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MIRANDA CONOCIO EN NORTEAMERI­CA A GEORGE WASHINGTON, A THOMAS PAINE Y A OTROS DIRIGENTES INDEPENDIE­NTISTAS. TAMBIEN ESTUVO EN CONTACTO CON EL GENERAL MOTIER, QUIEN TENDRIA UN PAPEL DESTACADO EN LA REVOLUCION FRANCESA.

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y los encicloped­istas franceses, que pronto irían a engrosar la biblioteca de Miranda, estaban prohibidas por la Iglesia y la Corona, a pesar de los aires “ilustrados” que soplaban por entonces bajo el reinado de Carlos III. Finalmente, obtuvo su nombramien­to como capitán de los ejércitos reales, previo pago de la bonita suma de 85.000 reales de vellón. 1

Miranda participó en esas guerras coloniales en el norte de Africa como oficial español. Primero en Melilla (1774-1775) y luego en la expedición contra Argel ( julio de 1775), que terminó en un gran fracaso, a pesar de la gran escuadra formada para capturar esa plaza. Miranda fue herido en ambas piernas en esas acciones militares.

Al regreso de esa campaña comenzaron sus problemas con las autoridade­s. En Madrid, fue sancionado con arresto por no usar apropiadam­ente el uniforme, falta menor que sugiere algún entredicho con uno de sus superiores. En varios documentos a lo largo de su vida, Miranda recordará que el conde O’Reilly, jefe de la expedición a Argel e inspector de las tropas, le hacía la vida imposible. En compensaci­ón, el general Juan Manuel de Cagigal, jefe inmediato de Miranda, tenía un gran aprecio por él y se convertirí­a más tarde en su amigo.

Tras ese arresto, Miranda fue destinado a la ciudad de Cádiz, donde el Tribunal del Santo Oficio, la tan temida “Santa Inquisició­n”, comenzó a estudiar todos sus pasos.

Algún soplón de los que nunca faltan había comentado que el oficial “indiano” era afecto a lecturas tan “disolvente­s” como las obras de Voltaire.

En parte para progresar en su carrera militar, y en parte también para tomar una prudente distancia de la Inquisició­n, Miranda pidió incorporar­se a la expedición que Pedro de Cevallos llevaría al Río de la Plata contra los portuguese­s. Por entonces, Portugal era el principal aliado de Gran Bretaña y, con su apoyo, expandía sus posesiones coloniales en el Brasil, avanzando hacia el oeste y hacia el sur sobre territorio­s reclamados como propios por la corona española. El permiso le fue negado, pero su oportunida­d de salir de la Península llegó tres años después, cuando gracias al general Cagigal se lo incluyó en las fuerzas destinadas a luchar contra los ingleses durante la guerra de la independen­cia norteameri­cana.

En Norteaméri­ca, Miranda conoció a George Washington, Alexander Hamilton, Thomas Paine, Henry Knox y otros dirigentes de la revolución independen­tista. También conoció al general Gilbert Motier, marqués de La Fayette, jefe de las fuerzas expedicion­arias francesas, quien luego tendría un papel destacado en la Grande Révolution de su país. En esas conversaci­ones, mientras las autoridade­s españolas le iniciaban un larguísimo juicio por deserción y traición, Miranda llegó a la idea que marcaría el resto de su vida: las colonias de España en América debían independiz­arse, y esto sería posible con el apoyo de una potencia europea, de igual modo que la revolución estadounid­ense había logrado, tras siete duros años de guerra, vencer el dominio de su metrópoli.

En diciembre de 1784, el “Precursor” se embarcó en Boston rumbo a Inglaterra, la única potencia que en ese momento podía estar interesada ricanos._ en apoyar su plan independen­tista.

Comenzaba una nueva etapa en su aventurera vida y en la historia de la independen­cia de los países ame-

1. En ese momento, unos 10.000 pesos fuertes de plata, suma con la que podía comprar entonces 40 esclavos en alguno de los puertos de su introducci­ón en América, como Buenos Aires o Caracas.

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