La doble moral del siglo XIX
Una de las contradicciones de la sociedad de esa época fue el rol de la mujer. Mientras se defendía la noción de que su función era ser madre y atender el hogar, crecía su ingreso al mercado laboral en pésimas condiciones.
Pese a los cambios y avances, a fines del siglo XIX seguía prevaleciendo la noción de que la función primordial de la mujer era ser madre y atender el cuidado del hogar. El positivismo incluso buscaba dar a esta idea un basamento “científico”, a partir de las “funciones biológicas” de los sexos. Higienistas, filósofos morales laicos y religiosos, políticos de todas las corrientes y hasta activistas gremiales tendían a ver la creciente inclusión femenina en el mercado laboral como una “desgracia” y un “mal social”. En buena medida, esto se explica por las pésimas condiciones laborales a que eran sometidas las trabajadoras, pero llama la atención como una manifestación de “doble moral” la defensa generalizada del modelo de familia burguesa, con el hombre como “proveedor” de ingresos y la mujer como “reina-esclava” de la casa, al mismo tiempo que miles de mujeres eran incorporadas a todo tipo de trabajos, dentro y fuera del hogar.
Las contracaras de estas “buenas costumbres”, y su control sobre la conducta pública y privada de las “mujeres decentes de familia”, eran la práctica habitual de que sus maridos burgueses mantuviesen una amante y la proliferación de prostíbulos y “casas de tolerancia”, que fue una característica de este período. Pero la división más clara de esa doble moral era sobre todo social y se expresaba en el desprecio cotidiano hacia las trabajadoras, ya fuesen las “fabriqueras” ocupadas en talleres y fábricas, o las muy numerosas “empleadas de registro”, es decir las que trabajaban en su propia casa, a destajo, para empresas y contratistas que hoy llamaríamos “tercerizados”.
De manera sintomática, esta imagen de la pobre “seducida y abandonada” ( y la “maldad insufrible de las compañeras”) se grabará más profundamente en el imaginario social que la de los miles de obreras que “doblaban el lomo” cotidianamente y, en muchas ocasiones, salían a la lucha por mejores condiciones de vida. Precisamente, uno de los reiterados motivos de queja en los periódicos obreros y en los pliegos de reclamos con respecto a las mujeres eran los “malos tratos”, un término muchas veces “pudoroso” que abarcaba desde insultos reiterados como “no servís para nada”, “inútil”, o “andá a lavar los platos”, hasta el frecuente acoso sexual, aunque poco denunciado por el terror a perder el empleo, a quedar manchada la propia víctima en aquella sociedad incomprensiva.
Esta doble moral no hacía más que expresar la clara diferenciación de las condiciones de vida entre las clases sociales de la Argentina “moderna”. Es habitual señalar que la expansión de las actividades de servicios en ese período trajo un importante crecimiento de los sectores sociales medios, con una gran “movilidad social ascendente” (es decir, la mejora de
situación de gran parte de la población), hasta convertir a la Argentina en un “país de clase media”. Si bien los sectores medios crecieron en el período, esa imagen de una sociedad con menos contrastes oculta que hasta la llegada del radicalismo, en 1916, e incluso después, las condiciones de vida de los trabajadores, incluidos muchos empleados considerados de “clase media”, eran angustiosas y marcadamente diferenciadas de las de las capas altas de la burguesía.
Un primer dato lo dan las relaciones entre los salarios cobrados por los trabajadores y el presupuesto mínimo de una familia obrera. Entre 1896 y 1897, el periodista y militante socialista Adrián Patroni realizó un pormenorizado relevamiento de las condiciones de vida de los trabajadores argentinos, en el que estima que el salario medio de los obreros rondaba por entonces los 3 pesos diarios, con trabajadores que estaban muy por debajo de ese nivel (algunas actividades apenas si llegaban a los 60 centavos diarios). Como contrapartida, Patroni cita una estimación del entonces embajador norteamericano en Buenos Aires, W. Buchanan, quien calculaba que el consumo de una familia obrera, formada por cinco personas, requería un mínimo de $ 1.119 anuales. Aun suponiendo que tuviese
LA CONTRACARA DE LAS “BUENAS COSTUMBRES” Y SU CONTROL SOBRE LA CONDUCTA PUBLICA Y PRIVADA DE LAS “MUJERES DECENTES DE FAMILIA”
ERA LA PRACTICA HABITUAL DE QUE SUS MARIDOS BURGUESES MANTUVIERAN
AMANTES Y FRECUENTARAN PROSTIBULOS.
empleo todo el año (lo que el propio Patroni señalaba que era algo excepcional entonces), en el mejor de los casos ese obrero con “salario medio” podía redondear los $ 800 anuales de ingreso, lo que muestra a las claras por qué mujeres e incluso niños también debían contribuir a “parar la olla”.
Esta situación no había cambiado para el conjunto de los trabajadores, en 1914. Según datos oficiales, por entonces el salario mensual promedio de los obreros era de unos 67,22 pesos, mientras que un “presupuesto tipo” ( lo que hoy llamaríamos la “canasta básica”) estaba en $ 119,49.
El citado Buchanan calculaba, en cambio, que el consumo de la familia “de un empleado petit-bourgeois de la clase media” porteña, integrada por cinco personas, en 1896 requería unos 3.190 pesos anuales, es decir que le estimaba más del doble que para una familia obrera. No incluía, lamentablemente, a cuánto ascendería el nivel de gastos de la high life porteña, el grupo de familias que formaban la oligarquía y que por entonces llenaban de mansiones las partes más “elegantes” de las ciudades, con materiales y arquitectos traídos de Europa, usadas sólo en los meses en que no estaban “en la estancia” o de viaje por países más “civilizados”. Para la high life y para quienes sin pertenecer a ella tenían ingresos que los incitaban a imitar ese tren de vida sin duda que el período 1880-1914 sería una Belle époque. El aumento del consumo de estos sectores, respecto de períodos anteriores, fue notorio y, en algunos momentos de bonanza económica, a veces obsceno. La modernización urbana con sus
beneficiarios._ aguas corrientes, iluminación eléctrica, teléfonos, generalización de la pavimentación de calles y paseos públicos tendrá en estos sectores a sus principales 1. Datos del Departamento Nacional del Trabajo, en Adolfo Dorfman, Historia de la industria argentina, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986, pág. 279.