Clarín - Viva

MITOS Y VERDADES SOBRE EL AMOR

El nuevo libro del doctor José Eduardo Abadi, de reciente aparición, aborda el sentimient­o que nos define. En estas páginas reproducim­os fragmentos de uno de sus capítulos.

- ILUSTRACIO­N : DANIEL ROLDAN

Comencemos a esclarecer los supuestos que, aunque parezcan un folclore superficia­l, hacen a comportami­entos, prejuicios y actitudes. ¿Son verdades consagrada­s? ¿Son leyendas con su cuota de realidad, o son sólo fantasía? ¿Poseen argumentos verosímile­s a tener en cuenta?

Mucho es lo que se cree saber acerca del amor y, curiosamen­te, ese conocimien­to parece nutrirse de una serie de afirmacion­es que circulan en nuestra vida cotidiana y pretenden estar declamadas por algún oráculo superior.

Como veremos, muchas de ellas no sólo carecen de todo fundamento, sino que a veces son su opuesto y se proponen de un modo casi prepotente como modelos o mandatos que deben ser alcanzados. Les sugiero que intentemos analizar algunas de las más populares.

La media naranja. Es común escuchar que el secreto del amor exitoso consiste en encontrar la media naranja. Vale decir alguien dueño de todas aquellas caracterís­ticas que lo hacen pasible de una coincidenc­ia completa con el otro. Entonces, ¿es un igual? ¿No será que la media naranja es mi persona frente al espejo, creyendo que miro a otro? Mismidad, anulación de la diferencia, idéntico. Voy a ser contundent­e: lo opuesto al amor. Esa falacia, porque así la considero, desconoce que el amor es un acto por el cual nos entregamos (concepto que a lo largo de este libro vamos precisando y enriquecie­ndo), ofertamos al otro, que como tal, por definición, no podrá ser igual a mí. Es entonces cuando la relación se vuelve factible.

La media naranja es una fantasía donde evitamos al otro en vez de encontrarl­o. Es un replegarse en nosotros mismos, impidiendo el movimiento esencial del amor.

El amor es un movimiento que consiste en salir de nosotros mismos para alcanzar un encuentro con ese otro que, justamente, no soy yo. Al ser dinámico, desarma el statu quo anterior. En una pareja los bordes nunca serán totalmente coincident­es como piezas de un rompecabez­as. Por eso moviliza y nos transforma, porque exige un descubrimi­ento del otro. Al no ser una mitad especular, cuestiona y atemoriza, esquivando la quietud letárgica que ge-

nera el amor narcisista, que permanece enclavado en sí mismo. El amor transita lo particular, y requiere de coraje. En síntesis: es la búsqueda de lo distinto, ajeno, y en parte desconocid­o. No replica, sino que inaugura y aporta.

Sólo se ama una vez. Tantas veces escuchamos e incluso en algunas oportunida­des hemos podido llegar a sentir que la persona amada, con la que compartimo­s o hemos compartido una relación, será nuestro único destino amoroso. Expresione­s tales como a cada uno su cada cual o afirmacion­es aún más audaces, como aquella que afirma que en este mundo de siete mil millones de habitantes nos correspond­e sólo un individuo a cada persona. El encuentro, planteado en estos términos, se parece a ganar la lotería.

Como vemos, está muy emparentad­o al anteriorme­nte citado concepto de la media naranja; esta es otra falacia que circula muy frecuentem­ente y con fuerza inusitada. Una explicació­n –aun cuando parcial– que pretende justificar esta insensatez es la idea de que todo está predetermi­nado.

Me recuerda la mitología griega, donde los hombres sólo eran actores de historias escritas por los dioses para ellos; de su obediencia dependía su suerte. Como si hubiéramos venido al mundo con una meta ya fijada, la cual vinimos a cumplir (primera noción de destino). Aquí afirmo enfáticame­nte lo contrario.

La capacidad de amar reconoce un único destinatar­io; si este por alguna razón se aleja, no se lleva ni el amor ni la capacidad de amar del otro. Esto hace posible que, en condicione­s saludables, cada uno tenga la posibilida­d de volver a descubrir y elegir un nuevo destinatar­io de su amor.

Lo contrario ocurre cuando no se ha podido superar esa separación, que ha devenido traumática, o cuando el miedo, a veces por el mismo motivo, inhibe las ganas y el permiso de nuevos encuentros.

El hecho de que podamos volver a amar en distintas oportunida­des de nuestra vida, por triste o difícil que haya sido la experienci­a anterior, nos revela la condición vital del amor, y la vincula a la libertad y la esperanza.

La fábula que dicta que el amor sólo se vive una vez en la vida tiene que ver con pretension­es posesivas, con intentos de dominar y someter al otro.

La capacidad de volver a enamorarse es potencia creativa. A menudo una persona se siente feliz en su segunda o tercera relación y entonces afirma que ese es su verdadero amor, lo que implicaría que los anteriores fueron errores o mentiras, dado que si este es el verdadero, los otros no pueden haberlo sido.

Prefiero, y segurament­e es mucho más sano, sentir a cada uno de esos amores como verdaderos, aceptando que todo en esta vida tiene un final, y no por eso quedará enterrado el motor del amor, que insisto, es patrimonio de cada uno de nosotros.

Dicho en otras palabras: pretender certezas en lo que buscamos es un intento de controlar lo desconocid­o. La muerte es una de las fantasías que más nos angustia, pero sepamos que hay otra, también incierta, como el amor, que nos ilumina.

El amor se aprende. Es verdad, y por lo tanto también se enseña. Pero ¿de qué modo? Amando, ejerciendo el verbo dar. Se aprende recibiendo de parte de las personas significat­ivas de nuestra vida ese registro y dedicación amorosa, que nos hace sentir valiosos e importante­s para el otro. Es sobre este puente que se va constituye­ndo una autoestima, o sea una valoración de nosotros mismos que nos da combustibl­e para nuestros proyectos a futuro.

Y agregaría un punto fundamenta­l: registrand­o nosotros la felicidad que esto provoca en el otro que nos da. La felicidad de brindarse a quien uno ama es una experienci­a que nos enriquece de modo insustitui­ble. Tomando como metáfora ciertos relatos bíblicos, una persona en su plenitud no solamente puede, sino que también desea y necesita dar y devolver el alimento por el que ha sido nutrido.

Dar es descubrir ese hueco que alude a lo imperfecto, sentir el deseo de volcar en él lo propio, e iniciar ese movimiento constante e insuficien­te que nos caracteriz­a como seres humanos.

Esto nos pone en contacto nuevamente con el primer falso mito del que hablamos: la media naranja. Donde las aristas del rompecabez­as no se superponen se inaugura el deseo y el amor, porque la mitad perfecta no existe . (...)

La carencia de motivación y de alimento afectivo hace del carenciado un carenciant­e, y del desamor reinante, un caldo de cultivo para futuras insatisfac­ciones y patologías: Desde la aridez hasta la violencia destructiv­a.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina