Un promotor de la fraternidad desde el servicio a todos
Oriundo de la Argentina, arriesgó su vida durante el reciente conflicto bélico para dar asistencia. No tiene dudas de que “la mayoría de la población de Israel y Palestina quieren la paz”.
Las bombas caían implacables sobre Gaza. Pero el padre Gabriel Romanelli no se paralizaba. Iba igual a llevarle la comunión a un enfermo, a un anciano. En la parroquia, la única de la zona, estaba alojando a seis familias que corrían mayor peligro y con muchos hijos pequeños que estaban aterrorizados. Tampoco suspendía la misa, el rezo del Rosario y la adoración al Santísimo. Y como en todas partes del mundo debido a las restricciones sanitarias por la pandemia, apelaba a las nuevas tecnologías para transmitir los oficios. Claro que en este caso la imposibilidad de concurrir no estaba dada por el coronavirus, sino por los bombardeos.
Pero el papel del padre Gabriel -con todo lo arriesgado que fue hasta se logró la tregua como su mejor regalo de cumpleaños, ya que estaba alcanzando los 52 años- trasciende el reciente enfretamiento bélico entre el ejército israelí y Hamas. Es que hace más de 25 años que llegó a Medio Oriente procedente de la Argentina tras ordenarse sacerdote y en los últimos 14 años, desde que fue destinado a Palestina -aunque también prestando servicios cada tanto en Israel- se convirtió en un incansable constructor de puentes entre israelíes y palestinos, sin enredarse en las cuestiones políticas, y asistiendo espiritual, material y anímicamente a todos.
“Acá el dialogo interreligioso se traduce en acción concreta”, dice en diálogo telefónico con Valores Religiosos, en referencia a los servicios que presta su parroquia en sintonía con musulmanes y, cuando traspasa su radio de acción, también con judíos. “Nosotros no hacemos política y, de hecho, cada vez que estalla un conflicto la gente quiere más a la Iglesia católica porque abre sus puertas a todos, ayudando a miles de personas”, señala. Admite, sin embargo, que quienes ven toda esta obra desde afuera afirman que “estamos de la nuca” que “estamos locos”.
El padre Gabriel nació en el barrio porteño de Villa Luro, estudió en el seminario del Instituto del Verbo Encarnado en San Rafael, Mendoza. Su primera escala en Medio Oriente fue Egipto para estudiar árabe e islamología. Luego estuvo cuatro años destinado en Jordania hasta que fue a Italia a completar su licenciatura en filosofía. Actualmente es en Gaza párroco de la iglesia La Sagrada Familia, que lleva su nombre porque por allí pasaron José, María y el Niño Jesús cuando huían hacia Egipto de las amenazas de rey Herodes y volvieron a hacerlo a su regreso.
Su comunidad es muy pequeña: suma apenas 133 fieles. Los cristianos en general son unos 1.700, en su mayoría ortodoxos griegos con los que la parroquia trabaja intensamente. Más unos pocos evangélicos y un puñado de anglicanos. Y en medio de una población de dos millones, la mayoría musulmana. Eso no significa que la obra católica sea mínima. Por lo pronto, la Iglesia cuenta con tres escuelas con 2.400 alumnos, la mayoría musulmanes. “Allí se respeta la religión de cada uno, no se habla de política y es un verdadero oasis”, subraya.
De mucha mayor envergadura es el servicio de salud que se presta. Posee una clínica y varios puestos sanitarios móviles en los que, a raíz de la pandemia, y sumado a las visitas domiciliarias, se atendió a más de 40 mil personas (normalmente se atiende a 22 mil por mes). “La Iglesia asistió a más gente que el propio ministerio de Salud de Palestina”, señala el padre
Acá el diálogo interreligioso se traduce en acción concreta a través de la distintos servicios a la población”.
No hacemos política y cada vez que estalla un conflicto la gente quiere más a la Iglesia porque recibe a todos”.
Gabriel. Aclara que este servicio se prestó por pedido de las autoridades palestinas ante la falta de recursos suficientes. “Esto es diálogo interreligioso en acción”, insiste.
