Clarín - Viva

ALL SUPER STAR

Hace 50 años se consagró campeón mundial por primera vez. Nacido Cassius Clay, fue el boxeador más grande de la historia y se convirtió en un mito que trascendió largamente el deporte. Semblanza de un personaje único.

- TEXTO: Carlos Irusta FOTOS: Getty Images, AP y AFP

Los tiempos están cambiando, se llamaba la canción que Bob Dylan estrenó hace cincuenta años. Hace medio siglo, en los Estados Unidos todavía había baños públicos para negros y blancos, y los negros no podían viajar sentados en los ómnibus. Por eso, cuando un boxeador negro de apenas 22 años se proclamó el mejor del mundo, muchos se agarraron la cabeza.

Hace cincuenta años, el mundo del boxeo estaba compuesto, entre otros elementos, por negros respetuoso­s que hablaban en voz baja y obedecían en todo y algunas peleas manejadas por una mafia cuyos códigos empezaban a envejecer (“Nada de venta de drogas en la puerta de los colegios”).

Por esos tiempos, Cassius Marcellus Clay había sido ya campeón olímpico en los Juegos de Roma (1960) y se autoprocla­maba el mejor boxeador del mundo y el más hermoso. Tenía veleidades de poeta, así que cuando llegó con la medalla de oro colgada del pecho, leyó un poema de su autoría que llevaba por título “Cuando Cassius conquistó Roma”. De ahí pasó a ser profesiona­l y ganar peleas en línea, anticipand­o los resultados y leyendo poema tras poema, mientras era manejado por una corporació­n de negociante­s blancos de su ciudad natal, Louisville (Kentucky). Cuando le llegó el momento de pelear por el campeonato mundial de los pesos completos, el 25 de febrero de 1964, ante

YO, MUHAMMAD "FUI EL ELVIS, EL TARZAN, EL SUPERMAN Y EL GRAN MITO DEL BOXEO."

el campeón Charles “Sonny” Liston, fueron muchos los que brindaron por anticipado, pensando que –por fin– alguien le cerraría esa bocaza. Tanto es así que –cuenta la leyenda– a un joven periodista le dieron por misión estudiar cuál era el hospital más cercano al Convention Center de Miami, donde se efectuaría la pelea, para estar cubiertos una vez que Liston finalizara su tarea de destrozarl­o en el ring.

No eran su enorme bocaza, ni sus poemas, ni sus desplantes lo que, en realidad, distinguía a Clay. Era su boxeo –distinto, fresco y renovador– lo que le daba un rango diferente. Peleaba en puntas de pie, con los brazos bajos, lanzando punzantes golpes de izquierda y dejando fuera de foco a su rival con sólo mover el torso o dar un paso atrás. Era, como él pregonaba, capaz de “volar como una mariposa y picar como una abeja”. La frase, dicen, fue acuñada en realidad por Drew “Bundini” Brown, un afroameric­ano que había formado parte del entorno del gran Ray “Sugar” Robinson. Un día, Bundini se apareció en el hotel deClay y le dijo: “O sos un farsante o Shorty está de tu lado” (Shorty era el nombre que Bundini le daba a Dios). Clay le confesó que, a pesar de todo lo que hablaba, cuando subía al ring tenía mucho miedo. “Entonces, Shorty está contigo”, fue la respuesta. Y no se separaron nunca más.

Bob Dylan soñó toda la vida con ser más grande que Elvis Presley, pero cuando surgieron Los Beatles comprendió que su sueño se esfumaba, porque Elvis ya no sería el más grande. Así que, cuando Los Beatles apareciero­n en el gimnasio de la calle Quinta, en Miami Beach, y posaron junto a Cassius Clay, al periodista Robert Lipsyte se le ocurrió que estaba en presencia del Quinto Beatle. Y no se equivocó. No era casual el encuentro, porque aquellos años 60 fueron una explosión

PERSPECTIV­A "QUIEN VE LA VIDA A LOS 50 IGUAL QUE A LOS 20, HA DESPERDICI­ADO 30 AñOS."

de rebeldía, desenfado y búsqueda de cosas nuevas que transforma­ría un mundo en blanco y negro, como las fotos de entonces, en una chorrera de color y nuevas sensacione­s: el mundo del pop.

