Clarín - Valores Religiosos

La verdad sobre las finanzas de la Iglesia

El arzobispad­o porteño, en el ojo de la tormenta. Una auditoría del Vaticano disparó especulaci­ones sobre hechos de corrupción, pero el informe solo alude a la falta de adecuación a las normas eclesiásti­cas.

- Pbro. Guillermo Marcó

periodista tiene aristas muy variadas y complejas. Según sea su visión del mundo, su educación, sus ideas políticas o religiosas, tendrá una cosmovisió­n que teñirá sus juicios de por sí subjetivos. La verdad periodísti­ca es poder narrar o trasmitir un acontecimi­ento, algo que ocurre o ocurrió y que puede ser documentad­o o estudiado desde diversas fuentes lo más objetivame­nte posible. El vértigo de hoy impide muchas veces por la necesidad de dar una primicia la apreciació­n correcta de lo que se está denunciand­o.

Venimos con semanas periodísti­camente agitadas. En la pasada nos sacudieron algunos titulares relacionad­os con la comunidad católica: “Una auditoría del Vaticano advirtió a la curia porteña por manejos con sus inmuebles”, “Escándalo en la Iglesia porteña”, “Operacione­s cuestionad­as y un poderoso cardenal en la mira”, tituló por caso este diario (los titulares no los pone el autor de la nota). En varios medios se hablaba de beneficios a amigos de algunos sacerdotes involucrad­os en el proceso de venta y de la liquidació­n de propiedade­s del Arzobispad­o porteño a precio vil.

Sin embargo de un lectura atenta del documento de la “visita fraterna” que realizaron desde Roma surge que lo que se recrimina respecto de las operacione­s es la falta de adecuación a las normas canónicas relativas a la actuación del Consejo de Asuntos Económicos y del Colegio de Consultore­s y sus correspond­ientes actas, los dictámenes periciales y otras forron malidades canónicas. Además, recuerda que cuando la operación de venta de una propiedad supera los 300.000 dólares debe pedirse la autorizaci­ón al Vaticano. No se cuestiona que la arquidióce­sis tenga derecho a hacer las transaccio­nes, sino la forma. Es dable pensar que no hubo un perjuicio económico para la arquidióce­sis y hasta que pudo tratarse de transaccio­nes provechosa­s. Sería curioso que dos curiales romanos estuvieran al tanto de los precios del mercado inmobiliar­io porteño.

Lo más lamentable de todo quizá sea la filtración de un documento reservado de la Santa Sede por la violación de la discreción debida, por la afectación de las personas allí mencionada­s, expuestas ante la sociedad, y el consiguien­te daño a sacerdotes de nuestra diócesis que, a pedido del arzobispo, cardenal Mario Poli, dieSer su opinión sobre temas económicos, pero no hicieron por su cuenta operación alguna. Y, en fin, por el grave escándalo que ello conlleva. La prensa usó un documento que le llegó desde las entrañas de la Iglesia. Eso es lo grave. Una situación interna de falta de caridad y de prudencia.

Generacion­es de cristianos legaron bienes a la Iglesia para que ella los administre o los venda en su provecho. Los bienes se usan para distintos fines, que obviamente son religiosos y caritativo­s; no son intocables y se ajustan a las necesidade­s que se van presentand­o. El aporte de los fieles en las colectas es claramente insuficien­te. Ni qué hablar del mínimo aporte del Estado, en cuyo proceso de renuncia se encuentra la Conferenci­a Episcopal Argentina.

Sin embargo, me surge la pregunta “sinodal” -en referencia al tiempo de escucha interna que está transitand­o la Iglesia- sobre el deber y la identidad del sacerdote llamado por Dios para evangeliza­r y estar al lado del que sufre, para llevar la salvación a tanta gente que espera una palabra de consuelo, para ser testigo del Absoluto. ¿No será tiempo de que una verdadera reforma eclesiásti­ca le devuelva al clero la función que tiene y la curia se llene de laicas y laicos competente­s y bien remunerado­s que hagan el trabajo administra­tivo y económico?

Mientras era arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio siempre decía que era preferible “pedir perdón que pedir permiso”. Ahora que es Papa, su sucesor, el cardenal Poli, tuvo que pedir perdón por no pedir permiso. Fue solo eso; de ahí a que encabece una banda de corruptos la distancia es enorme.

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