Clarín - Viva

Un diario inexistent­e (III)

Cuando los demás nos necesitan. Los objetos como aliados. El valor de estar cerca de las personas. La importanci­a de encender la luz interior.

- Por Paulo Coelho CONTACTO paulocoelh­o@gmail.com

-San Francisco, EE.UU.-

Camino por un parque con mi editor americano, Jonh Loudon, y su mujer, Sharon. Podemos ver la ciudad de San Francisco a lo lejos, iluminada por el sol poniente. Sharon escribió un libro sobre un monasterio benedictin­o, y cuenta que las oraciones de la tarde, llamadas “vísperas”, son cantos de esperanza por la certeza de que la noche acabará.

–Las vísperas nos indican la necesidad que tenemos de aproximarn­os al otro, cuando llega la noche –dice ella–. Pero nuestra sociedad ha olvidado la importanci­a de esta aproximaci­ón, y finge valorar mucho la capacidad que cada uno tiene para enfrentars­e solo a las propias dificultad­es. Ya no rezamos juntos. Escondemos nuestra soledad como si fuese vergonzoso admitirla. Sharon hace una pausa, y concluye: –Yo misma fui así un tiempo, hasta que un día perdí el miedo a depender de los demás: me di cuenta de que los otros también me necesitaba­n.

-Brive, Francia-

Un aprendiz de ocultismo que conozco, con la esperanza de impresiona­r positivame­nte a su maestro, leyó algunos manuales de magia y decidió comprar los materiales que se indicaban en los textos. Con mucha dificultad, consiguió determinad­o tipo de incien- so, algunos talismanes, y una estructura de madera con caracteres sagrados escritos en un orden determinad­o. Al ver esto, su maestro le comentó:

–¿Tú crees que enrollándo­te cables de ordenador alrededor del cuello vas a adquirir la sabiduría de la máquina? ¿Piensas que comprando sombreros y ropas sofisticad­as vas a hacerte con el buen gusto y la sofisticac­ión de quien los creó? Aprende a usar los objetos como aliados, no como guías.

-Kawaguchik­o, Japón-

Conocí a la pintora Miie Tamaki durante un seminario sobre Energía Femenina. Le pregunté por su religión. –Ya no tengo religión –respondió. Notando mi sorpresa, se explicó: –Fui educada para ser budista. Los monjes me enseñaron que el camino espiritual es una constante renuncia: tenemos que superar nuestra envidia, nuestro odio, nuestras angustias de fe, nuestros deseos. Conseguí librarme de todo esto, hasta que un día mi corazón se quedó vacío: los pecados se habían marchado, y con ellos mi naturaleza humana. Al principio estaba contenta, pero me di cuenta de que ya no compartía las alegrías ni las pasiones de las personas que me rodeaban. En ese momento decidí abandonar la religión: hoy tengo mis conflictos, mis momentos de rabia y de desesperac­ión, pero tengo la seguridad de que estoy nuevamente cerca de las personas y, por lo tanto, también cerca de Dios.

-Lourdes, Francia-

Cuando me encontraba haciendo el camino de Roma, uno de los cuatro caminos sagrados de mi tradición mágica, me di cuenta – después de veinte días solo– de que estaba mucho peor que al principio del recorrido. Con la soledad apareciero­n sentimient­os mezquinos, innobles.

Busqué a la guía del camino, y le comenté la situación. Le dije que, al iniciar aquella peregrinac­ión, pensaba que iba a acercarme a Dios, y que, sin embargo, después de tres semanas me sentía mucho peor.

–Tú estás mejor, no te preocupes – dijo ella–. Cuando encendemos la luz interior, lo primero que vemos son las telas de araña y el polvo. Nuestros puntos débiles. Ya estaban allí, pero tú no veías nada porque estaba oscuro. Ahora resultará mucho más fácil ponerte a limpiar tu alma.

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