ESPACIOS QUE INTERPELAN
Durante casi todo el siglo XX los memoriales no tuvieron la popularidad de siglos anteriores, cuando se llamaban monumentos conmemorativos. Ahora, han vuelto. Ya no son piezas escultóricas, son usinas de experiencias. Ya no recuerdan batallas, busca expiar los peores pecados de la humanidad. Entre ellos, la Shoá. Estos cambios han hecho que los autores de memoriales ya no sean escultores, sino arquitectos. Se podría decir que el puntapié inicial lo dio, en 1989, Daniel Libeskind con su Museo Judío de Berlín. En su interior, además de exhibir vida y obra de los judíos alemanes, una gran sala vacía recuerda al Holocausto. En ella, el público pisa chirriantes piezas metálicas con caras humanas. La fórmula: despertar conciencia a través de los sentidos. En el camino simbólico, en París, el centro de documentación de la Shoá exhibe un cilindro que simboliza los Campos de la Muerte. En el atrio, el Muro de los Nombres muestra datos de los 76 mil judíos deportados de Francia. Y en el interior, se proyectan sus rostros. En Yad Vashem, Israel, el Museo Histórico del Holocausto de Jerusalem (2005) cuenta con un largo túnel de hormigón que atraviesa 182 metros de montaña para convertirse en un luminoso balcón con vistas sobre Jerusalem. A un costado, debajo de una gran cúpula tapizada de fotos, los visitantes se sienten observados por 600 retratos que miran hacia abajo. Simbolizan a las víctimas identificadas del Holocausto. En la parte inferior, un pozo con agua refleja los mismos rostros como las victimas no identificadas. En 2005, en el Monumento a los Judíos Asesinados de Europa, en Berlín, el arquitecto Peter Eisenman sembró 2.711 prismas de hormigón de alturas variables en un terreno de dos manzanas. En esa grilla de estrechos pasajes, el visitante pierde la noción de lugar. En todos los casos, los sentidos son el camino a las conciencias.