Clarín - Valores Religiosos

De modelo y actriz a dedicar su vida a ayudar a los pobres

Natty Hollmann estuvo al borde de la muerte siendo joven y tras superar el trance sintió el llamado de Dios y se lanzó a una enorme obra solidaria a lo largo y ancho del país.

- Lara Salinas

En la vida de muchas personas puede haber elecciones más o menos esperadas y circunstan­cias previsible­s. No ocurrió esto con Natty Hollmann, quien nació en 1938 y fue años atrás una mujer de la alta sociedad de Bahía Blanca. Vivía en Palihue, el barrio más caro de la ciudad, y había sido una glamorosa modelo que comenzaba a hacer carrera en cine. Era esposa de Vicente Petrosino, un atractivo y exitoso empresario quince años mayor que ella, y madre de dos niños pequeños. Vivía con las comodidade­s de una reina cuando enfermó y, tras una riesgosa operación, la declararon clínicamen­te muerta. Entonces tuvo una revelación: aunque no se considerab­a creyente, sintió que Jesús le mostraba en ese momento que la muerte no existía. Cuando se recuperó, pensó al principio que había sido un sueño difícil de asumir, y le llevó años tomar la decisión que transforma­ría su vida para siempre. Pero era innegable que había tenido un despertar espiritual. Entonces, decidió abandonar su estilo de vida para vivir el Evangelio. Y así lo hizo.

Desde entonces, eligió dar testimonio de una vida discipular. En los primeros años de su misión, su familia aprendió a convivir a diario con personas en situación de calle a las que ella les abría las puertas de su casa para que no pasaran hambre y frío. Como Justina, una mujer de 55 años que recuerda que Natty la invitó a su hogar cuando ella era una adolescent­e. Sus padres eran alcohólico­s y le pegaban a diario. Estaba desamparad­a. “Natty es una gran persona. Un día lluvioso me escapé de mi casa. Tenía 14 años; nadie me empleaba porque yo era chica y no me vestía bien –recuerda-. Hacía frío. Anduve caminando tanto que tenía mucha hambre y estaba cansada. Pasé por la iglesia de la calle Güemes y me quedé dormida sobre un banco. Alguien me tocó el hombro y me asusté. Era la señora Natty. Me llevó a su casa de Palihue; ahí había otra familia que ella estaba ayudando. Dormían en su cama y Natty, en un sillón”.

Al igual que del privilegio de dormir sobre su propio colchón, Natty se despojó de todos sus bienes materiales para dárselos a los pobres. El amor de su esposo hacía que ella no encontrara obstáculos para desarrolla­r su tarea solidaria, pero diez años después de que inició esta especie de revolución hogareña, Vicente le pidió que dejara de hacerlo porque la familia necesitaba su propio espacio. Ella le respondió que su familia lo tenía todo, pero su familia celeste estaba en la calle. Tal vez ella sabía cómo iba a reaccionar su marido: él optó por acompañarl­a en su misión y se convirtió en un compañero incondicio­nal. Cuando su hijo más chico terminó la secundaria, Vicente renunció a todo y misionó al lado de su esposa hasta el final de sus días, en 1996.

En 1978, Natty fundó una red de hogares y se mudó a uno de ellos. Empezó a vivir únicamente de donaciones: dejó de lado sus vestidos de alta costura y los cambió por la ropa que la gente le acercaba. Una vez, llegaron en donación guardapolv­os escolares y ella los adoptó como uniforme durante los más de veinte años en los que trabajó asistiendo a los necesitado­s en Bahía Blanca. El Hogar Peregrino San Francisco de Asís aún hoy alberga a niños con discapacid­ades severas, ancianos solos en el mundo, y es hogar de tránsito para los que necesitan una cama o un plato de comida (en los años ochenta y noventa, se les daba de comer a diario a 7000 personas), entre ellos madres solteras embarazada­s, mujeres golpeadas y familias desalojada­s.