La lucha por ser el mejor, el más grande y el más poderoso, siempre fue parte del Gran Sueño Americano. Norman Mailer alguna vez le cantó al ego encarnado en Ali, pero por entonces, se trataba de Cassius. Escritores como Scott Fitzgerald , Thomas Wolfe o John Dos Passos perseguían el sueño de escribir la Gran Novela Norteameri­cana. En el boxeo, la categoría de los pesos pesados había sido siempre un espejo de la sociedad. El primer negro campeón mundial de peso completo fue Jack Johnson, en los albores del siglo XX. Clay siempre admiró a Johnson y llegó a decir que “él fue todavía mejor que yo, porque en su época ser negro era mucho más difícil”. No era sencillo serlo en los sesenta, si tenemos en cuenta que tras el asesinato de Kennedy, en 1963, todavía se estaba discutiend­o en el Congreso la Ley de los Derechos Civiles, para que los negros pudieran votar o ir a las escuelas públicas mezclados con los blancos.

Apenas unos meses después de la pelea de Clay frente a Liston, en junio, tres activistas por los derechos civiles (dos blancos y un negro) fueron asesinados y enterrados por miembros del Ku Klux Klan y policías de Neshoba, una pequeña población de Mississipp­i. Acudieron a investigar 150 miembros del FBI y encontraro­n los cuerpos 44 días después. El hecho fue llevado al cine por Alan Parker en la película Mississipp­i en llamas.

Clay, luego conocido como Muhammad Ali, no sólo fue testigo de todos los cambios que siguieron, sino ante todo, protagonis­ta. Como un símbolo viviente de esos tiempos, se negó a ir a la guerra de Vietnam. Desfilaba por

todos los medios de comunicaci­ón, se paseaba con los dirigentes de los musulmanes negros, hizo viajes por todo el mundo, especialme­nte el islámico, y formaría parte activa, casi sin quererlo, de esa ebullición que generó una movida que aún hoy es considerad­a un antes y un después en la historia.

Fue aquella noche, la del 25 de febrero de 1964, el comienzo de una nueva era... Un estupendo atleta de 1,93m, que tenía 19 peleas, todas ganadas, con 16 nocauts. Su rival, Sonny Liston, era un sujeto de pocas palabras, manejado por la mafia, bebedor de alcohol y sin apego al gimnasio. Aprendió a boxear en la cárcel y es posible que ni se le haya pasado por la cabeza que podía perder. Ali lo bailó hasta que en el tercer round Liston pidió que le untaran los guantes con una sustancia a la que él llamaba “remedio casero”. Así, encegueció a Clay, quien desesperad­o empezó a gritar: “¡Estoy ciego, no veo!”. Su técnico de toda la vida, Angelo Dundee, logró limpiarle bien los ojos y le pidió: “Bailá de lejos, hasta que veas mejor”. Cuando la campana llamó al séptimo round, Liston dijo en voz baja: “Hasta aquí llegamos”, y se quedó sentado en su esquina. Clay era el campeón.

Fue el comienzo de todo, porque prácticame­nte al otro día hizo público lo que era un secreto a voces: Cassius Clay pasaba a llamarse Muhammad Ali y renunciaba a su apellido de esclavo. Comenzó una historia de vértigo y de locura. Se negó a ir a Vietnam y perdió tres años preciosos, entre 1967 y 1970, de su vida profesiona­l. No tenía más límites que los que él se propusiera. Cuando en 1968, George Lois le propuso salir en la tapa de la prestigios­a revista Esquire con flechas clavadas, como la imagen de San Sebastián, el gran mártir cristiano, se prestó a ello, a pesar de las quejas de Elijah Muhammad, el conductor de los Musulmanes

PREPARADO "ODIELOS ENTRENAMIE­NTOS PERO DIJE: SUFRE AHORA Y VIVE LUEGO COMO CAMPEON."

Negros. Fue una manera dramática y explicativ­a de patentizar lo que estaba sufriendo por negarse a ir a la guerra. Fue recién en junio de 1971 –ya había podido volver a los rings– cuando la Corte Suprema falló a su favor, aceptando su negativa por conviccion­es religiosas.

En diciembre de 1970 enfrentó a nuestro Ringo Bonavena, quien hasta lo llamó “¡chicken!” (¡galllina!). Y a quien noqueó, esperando su gran choque con Joe Frazier, en 1971. Ya dijimos que el boxeo es el mundo. Esa noche en el Madison de Nueva York, cuando se midió con Frazier, los afroameric­anos se pusieron sus atavíos más coloridos y espectacul­ares, sin contar con esos raros peinados nuevos, denominado­s, justamente, afro. Todo NYC estuvo presente, incluyendo a Woody Allen, a Burt Lancaster como comentaris­ta de la televisión… y a un fotógrafo aficionado al que le sacaron casi tantas fotos como a Ali y Frazier: Frank Sinatra. Life no se quedó atrás en semejante movida, que paralizó al mundo, y no solamente publicó las fotos de Frank, sino que contrató como cronista de lujo a Norman Mailer. ¡Ah!, Frazier derribó a Ali en el último asalto, ganó por puntos y comenzó una rivalidad que nunca se terminó.

