ir a misa y acercarse a la eucaristía, que no saben la gracia que significa estar en presencia de Jesús Sacramentado.
-¿No se siente alejada de ellos ahora que reside en Buenos Aires?
-Luego de los votos perpetuos le preguntaba a Dios: ¿Por qué elegiste esta pequeña planta, que ahora es arrancada de raíz hacia otro lugar y queda seca? Pero el Señor me hizo entender que me dio nuevas raíces para que naciera una planta más grande y fuerte que dé más frutos. Además, el responder a una vocación no significa que no vamos a ver más a nuestra familia, porque siempre vamos a estar presentes cuando nos necesiten, y si estamos lejos, los acompañamos y encontramos cada vez que participamos de una misa o recibimos la Eucaristía.
-¿Cuál es su misión ahora?
-Nuestra misión es la vida semicontemplativa, en la que dedicamos fuertes momentos de oración ante Jesús Sacramentado, fuente y manantial de vida que es el que nos da el amor y la alegría para servir a todos, en todo lugar. Ahora vivo con dos monjas en una casa del partido bonaerense de Florencio Varela, donde atendemos un pensionado de adultos mayores, aunque la congregación tiene otros hogares en el país, Chile y Paraguay para niños y niñas en situación de riesgo, como parte de nuestro carisma de anunciar el Evangelio a los más pequeños y pobres, a través de una catequesis centrada en la eucaristía.