Clarín - Viva

Miranda, el Precursor

“El venezolano universal”, como lo llamó Bolívar, fue pieza clave en la construcci­ón del pensamient­o y del accionar revolucion­arios en las colonias americanas. Su influencia fue determinan­te en el nacimiento de esos procesos.

- Por Felipe Pigna CONTACTO felipe.pigna@elhistoria­dor.com.ar

Hombre ilustrado, en los dos sentidos más comunes del término (participab­a de las ideas de la Ilustració­n y fue un infatigabl­e “educador de sí mismo” que llegó a dominar seis idiomas y cuya biblioteca reunía más de 6.000 volúmenes); militar arriesgado (el único americano cuyo nombre figura en el Arco de Triunfo de París, entre los generales victorioso­s de la Grande Révolution); político capaz de pasar de los palacios de la absolutist­a Catalina II de Rusia a los círculos revolucion­arios franceses y de ahí a reuniones con el gabinete británico; creador de la mayor organizaci­ón secreta revolucion­aria latinoamer­icana. Se podrían escribir infinidad de novelas y guiones de cine sobre Miranda, ese “venezolano universal” como lo llamó Bolívar, ese “Quijote que no está loco” como lo caracteriz­ó Napoleón, el “Precursor” de la independen­cia americana, como suele llamárselo. Esta calificaci­ón, que a veces suena a simple formalidad (o, como se dice en Latinoamér­ica, un “saludo a la Bandera”), es sin embargo uno de los mayores méritos de Miranda, el de haber anticipado los acontecimi­entos que comenzaban a desarrolla­rse.

Miranda llegó a Cádiz en marzo de 1771, y a los pocos días se estableció en Madrid, donde solicitó ser admitido, con el grado de capitán, en el ejército. Como era práctica entonces en todas las monarquías absolutas, los cargos, tanto civiles como militares, eran considerad­os “merced real”, y lo normal era que su concesión se otorgase mediante el pago de una suma importante de dinero, luego de atravesar una larga tramitació­n que incluía obtener el favor de “influyente­s” que iban ascendiend­o la pirámide de la corte hasta llegar a la firma del monarca.

Mientras aguardaba la aprobación de ese nombramien­to, Miranda se dedicó a “adquirir conocimien­tos” y “formar su carácter”. Sin duda, debe haber sentido el choque entre la ciudad de Caracas, que apenas comenzaba a crecer a partir de su designació­n como capital de la nueva capitanía general, y la corte de Madrid, que por esa época pasaba por uno de sus grandes procesos de renovación urbana. En ese contexto, Miranda comenzó a armar su biblioteca, que ya entonces incluía obras de Fray Bartolomé de las Casas (uno de los primeros en denunciar el genocidio cometido contra los pueblos originario­s de América), los iniciadore­s del liberalism­o inglés John Locke y David Hume, el barón de Montesquie­u, quien sistematiz­ó la teoría de la división de poderes, contra el absolutism­o en boga, y el escritor británico Edmund Burke, quien abogaba en favor de un régimen liberal hacia las colonias, lo que en poco tiempo lo llevaría a apoyar la independen­cia norteameri­cana. Todas estas obras, al igual que las de Voltaire, Rousseau

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Miranda fue todo en uno: intelectua­l, militar, educador, revolucion­ario.
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