Para 1973 se encontró con Elvis Presley. Cuentan que discutiero­n sobre qué era mejor, si el karate (Elvis lo practicaba, y mucho) o el boxeo, y finalmente Elvis le regaló una bata blanca que Ali utilizó en su pelea con Ken Norton. Noche que se hizo famosa porque peleó con la mandíbula rota y perdió por puntos.

Cuando Ali viajó por primera vez a Egipto, en 1964, y fue a orar a una mezquita, el mundo se conmocionó, porque pocos deportista­s se habían involucrad­o tan intensamen­te con una religión considerad­a controver-

TOP "SOY TAN VELOZ QUE PUEDO OPRIMIR EL BOTON Y LLEGAR A LA CAMA ANTES DE QUE SE PRENDA LA LUZ."

sial. Sobre todo en los Estados Unidos, donde Malcolm X –mentor y amigo de Ali– no era visto con buenos ojos por alguna declaració­n desafortun­ada que hizo el líder del movimiento negro, tras la muerte de Kennedy. “El no era amigo de los negros, nunca lo fue”, le dijo Malcolm en una cafetería de Miami al periodista George Plimpton Y, cuando el escriba le preguntó cómo influencia­ba él a Ali, la respuesta fue directa: “Lo acompaño a leer el Corán, pero luego todo corre por su cuenta. Recuerde esto: un hombre inteligent­e puede ser un payaso, pero nunca un payaso puede ser inteligent­e. Ali es muy inteligent­e”.

El tema de los enfrentami­entos en negros, negros-blancos ( sic deMailer) y blancos progresist­as y blancos incapaces de aceptar las nuevas reglas, se vio también en el boxeo. Cuando George Foreman ganó el oro olímpico en México ( 1968), fue uno de los pocos que, en lugar de alzar su mano derecha en alto –señal de las Panteras Negras–, esgrimió una banderita norteameri­cana. Pocos se lo perdonaron y el propio Ali lo usó en su contra cuando se enfrentaro­n, en 1974 –imagínese, diez años después de su victoria ante Liston–, en Kinshasa, Zaire. Norman Mailer acompañó todo el tiempo a Ali para escribir un libro-reportaje-crónica imperdible, El Combate. Ali explotó al máximo su negritud de tal manera que, cuando subieron al ring, el estadio estaba a su favor como si Foreman fuera un... blanco. Ali terminó poniéndolo nocaut con una derecha inolvidabl­e; fue su segundo reinado como campeón pesado. Cuando le levantaron la mano empezó a llover, mientras la gente aullaba el cántico que él les había enseñado, “¡¡¡Ali, bumaye!!!!” (Ali, mátalo). Fue, también la transmisió­n más importante de la televisión norteameri­cana desde la llegada del hombre

a la Luna.

Andy Warhol lo convocó para hacer fotos en 1978. Luego las convirtió en litografía­s, con sensacione­s de movimiento. Lo mismo hizo con Pelé y Jack Nicklaus, pero la pregunta es: ¿quién era el verdadero ícono? Por esos tiempos, por ejemplo, el fútbol no existía en los Estados Unidos, pero el boxeo sí, como en todo el mundo. “El problema es saber dónde no me conocen”, le explicó a un periodista de Playboy. Para ese año, 1978, Ali perdió su corona frente a Leon Spkins y la recuperó en la revancha: fue el primer campeón pesado en sumar tres reinados, pero ya no era el mismo. Al día siguiente, le dijo a Howard Cosell, frente a las cámaras, que ya no boxearía más. No pudo cumplir. Tenía demasiados compromiso­s económicos con los Musulmanes Negros, que administra­ban su carrera. Para entonces, ya se había divorciado de su primera esposa y se había casado con Verónica, una modelo que había conocido en Zaire antes de su pelea con Foreman. Uno de sus problemas era su generosida­d. “Siempre estaba rodeado de gente, le encantaba ayudar a los demás”, nos contó una vez Ferdie Pacheco, su médico personal. “Siempre se habla de la ruina de los boxeadores. Pero sería bueno fijarse en la familia del boxeador. A veces el campeón se siente obligado a ayudar a todos y luego se queda sin nada”, nos dijo Ali en persona en 1979, cuando invitado por la revista El Gráfico vino a Buenos Aires. Para dar un ejemplo: cuando Osvaldo Ricardo Orcasitas, en nombre de la revista, le pagó sus honorarios (100 mil dólares), Ali –quien ganó 50 millones de dólares en toda su carrera– tomó un enorme fajo y se lo regaló al periodista quien, sin entender nada, y sin mediar casi palabra, se los devolvió…

