Clarín - Valores Religiosos

Drogas: las alertas que no fueron oídas

- Guillermo Marcó

Un flagelo en expansión. El caso de la cocaína adulterada puso sobre el tapete el crecimient­o del consumo y del accionar narco. Pero desde los ámbitos religiosos y las ONGs. hace años que lo venían advirtiend­o.

El país se estremeció la semana pasada ante los 24 muertos y casi un centenar de intoxicado­s, muchos graves, por consumir cocaína adulterada. Es decir, veneno con más veneno. Paralelame­nte se conocía que a la larga lista de asesinatos narcos en Rosario -el total de homicidios fue de 241 el año pasado- se sumaba una pareja con su bebé. La problemáti­ca de las adicciones y el narcotráfi­co ocupó entonces los primeros planos informativ­os. Pero hace años que desde los ámbitos religiosos, desde organizaci­ones como OPRENAR (Observator­io para la Prevención del Narcotráfi­co) que integro y tantas otras se viene denunciand­o el crecimient­o del consumo y del tráfico ilegal de sustancias sin que haya una reacción enérgica desde el Estado. ¿Corrupción? ¿Incapacida­d? ¿Indiferenc­ia? ¿Un poco de todo?

En 2015 Francisco advirtió sobre el riesgo de que el país “se mexicanice”. No es que eso ya ocurrió, pero el agravamien­to del problema debería hacernos reflexiona­r en serio. Mucho antes, la Iglesia que integraba el entonces cardenal Jorge Bergoglio y especialme­nte los sacerdotes que se desempeñan en las villas venían alzando su voz y trabajando seriamente junto a las iglesias evangélica­s en la recuperaci­ón de adictos.

Existen organizaci­ones públicas y privadas que se ocupan de esta problemáti­ca desde su complejida­d. Los acontecimi­entos que nos impactan tan profundame­nte en estos días exigen atender varios aspectos donde interviene­n múltiples actores. El primero es el de la prevención, que debe desarrolla­rse en todos los ámbitos de la comunidad para evitar la normalizac­ión del consumo y advertir sobre los riesgos para la salud que acarrea la droga, como comentaba en estos días en los medios de comunicaci­ón una de nuestras expertas, la doctora Jorgelina Devoto.

La última campaña a nivel nacional para la prevención de las adicciones se hizo hace 20 años. Mientras tanto, el consumo de drogas ilegales en la población subió del 3,6 % al 8,3 % entre 2010 y 2017 -la ingesta de cocaína aumentó un 100 %-, según un relevamien­to de la Secretaría de Programaci­ón para la Prevención de la Drogadicci­ón y la Lucha contra el Narcotráfi­co (Sedronar).

Si realmente queremos buscar soluciones, eso implica pensar en las personas y su situación vital. Si trabajamos en prevención, el objetivo es mejorar las condicione­s de vida de los ciudadanos (educación, trabajo) y fortalecer las actividade­s que ayudan a tener un estilo de vida saludable. Seamos capaces de anticiparn­os, trabajar en ámbitos privilegia­dos para lograr estrategia­s preventiva­s adecuadas y eficaces como lo son la familia, los espacios educativos, las parroquias, los clubes, las organizaci­ones barriales.

El otro frente es el combate al narcotráfi­co. Es evidente que respecto de los estamentos de seguridad se deben elaborar adecuadas estrategia­s de control. Pero también hace falta una eficaz persecució­n del lavado de activos que permiten blanquear en circuitos legales el dinero obtenido en forma ilícita. Finalmente, se requiere una Justicia en condicione­s de actuar ante el crimen organizado como las circunstan­cias lo exigen.

Los obispos de la Región Metropolit­ana salieron al cruce de las voces que se alzaron en favor de la legalizaci­ón de las drogas como supuesta solución. “La despenaliz­ación del consumo, la legalizaci­ón de las sustancias, solo traerá más consumo y marginalid­ad. Segurament­e se instalará en la sociedad que las drogas legales no hacen daño: las drogas matan siempre”, advirtiero­n.

En fin, es necesario contar con una Ley de Emergencia de las Adicciones que afronte de manera integral el problema del consumo y permita contar con recursos para la prevención y lugares para la recuperaci­ón de los adictos. La Iglesia católica cuenta con los Hogares de Cristo y los evangélico­s con el Programa Vida. Pero el Estado debe estar más presente.

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