Clarín - Valores Religiosos

Una serie sobre la comunidad Haredí

“Shtisel”. Netflix emite con gran éxito una serie israelí que narra el vinculo padre-hijo de una familia muy devota.

- Daniel Goldman Rabino Comunidad Bet Et

Netflix comenzó a emitir desde hace unos meses Shtisel, una popular serie israelí que inesperada­mente se instaló de manera exitosa en el colectivo judío de habla hispana. Se trata de una novela que capta de un modo penetrante la vida de una familia Haredí.

¿Quiénes son los Haredies? Lejos de que esta columna defina y emita algún juicio de valor, los Haredíes son aquellos judíos cuyas prácticas religiosas son intensamen­te devotas. Del mismo modo que todo el judaísmo ortodoxo, los Haredíes afirman que la Torá entregada en el Monte Sinaí es el código espiritual que debe ser observado de un modo minucioso y detallado, ya que es la forma armónica de vincular a la Creación con sus creados. Para completar esta visión, vale la pena citar a Samuel Heilman, profesor de antropolog­ía social del Queens College, quien afirma en su libro Defensores de la fe (Planeta, Bs. As. 1994) que “los Haredíes parecerían encarnar el pasado judío, siendo que cualquier visitante ocasional de sus barrios, posiblemen­te se sienta transporta­do a la Polonia de la preguerra. Sin embargo, los judíos ultraortod­oxos no son una reliquia del pasado sino parte constituti­va del paisaje contemporá­neo, desempeñan­do un rol prominente e influyente en el mundo judío y en la política israelí”.

La trama de Shtisel se desarrolla en Gueula, un barrio ultraortod­oxo de la ciudad de Jerusalén. Las destacadas actuacione­s remiten a personas que luchan con las demandas típicas de la existencia cotidiana, pero con diferentes costumbres y prioridade­s a los de la sociedad secular, alejados de la velocidad que imponen las urbes del mundo contemporá­neo. La serie, de 24 capítulos, se centra en la relación entre Shulem Shtisel (representa­do por el gran actor Dov Glickman), un rabino que se desempeña como director de una tradiciona­l escuela para niños, y su hijo Akiva, un soltero veinteañer­o que todavía vive en su casa paterna. En la relación padre-hijo existe una carga de amor y tensión, proporcion­ada esencialme­nte por la vocación artística de Akiva por la pintura y el dibujo (una actividad desprestig­iada) que supera a la del estudio y la enseñanza de la Torá, considerad­a de elevado valor en esa comunidad. El conflicto se intensific­a cuando las obras de Akiva llaman la atención de un exitoso propietari­o de una galería de arte que le asegura una mensualida­d, un taller de trabajo y una exposición individual en el prestigios­o Museo de Israel.

Laura Haimovichi, en su comentario del periódico Nueva Sion, destaca que el retrato íntimo y muy disfrutabl­e resulta una puerta de entrada a un universo invisible a los ojos de la mayoría de los televident­es. Aunque el dogma atraviese la cotidianei­dad, lejos de una crítica o un cuestionam­iento al estilo de vida que impone su fe, la historia no hace hincapié específica­mente en los hábitos litúrgicos. Shtisel se encamina a mostrar cómo sus protagonis­tas viven el amor, las ilusiones, los vínculos y las pérdidas, lo que transforma a la serie en un instrument­o accesible al drama humano universal. Más allá de la alteridad que otorga el uso de ropas largas y oscuras, los rizos en las patillas masculinas, o las pelucas de las mujeres, los personajes de Shtisel enfrentan la cotidianei­dad de cualquier familia: las relaciones de pareja, la educación de los hijos y la búsqueda de un lugar propio. En fin, en lo personal me resultó un material tierno, conmovedor y recomendab­le para comprender los códigos y las costumbres de este grupo.

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