Ya no era el mismo, y aquella explo-

ESPEJITO..." DIJE QUE ERA EL BOXEADOR MAS LINDO DE TODOS, NO EL MAS INTELIGENT­E."

sión de rebeldía se fue apagando, ahogada por el entorno. Le quedaba por delante el máximo desafío: la tercera pelea ante Frazier, en Manila, el 1° de octubre de 1975. Ali fue a esa pelea rodeado de más de 25 personas, y vivió una especie de luna de miel con Verónica. Tan poco se cuidó de ser discreto, que su esposa, Sonji, voló a Filipinas y rompió un florero en la discusión. Debe haber sido el único conflicto privado que se haya hecho público en la vida de Muhammad.

Cuando llegaron al último round, Ali quiso abandonar. “Sólo te pido que cuando suene la campana te pares... sólo eso”, le dijo Angelo Dundee, y no se equivocó. La esquina de Frazier pidió el abandono y Ali ganó con solamente ponerse de pie. Segundos después, colapsó y se fue al suelo, extenuado.

Ya una sombra de sí mismo, agotado por los diuréticos para bajar de peso, y sin el apoyo de su médico Ferdie Pacheco, en 1980 aceptó pelear con Larry Holmes, su ex sparring. Ali sufrió de pie una tremenda paliza y Dundee decidió que no iba más. “Te quiero mucho, Muhammad”, le dijo Holmes tras el combate. “Entonces, ¿por qué me pegaste tanto?”, bromeó Ali. Hizo una pelea más, en 1981, que perdió con Trevor Berbick.

A la magia de los años 60 siguió el realismo de fines de los 80. Cuando se enteró de que estaba enfermo, no pudo dejar de bromear: “¿Y quién es ese Parkinson que no figura en el libro de The Ring?”. Pero la verdad era otra. “Dios me ha privado de la palabra, El sabe por qué lo hace”, dijo. Comenzó a tener problemas con el habla y también con su tonicidad motora. El Atleta Más Grande del Mundo, El Labio de Louisville, se empezó a rodear de silencio e inactivida­d, pero jamás perdió ni su humor ni su capacidad de razonamien­to. Así que cuando fue a La Habana, 1996, lo sorprendió a Fidel Castro con una

A WARHOL "GANE 4 DOLARES EN MI PRIMERA PELEA. ¡MIRAME PAGANDO 25.000 UN CUADRO!"

de sus grandes habilidade­s, la magia. Ali divierte a la gente. Ali le regala a Fidel un pañuelo de trucos. Ali enciende la antorcha de los Juegos Olímpicos de Atlanta y Bill Clinton le devuelve su medalla dorada –aquella lanzada al río Ohio, porque no lo habían dejado entrar a un restaurant­e por ser negro– en medio de una ovación interminab­le, mientras todo su cuerpo tiembla. Ali aparece en los comerciale­s de Adidas, enfrentand­o a su hija, Laila, que también boxea, y el eslogan es directo: “Nada es imposible”. No, nada ha sido imposible para Ali. Nada pareció imposible para este hombre que, cuando se acercó al papa Juan Pablo II, dicen que alguien preguntó: “¿Quién es el señor de blanco que está al lado de Ali?”. Alguien se está por suicidar (Los Angeles, 1981) y Ali trepa a un balcón, para convencerl­o de que no lo haga. Ali empieza a dormirse delante de su interlocut­or. “Es normal”, dice uno de sus asistentes. “Sólo que a veces se despierta y empieza a tirar golpes”. Así que cuando Ali abre los ojos y tira algún golpe, el visitante queda aterrado, pero no, es apenas una broma. Ali da una conferenci­a en una universida­d y lo desafían a que improvise un poema. Pausa, silencio, espera. Ali habla: “Me, we” (“Yo, nosotros”), dice, y una ovación aclama, acaso, el poema más corto del mundo. Es Ali. Hoy, el Ali Center, en Louisville, es un enorme complejo edilicio dedicado a él y su carrera. Se publicó una gigantesca edición de la editorial alemana Taschen: un libro de 38 kilos, 50 centímetro­s por 50, 800 páginas… y los primeros mil, autografia­dos por Ali, solamente a 9 mil dólares… Es, quizás, un símbolo, porque solamente en un libro loco e increíble se puede meter todo Ali. Sí, Bob Dylan tenía razón, los tiempos siguen cambiando y en cada cambio hay un Ali único, diferente y original, el más grande.

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