La educación: un derecho en falta en la Argentina
En Argentina, la idea del progreso y el crecimiento personal suena remota. Demasiado remota, teniendo en cuenta que se trata de un país que durante años supo tener y formar estandartes en muchas áreas: científicos, ingenieros, arquitectos, deportistas, y artistas, entre otros, han desfilado por los escenarios más grandes de sus disciplinas, logrando resultados y reconocimiento nacional e internacional de propios y ajenos. De todas formas, estas personalidades no siempre representaron al grueso de la población, debido a que la excelencia es algo que unos pocos logran, aquí o en cualquier otro país. Sin embargo, sientan los precedentes para un techo cada vez más alto, potenciado por la idea de formarse, y educarse, con compromiso, responsabilidad, esfuerzo y profesionalidad.
Esta posibilidad de avanzar no se sustenta en hacerlo a costa de otros, sino que tiene que ver con un camino personal que tiene sus cimientos en la educación, ese derecho que cada vez encuentra más dificultades para alcanzar a todos aquellos que más lo necesitan, y ya sea por cuestiones gubernamentales, sindicales, o estructurales, no está garantizado. Esto sucede en un país marcado por un 40% de pobreza, y donde mucha gente asalariada perdió la posibilidad de vivir sin dificultades.
Lo cierto es que sin educación, y sin motivación ni herramientas para los más chicos y necesitados, no hay un futuro garantizado, ni cimientos sobre los cuales crecer. No solo se trata de construir más y más escuelas, sino de generar un plan de calidad y continuo en el tiempo, que vaya más allá de las diferencias políticas, pero que pregone sobre una idea central: que el sistema educativo esté a la altura del mundo y los desafíos que vienen, y que aquellos valores que cada vez se hacen menos presentes vuelvan a tomar protagonismo. La responsabilidad, el mérito individual y colectivo, el respeto, y el saber tolerar y vivir en comunión con los demás son algunos de ellos, y si todos somos más ricos como humanos, mejor sociedad seremos.
No es ningún secreto que la educación, desde hace mucho tiempo, ha perdido su función central, que es la enseñanza, y poco a poco ha ido ocupando otro lugar. Estas afirmaciones tienen asidero si se observan algunos de los indicadores que sirven para medir la calidad educativa de las naciones. En la prueba PISA del año 2019 (Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes), Argentina obtuvo el puesto número 63 de los 77 sistemas educativos evaluados. Además, la educación se deterioró cuantitativamente, ya que durante 2020 y 2021, Argentina ocupó el puesto 44 entre 156 países con mayor tiempo de cierre total de sus escuelas (sumando 5 meses y 2 semanas) y el puesto 15 a nivel mundial analizando cierres totales más cierres parciales de las escuelas (con un total de 11 meses y 2 semanas).
Teniendo en cuenta esta información, ¿qué futuro y progreso podemos garantizarle a los más jóvenes? Si sabemos que la educación se relaciona íntimamente con la pobreza, pero cada vez contamos con menos escuelas y un peor sistema educativo, ¿cómo podemos contrarrestar esta situación que atormenta a la Argentina desde años? ¿Cómo podemos ayudar a los más carenciados a obtener recursos para salir de la pobreza?
“Los chicos son el futuro” es una frase que se suele escuchar en todo ámbito. Es momento de que se tomen medidas para que no deban vivir en la desesperanza y en el desaliento. Nuestra responsabilidad como país es conectarnos con sus necesidades, y ayudarlos a obtener herramientas que les permitan cultivar este crecimiento y progreso que tanto añoramos.