La parroquia -aparte de contar con diez grupos de católicos y ortodoxos para su quehacer propiamente religiosocuenta con una guardería. La congregación de la Madre Teresa atiende un hogar para 50 chicos discapacitados que fueron abandonados. Más un asilo para 25 ancianos, también abandonados. Además, el padre Gabriel creó un centro de formación espiritual y laboral para cristianos, dado que hay muchos de este tipo, pero para musulmanes. Y una fundación que atiende a chicos con una deformación genética llamada “pie mariposa”.
Ante cada conflicto bélico, Romanelli cuenta que la parroquia se mueve en tres líneas de acción: espiritual, existencial y material. En cuanto a la primera alude a todo el servicio religioso que no se interrumpe nunca. Con respecto a la segunda, cuenta que se realizan diversas actividades recreativas, especialmente con los niños y jóvenes, que quedan particularmente afectados. “Organizamos competencias de fútbol, de básquet, presentaciones de payasos, paseos por el mar y hasta, en términos argentinos, asados”, detalla.
Finalmente, en cuanto a lo material, la parroquia colabora en la reconstrucción de las casas de los cristianos más dañadas. Y, en fin, prepara comida para repartirla entre los más carecientes y distribuye leche entre los niños. Ahora bien, toda esta obra implica contar con no pocos recursos. “Somos unos grandes pedigüeños”, explica el padre Gabriel. Destaca que la Providencia actúa. Además, destaca que la Iglesia es muy creíble porque “la ayuda se ve, llega efectivamente a
La gente sabe que no es fácil lograr la paz, pero tampoco imposible. Hay que seguir rezando y trabajando”.
Mientras en muchos países del mundo existen conflictos religiosos de coexistencia e intolerancia, en nuestro querido país, el carácter de la real convivencia resulta ser uno de los aportes centrales y significativos. La argentinidad se entrelaza a través del instrumento del diálogo, herramienta con la cual reconocemos al otro en su calidad de tal. La práctica desarrollada en estas tierras interpela nuestro espíritu convocándonos, como seres sensibles y sensatos, a comprometernos con los valores de armonía y concordia, y conduciéndonos a una acción compartida.
En este sentido, el Instituto del Diálogo Interreligioso (IDI), inspirado en el mensaje del Papa Francisco, de manera permanente hace un llamado público para que en toda zona de conflicto, los líderes restablezcan la paz mediante el diálogo. En un mundo sacudido y a la vez paralizado por tantas tragedias, a la que se suma la actual pandemia que nos ataca, la necesidad de armonía es el necesario soporte para que todos sobrevivamos. Afirmándonos en las experiencias que tienden a buscar y hallar el sentido de la coincidencia, aprendemos el hondo carácter del encuentro como herramienta primordial para la paz, e insistimos a que los pueblos no se vean sucumbidos en la muerte y la destrucción, sino exaltados en la unión y la fraternidad.
Sabemos que nunca ha habido una buena guerra, del mismo modo que jamás hubo una mala paz. Desde nuestra perspectiva religiosa de vida, la perfección de la Paz-Salam-Shalom deviene de un indisociable equilibrio humano que se compatibiliza con el resto de la creación, originado a partir de esa totalidad a la que damos el nombre de Dios-Allah-Adonai. Cada cultura ha elaborado sus propios símbolos y formulaciones del Misterio.
El primer signo de aproximación debe ser la admiración por la sabiduría y la belleza de las tradiciones que se han influenciado y enriquecido mutuamente, aportando valores a la civilización universal. Y son esos signos los que infunden el ejercicio del diálogo en la Argentina. Ello nos enseña a aceptar la alteridad, reconociendo los valores y derechos, respetando las categorías de igualdad y también las diferencias, permitiéndonos convivir genuinamente. Por eso debemos ser virtuosos para no instalar conflictos, y capaces para exhibir nuestro modelo.
Con este ánimo, desde el Instituto de Diálogo Interreligioso anhelamos que las colectividades cristiana, judía y árabe de la Argentina, a través de sus instituciones y organizaciones sigan generando gestos paradigmáticos que intensifican los lazos que las relacionan.