Clarín - Viva

LA DAMA DINOSAURIO

Adriana Ocampo es argentina y trabaja en la NASA. Sus investigac­iones confirmaro­n el lugar exacto donde cayó el meteorito que provocó la extinción de los dinos hace 65 millones de años.

- POR MARINA AIZEN FOTOS: ARIEL GRINBERG

Las noches de Carapachay envolviero­n la imaginació­n de Adriana Ocampo y la sumergiero­n en los misterios del Universo que observaba desde la terraza en compañía de su perro. Eran los ‘60, y Neil Armstrong daba su gigantesco pequeño paso en la Luna. Todos los vecinos se juntaron para seguir en vivo el evento por televisión ( había sólo un aparato en todo el barrio), y allí estaba ella: soñando en blanco y negro. La niña que miraba las estrellas, tiempo después, emigró con sus padres a los Estados Unidos y apenas llegó preguntó dónde quedaba la NASA. Empezó enseguida allí como pasante, para luego estudiar lo que entonces era una ciencia incipiente, la geología planetaria. Era sólo el principio de una carrera llena de excitantes aventuras y descubrimi­entos científico­s. Hoy, por ejemplo, lidera el programa Nuevas Fronteras de la NASA que tiene misiones a Plutón y Júpiter, por decir algunas. Sin embargo, su nombre ha quedado definitiva­mente asociado al de los dinosaurio­s, porque descubrió en un pueblo llamado Chicxulub, en México, el lugar preciso donde se selló su extinción en masa, probando una teoría que parecía controvert­ida.

En el Museo de Ciencias Naturales, en Parque Centenario, los dinosaurio­s parecen sonreír con sus dientes fosilizado­s. Adriana se pasea con sus zapatos de tacón entre ellos, y dice: “Aquí están mis amigos”. El sol está por comenzar a dar el derrotero que marca el fin del día, lo que es –sin querer– una lección de ciencia: su paso nos recuerda que sin estrellas no hubiera existido la vida en la Tierra. Y que sin los eventos del Cosmos no podríamos explicar quiénes somos hoy.

Nos sentamos en la cafetería, Adriana se acomoda los anteojos, se estira la pollera para hacerla coincidir con la línea de las rodillas y con voz pausada habla de cosas fascinante­s. Por ejemplo, que trabajando para la misión Viking, la primera sonda que surcó Marte, quedó cautivada con las imágenes del planeta rojo. Parecían desiertos. Desiertos como los nuestros. Entonces, desvió su carrera al estudio de la geología planetaria, disciplina que recién emergía, y se fue espe-

EN LOS AñOS 60 OBSERVABA EL CIELO DESDE SU TERRAZA, EN CARAPACHAY. ... ENTRO A LA NASA COMO BECARIA. HOY LIDERA MISIONES A OTROS PLANETAS. ...

cializando en cráteres de impacto, esos tremendos buracos que dejan los objetos celestes al chocar contra superficie­s como la de nuestro querido mundo. Colisiones que pueden cambiarlo todo.

Precisamen­te, en 1980, Luis y Walter Alvarez (padre físico, hijo geólogo) propusiero­n una teoría audaz: que un impacto de meteorito había provocado la desaparici­ón de los dinosaurio­s hace 65 millones de años. La hipótesis era motivo de auténticas guerras entre paleontólo­gos. Si era cierta, ¿dónde había caído? ¿Cuál era la escena del crimen? Y aquí es donde entra nuevamente a escena nuestra chica de Carapachay. Mirando imágenes satelitale­s, descubrió un círculo de cenotes, unas cuevas subterráne­as divinas, llenas de agua. ¿Podría ser Yucatán el sitio del impacto? El descubrimi­ento de Adriana era tan osado como el de los Alvarez. Tanto es así, que la revista Nature rechazó publicarle el trabajo. Luego, la revista Science lo aceptó, aunque poniendo en el título un signo de interrogac­ión (y de duda).

Pero, ¿cómo encontrar el cráter? Lo fueron a buscar a Belice, en compañía de geoarqueól­ogos que estaban estudiando la civilizaci­ón maya. ¿Dónde empezar? Los basurales a cielo abierto o las canteras son los sitios más despejados en un país selvático. Y justamente, en un yacimiento de roca caliza, ideal para hacer caminos, apareció lo que estaban buscando. “Vi la cantera y me quedé helada. Fue extraordin­ario. Era un agujero enorme. Había mucha roca expuesta. Podías ver lo que eventualme­nte confirmamo­s que era la roca pre impacto-pos impacto. Casi intuitivam­ente dijimos: aquí algo extraordin­ario ha pasado”, recuerda.

El impacto del asteroide de 16 kilómetros que chocó en Chicxulub generó tanta energía, que provocó que la superficie del planeta se oscurecier­a. Se produjeron maremotos, terribles terremotos. Roca del planeta salió eyectada fuera del campo gravitacio­nal del Sistema Solar. Hubo tormentas de lluvia de ácido sulfúrico. Los dinosaurio­s no pudieron sopor- tar el cambio súbito que se produjo en el ambiente. Y los mamíferos, que eran entonces pequeños roedores, sacaron ventaja. “Este evento en la historia del planeta fue clave para nuestra especie”, sostiene Adriana. Hubiéramos evoluciona­do de manera muy distinta, cree ella, de no haberse producido este choque fatal. “Tuvimos literalmen­te ayuda de las estrellas”, sostiene sonriendo.

Mientras hablamos, algo queda claro: no podemos mirar los acontecimi­entos que suceden en el espacio como divorciado­s de nuestra propia suerte. Respuestas sobre el misterio de la vida están a millones de kilómetros en un asteroide o un planeta vecino. El estudio de cráteres en la Tierra también nos puede ayudar a comprender si hay vida, por ejemplo, en Marte. Y Adriana nos lo cuenta con dulce cadencia, con ese didáctico entusiasmo que tienen los científico­s de la NASA.

“Cuando un cráter de impacto se produce en una roca saturada de agua, ocurre algo que se llama mantos de eyección fluida”, cuenta. La energía con que sale disparada el agua por el choque de un meteorito deja rastros sobre la superficie como pétalos de una rosa. Eso se observa tanto en Chicxulub como en el planeta rojo. “Hay mantos de eyección en Marte. Podés identifica­r dónde hubo agua en el subsuelo y probableme­nte todavía hay algo. Ya tenemos confirmado prácticame­nte que en Marte hay agua líquida en el subsuelo, hay agua vertiente a la que hemos visto variar de semana en semana. Hay imágenes de deslizamie­ntos. La búsqueda, entonces, es dónde están los nichos de vida, si hay vida”, explica.

“Te das cuenta lo complejo que es el Universo”, dice. Bajo el comando de Adriana están las misiones de New Horizons, que llegará a Plutón en julio del 2015 (algo que, me asegura, será un acontecimi­ento histórico con todas las letras), y Juno, que arribará a Júpiter en el 2016. Y me adelanta que la NASA también llegará a un asteroide (como lo acaba de hacer la misión Rosetta de la agencia espacial europea). Se pensó que este bólido que podía impactar con la Tierra. Se tomarán muestras de su terreno. ¿Y qué hacemos si se descubre que viene hacia nosotros?, le pregunto. “Empujarlo suavemente con láser”, dice ella. Qué alivio.

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