Felipe Pigna: La previa de la revolución
El reemplazo del virrey Liniers por Cisneros aceleró los plazos de un proceso que ya estaba en marcha. Pueyrredón y Belgrano jugaron un papel fundamental en esos tiempos de decisiones y de internas independentistas.
A la Junta Central de Sevilla nunca le cayó muy simpático el francés Liniers ni mucho menos su designación como virrey por la voluntad popular. Pero Liniers, como vimos, hizo todo mal: alimentó las sospechas sobre sus simpatías napoleónicas, llevó adelante un gobierno absolutamente corrupto y, lo más grave para la Junta, se quedó con el “Fondo Patriótico” que debía enviar a España para financiar la guerra contra los franceses. Todo esto les facilitó las cosas a sus enemigos peninsulares, que concretaron su reemplazo por don Baltasar Hidalgo de Cisneros la Torre Ceijas y Jofré, caballero de la Orden de Carlos III, nacido en Cartagena en 1755. Como vicealmirante de la armada española, Cisneros participó en el combate de Trafalgar, donde perdió gran parte de su capacidad auditiva al estallarle muy cerca un disparo de cañón. Su actuación le valió el reconocimiento de los propios ingleses y el ascenso a teniente general de la Real Armada española. Los funcionarios españoles y los monopolistas recibieron con algarabía a Cisneros. Pero para los criollos era un enorme retroceso. No avalaban en absoluto la administración de Liniers pero, justamente por sus contradicciones, pensaban que ha- bía abierto grietas en la estructura del poder virreinal que podrían ser aprovechadas por los partidarios de la independencia. Comenzaron, entonces, las reuniones conspirativas, como puede observarse en este informe de los “servicios” de entonces al Cabildo porteño: “En la noche del once hubo junta en la casa del comandante de Patricios, don Cornelio Saavedra, compuesta de éste, don Juan Martín de Pueyrredón, del comandante de la Unión, don Gerardo Estevan y Llac, del de Montañeses, don Pedro Andrés García, del de Arribeños, don Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, y del Segundo Escuadrón de Húsares, don Lucas Vivas; que el doce, habiendo promediado los de este congreso, se reconciliaron el referido Pueyrredón y don Martín Rodríguez, comandante del Primer Escuadrón de Húsares, comieron juntos y por la noche asistieron el comandante de Andaluces, don José Merelo, y el de Cazadores de Carlos Cuarto, don Lucas Fernández, por haberse excusado éste a título de enfermo, y aquél por presumirse no se le hubiese citado por no ser adicto a sus ideas [...]. Que se ha formado un nuevo triunvirato que acrecienta la discordia y está hoy enteramente contraído a fomentarla, compuesto de don Juan de Bargas, don Juan Martín de Pueyrredón y don Lázaro Rivera, los cuales han hecho la más estrecha unión y obran de acuerdo en cuanto practican, estando encargados los dos primeros de persuadir y reclutar nuevos candidatos que aumenten el mundo del complot destinado a repeler al señor Cisneros y al señor Elío; y don Lázaro Rivera de
cohechar, a cuyo efecto se le ha surtido de considerable numerario. Que el plan favorito y más válido es el de pedir Junta al ingreso del señor Cisneros, la cual la tienen ya compuesta de los mismos comandantes faccionarios, dando la presidencia al señor Liniers y el segundo lugar, con opción a ella, en ausencias y enfermedades, al señor oidor don Francisco Tomás de Anzoátegui, y que la primera cesión sería de sostener en el mando al señor Liniers y dirigidas las posteriores a realizar la absoluta independencia de estos dominios.” 1
Belgrano intentó que Liniers se negara a entregar el mando según lo cuenta en sus memorias: “Entonces aspiré a inspirar la idea a Liniers de que no debía entregar el mando por no ser autoridad legítima la que lo despojaba. Los ánimos de los militares estaban adheridos a esta opinión: mi objeto era que se diese un paso de inobediencia al ilegítimo gobierno de España, que en medio de su decadencia quería dominarnos; conocí que Liniers no tenía espíritu, ni reconocimiento a los americanos que lo habían elevado y sostenido, y que ahora lo querían de mandón, sin embargo de que había muchas pruebas de que abrigaba, o por opinión o por el prurito de todo europeo, mantenernos en el abatimiento y esclavitud.” 2
Para probar su tan cuestionada fidelidad a España, cuenta José María de Salazar, jefe del Real Apostadero de Montevideo: “El señor Liniers entregó su mando a pesar de que los comandantes de las tropas no querían, pero tomando una pistola tuvo la resolución de decirles que se saltaría la cabeza si le obligaban a faltar a su honor.” 3
Cisneros confirmó los motivos de alegría de los españolistas: rearmó las milicias “peninsulares” disueltas tras la rebelión del 1° de enero de 1809, liberó a Alzaga y designó al recalcitrante Elío como subinspector general de las tropas del Plata. Esto implicaba que muchos jefes del partido patriota, que habían asumido posiciones militares de importancia tras las invasiones inglesas, quedaban subordinados a un jefe ultrarreaccionario.
Se produjo un fuerte debate entre los independentistas. Mientras Pueyrredón llamaba a desconocer a Cisneros, Saavedra proponía aceptar al nuevo virrey si dejaba sin efecto el nombramiento de Elío y el rearme de las milicias. Recuerda Saavedra aquellos acalorados días: “Se hicieron varias reuniones, se hablaba con calor de estos proyectos y se que- ría atropellar por todo. Yo siempre fui opositor a estas ideas. Toda mi resolución era decirles: ‘Paisanos y señores, aún no es tiempo, dejen ustedes que las brevas maduren y entonces las comeremos’. Algunos demasiado exaltados llegaron a desconfiar de mí creyendo era partidario de Cisneros.” 4
Viendo la actitud tibia y botánica de Saavedra, Belgrano exclamó: “No es posible que semejantes hombres trabajen por la libertad del país.”
Mientras tanto, el delegado militar de Cisneros, Vicente Nieto, gracias a los informes de sus espías, identificó a Juan Martín de Pueyrredón como jefe visible de la oposición al nuevo virrey y lo hizo arrestar en el regimiento de Patricios mientras tramitaba su envío a España. Pero Nieto fue informado de que en el cuartel, Pueyrredón “ha trabajado para alucinar y seducir al pueblo imbuyéndole ideas contrarias a la soberanía y a la independencia de este continente con la metrópoli”; y decidió su traslado al más conservador Batallón de Veteranos, “donde se le mantendrá en custodia y no se le dará lugar para que continúe en sus desarreglos e ideas contrarias al vasallaje”. 5 1. Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires cit., tomo III, pág. 523. 2. Belgrano, Manuel, Autobiografía y escritos económicos, estudio preliminar de Felipe Pigna, Emecé, Buenos Aires, 2009, pág. 65. 3. Archivo de Indias, Est. 123, Caj. 2, Ley 4 – Leg. 128. 4. Cornelio Saavedra, “Memoria autógrafa”, en Biblioteca de Mayo, tomo II. 5. Pueyrredón, Carlos A., 1810. La Revolución de Mayo, Peuser, Buenos Aires, 1953, pág. 141.