De la calle a recuperar la dignidad en comunidad
Camino a Jericó se ocupa en Olivos de la salud y de la reincorporación a la sociedad de quienes deambulan.
El desamparo, la soledad, la vulnerabilidad y la discriminación son las realidades cotidianas que viven las personas en situación de calle, y a pesar de que hay lugares donde se les da algo de comida para pasar el día, salir de esa condición no es tan sencillo. “Algunos no quieren entrar a paradores u hogares de tránsito, pero no es porque elijan la calle. Nadie quiere vivir así. Lo que pasa es que la degradación de la calle te lleva a un límite que cuesta después adaptarse”, dice Carlos Iglesias, director ejecutivo de la Fundación Camino a Jericó. Se trata de una organización que busca recuperar la dignidad de las personas ofreciendo un ámbito donde recuperen entusiasmo, salud y fuerza para pensar y construir su propio proyecto de vida siendo parte de una comunidad, a través de una Posada de Convalecientes y un Centro de Integración.
La primera es un recurso intermedio entre el hospital y un hogar para quienes sufrieron en la calle algún accidente o enfermedad temporal hasta que logren la recuperación médica. Ingresan tras una derivación con diagnóstico y el tratamiento que deben realizar, que sumado al plan de cuidado que dispone la institución, ejecutan los enfermeros y los facultativos.
La posada es mixta y tiene lugar para 16 o 18 personas, según el sexo. En esa estadía se los va acompañando no solo en las curaciones o citas médicas, sino en un cuidado más integral para que intenten superar su situación de calle.
Según Iglesias, “las cuestiones prácticas están cubiertas. Incluso los voluntarios los llevan al río o al cine. Pero lo que más necesitan es alguien que los escuche. De ahí que a aquellos que muestran interés se les ofrece ingresar al Hogar Cura Brochero, que no es un hogar de tránsito tradicional –aclara–, sino más bien un centro de integración, donde quienes viven comparten todas las tareas de una casa como en una familia”.
“La idea –explica–, es que vayan haciendo un proceso, un compromiso personal que puedan asumir paso a paso como el de vivir con otros, cocinar, limpiar, sintiendo ese lugar como su propio hogar, retomando las fuerzas. Aunque parezca mentira –agrega–, las ganas de cambiar comienzan a aparecer cuando uno puede proponer un espacio con responsabilidades para compartir y especialmente hacer vínculo con otros, que es lo más difícil porque en la calle están solos”.
Dos veces por semana abren las puertas para quienes quieren tener una ducha caliente y un desayuno
Espacios acogedores para ser escuchados de verdad y sin apuro.
en comunidad. Ellos mismos reciben a otros que están en la misma situación que vivieron ellos. Conversan, les dan toallas, les sirven la comida. Saben muy bien el dolor que están pasando y la dignidad que significa ver su cuerpo y su ropa limpia. En el hogar viven 20 varones y reciben entre 70 y 80 personas por día.
Las circunstancias por las que alguien llega a vivir sin un techo son innumerables. Algunos hace muchos años que viven así con adicciones, problemas de salud mental o situaciones familiares complicadas. Otros, más recientes, perdieron su trabajo o fueron desalojados. En todos los casos el común denominador es el desamparo.
Por eso Iglesias insiste: “En la calle son discriminados, de ahí la importancia de que puedan ser escuchados de verdad, con interés, sin apuro, 24 horas los 365 días del año. Es mucho más positivo como proceso de reinserción social”. En este clima de tranquilidad y confianza se los ayuda a gestionar sus documentos, buscar una pensión o una vivienda y conseguir un trabajo. “La lista para ingresar es enorme –dice–, pero hoy ya hay dos personas que pudieron alquilar y eso permite que otras se incorporen”.