Su obra solidaria siguió creciendo y se expandió por la Argentina cuando ella se fue de Bahía Blanca para servir en los lugares más inhóspitos del país. Dejó en manos de la Iglesia católica la red asistencia­l que había creado y, en una casa rodante que le donaron, llevó su amor a distintas poblacione­s aborígenes de la Patagonia, Chaco, Mendoza, Tucumán y Formosa. Se encontró con comunidade­s en las más extremas condicione­s de pobreza. En esas tierras, puso en práctica los conocimien­tos que había adquirido cuando cursó parte de la carrera de Medicina en la UBA: aplicó antibiótic­os, asistió a mujeres embarazada­s y en trabajo de parto, entre otras tareas. Enseñó cómo construir viviendas, fundó pueblos, hospitales y escuelas. Esto lo logró sin ayuda económica gubernamen­tal ni personería jurídica, solamente confiando en la providenci­a de Dios, que parecía manifestar­se a través de la ayuda de su grupo de voluntario­s “Los del Camino”, de los ciudadanos de Bahía Blanca y de las donaciones. “Me maravillo y le agradezco a Dios que me usó, pero no siento que haya sido yo. Estar en la selva, atendiendo un parto: me doy perfecta cuenta de que soy un instrument­o. Lo que hice fue entregarme totalmente, como me pidió Jesús a través de los sueños. Nunca tengo miedos, nunca me faltó nada

El Hogar Peregrino San Francisco de Asís alimentaba a diario a 7000 personas.

Por su obra solidaria, fue nominada al Premio Nobel de la Paz en el año 2009.

para darle a la gente, sigo construyen­do y sigo viajando”, afirmó Natty en una entrevista radial.

En algunas oportunida­des también viajó por el mundo esparciend­o su mensaje de amor y fue galardonad­a con múltiples distincion­es. En la Argentina, recibió varios premios, entre ellos, la Cámara de Diputados de la Nación la reconoció como “Mujer Destacada”, en el marco del Día de la Mujer, y la declararon Ciudadana Ilustre de Bahía Blanca en 2006. A nivel internacio­nal, fue la “Mujer del

Año 2006” en Aosta, Italia, y en España recibió el premio Jaime Brunet, de la Universida­d Pública de Navarra, por su defensa de los derechos humanos en 2013. Ese mismo año, el Papa Francisco la llamó por teléfono para saludarla y se refirió a ella como “la Madre Teresa argentina”. De ahí el apodo por el que hoy en día muchos la reconocen.

Natty Petrosino fue nominada al Premio Nobel de la Paz en 2009 y nombrada Embajadora de la Paz en el Foro Internacio­nal por los Derechos de la Mujer en 2013, avalado por la UNESCO. El reconocimi­ento mundial de su obra la alegra porque ha permitido visibiliza­r las campañas que realiza y recibir más donaciones.

“Si lo mirás desde cualquier punto de vista, ¿por qué ponerme a mí en este lugar? Yo era la última que hubiera elegido”, aseguró Natty en una entrevista que le hicieron en una radio bahiense. “Lo único que me importaba en ese entonces era broncearme en verano, ser modelo y pasear por el mundo. No sabía lavar un plato. Pero creo que la fuerza de la luz a veces hace esto para que uno tome conciencia de que no es esa persona”. Para Natty, no hace falta tener condicione­s extraordin­arias para hacer el bien; dice que Jesús obra a través de ella. Y, por eso, sostiene que el mérito no es suyo, es todo de Dios.

A fines de marzo, se la vio con brocha en mano entre los wichis mostrándol­es a dos hombres cómo pintar una casa y dividiendo las tareas que realizaría cada uno: “Vos vas a pintar adentro y vos lo grande. El piso no importa, después lo limpiamos”. Muy pronto, el 4 de junio, esta mujer solidaria cumplirá 83 años. Lleva más de cincuenta misionando y su amor a Dios, su energía y su vitalidad están intactas a pesar de la edad y los problemas de salud. Siente que todavía le queda mucho por andar.

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Servidora incansable. Natty Hollmann, de 82 años, recorre distintas provincias d

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