Universitarias y profesionales
A fines del siglo XIX, una de las luchas que llevaron adelante las mujeres argentinas fue la de ingresar en las universidades. La tarea no resultó para nada sencilla. Un repaso a quienes marcaron el camino.
En la Argentina de fines del siglo XIX, tras la labor de precursoras como Juana Manso y Juana Manuela Gorriti, una primera manifestación fue la lucha por ingresar en las universidades, que no fue sencilla. En 1885, en la Universidad de Buenos Aires (UBA), se recibió como farmacéutica Elida Passo. Sin embargo, la misma institución le negó luego el ingreso a la carrera de Medicina, lo que llevó a un litigio, finalmente ganado por la demandante, pero Elida falleció muy joven, sin llegar a recibirse. La primera médica recibida en nuestro país, también en la UBA, fue Cecilia Grierson. Nacida en Buenos Aires en 1859, como muchas mujeres de su generación, Grierson comenzó sus estudios en la Escuela Normal, y se recibió de maestra en 1878. Del magisterio y gracias al antecedente de Elida Passo, ingresó en la carrera de Medicina y se doctoró en 1889.
Pero como cuenta la propia Cecilia, ejercer la profesión no era fácil en aquel mundo de hombres: “No era posible que a la primera mujer que tuvo la audacia de obtener en nuestro país el título de médico cirujano se le ofreciera alguna vez la oportunidad de ser médico jefe de sala, directora de algún hospital, o se le diera un puesto de médico-escolar, o se le permitiera ser profesora de la Universidad. Fue únicamente a causa de mi condición de mujer, según refirieron oyentes y uno de los miembros de la mesa examinadora, que el jurado dio en este concurso de competencia un extraño y único fallo: no conceder la cátedra ni a mí ni a mi competidor. Las razones y los argumentos expuestos en esa ocasión llenarían un capítulo contra el feminismo, cuyas aspiraciones en el orden económico e intelectual he defendido”.
Fue además la fundadora de la primera escuela de enfermería con que contó el país; en 1892 creó la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios, todo ello al tiempo que se destacaba como impulsora del feminismo en nuestro país, como hemos visto.
Medicina pareció ser la carrera más dispuesta a recibir mujeres en esos primeros años. En 1892 se recibió Elvira Rawson, de quien se asegura que participó, como practicante, en la atención de heridos durante la “Revolución del Parque”. Casada con Manuel Dellepiane, adhirió a la Unión Cívica Radical, en la que organizó un Comité Feminista, junto con Dolores Ruiz de Romero y Rosa E. Martínez de Vidal, entre otras. Un caso particular es el de Petrona Eyle, fundadora de la Asociación de Universitarias. Nacida en Baradero en 1866 y recibida en la Escuela Normal de Concepción del Uruguay, su familia la envió a estudiar a Suiza, donde se recibió de médica en 1891, título que revalidó en Buenos Aires en 1893. También se graduaron como médicas Bárbara Manthe de Imaz, Julieta Lanteri, Teresa Ratto y Alicia Moreau. En 1901 se recibieron
las primeras odontólogas argentinas: Sara Justo ( hermana de Juan B. Justo, uno de los fundadores del Partido Socialista), Catalina Marni, Antonia Arroyo y Leonilda Menedier. Celia Tapia y María Angélica Barreda fueron las primeras abogadas.
Muchas de estas primeras profesionales universitarias pertenecían a familias de inmigrantes de buena posición económica, con padres profesionales y de ideas liberales. Hasta la Reforma de 1918 las mujeres seguirían siendo una rareza en las universidades argentinas. Según un relevamiento de Graciela Maglie y Mónica García Frinchaboy, de los 6.168 títulos otorgados entre 1900 y 1915 por las universidades nacionales, sólo 159 correspondían a mujeres.
Las primeras expresiones organizadas del feminismo tuvieron como protagonistas a profesionales universitarias, como Cecilia Grierson, Petrona Eyle, Elvira Rawson, Sara Justo, Julieta Lanteri y Alicia Moreau, entre otras, y a señoras de la “aristocracia” porteña, como Albina van Praet de Sala y Emilia Lacroze de Gorostiaga. En 1899, Cecilia Grierson conoció la sección británica del Consejo Internacional de Mujeres, presidido por Lady Aberdeen, y al año siguiente fundó su sección argentina. El Consejo Nacional de Mujeres, presidido por Albina van Praet, planteó la equiparación de derechos y la “elevación del nivel moral e intelectual de la mujer”, pero excluyó los reclamos sufragistas, por lo que con el tiempo la doctora Grierson
EL TEATRO VIO LA CRECIENTE PRESENCIA DE MUJERES. PERO EN ESA SOCIEDAD PACATA, ACTRICES, CANTANTES Y BAILARINAS ERAN CONSIDERADAS “MUJERES DE VIDA
AIRADA”.
y otras fundadoras, como Sara Justo, se irían alejando. Otra pionera fue Elvira López, hija del pintor que documentó para siempre la guerra del Paraguay, Cándido López. Elvira fue junto a su hermana Ernestina una de las primeras graduadas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y lo hizo en 1901 con su tesis El movimiento feminista, la primera sobre el tema presentada en Argentina y en Sudamérica. En 1904, Petrona Eyle fundó la Asociación de Universitarias Argentinas, y al año siguiente Elvira Rawson creó el Centro Feminista (rebautizado Centro Juana Manuela Gorriti en 1911). En 1906, en Buenos Aires se realizó un Congreso Internacional de Libre Pensamiento, del que participaron representantes del socialismo, el anarquismo y la masonería.
A partir de esa iniciativa surgieron la Liga Feminista Nacional, afiliada a la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer, entre cuyas líderes se encontraba María Abella de Ramírez, y el Primer Centro Feminista del Libre Pensamiento, orientado por Julieta Lanteri. La propia Alicia Moreau presidió una Unión Feminista Nacional. Estos grupos, claramente sufragistas, comenzarían a abrir aguas con el Consejo Nacional de Mujeres. En 1902, María Abella de Ramírez, docente nacida en Uruguay pero establecida en La Plata, fundó la revista feminista Nosotras, a la que en 1910 siguió La Nueva Mujer, como órgano de la Liga Feminista Nacional. También el teatro, otra actividad de gran desarrollo en el período, vio la creciente presencia de las mujeres. Como sucedía en casi todos los ámbitos de esa sociedad pacata, la doble moral hacía que mientras los espectáculos de todo tipo adquirían un creciente público, incluido el de la oligarquía en las salas más elegantes, las actrices, cantantes y bailarinas eran consideradas “mujeres de vida airada”. El circo criollo tuvo como principales estrellas a Rosita de la Plata y a la actriz Blanca Podestá, integrante de la célebre familia que inició el género más popular en esa época. La zarzuela ya tenía como referente a una leyenda de la escena: Lola Membrives. Nacida en 1883 en Buenos Aires, comenzó a actuar en
actriz._ conjuntos infantiles. En 1906 viajó a España, haciéndose conocida como cupletista y con el estreno de algunos tangos, como Ojos negros. Luego vendría su fama como
Eduardo Benzecry, Las mujeres y la medicina, Diario Tiempo Argentino, Bs. As., 26 de agosto de 1985.
Graciela Maglie y Mónica García Frinchaboy, Situación educativa de las mujeres en Argentina, Subsecretaría de la Mujer de la Nación – Unicef, Bs. As., 1988.