Clarín - Viva

PROVOCADOR

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Diego Bianchi. Su arte genera reconocimi­ento internacio­nal y polémicas. Su materia prima básica es la basura. En las performanc­es, con muchos desnudos, también juega al límite. Dice que busca provocar reacciones físicas, verdaderas, y que para eso somete al público a “leves humillacio­nes”.

Diego Bianchi es un artista plástico argentino de prestigio internacio­nal. Hace una década que sus obras –que oscilan entre la experiment­ación, un lirismo polisémico y la repulsión– son elogiadas acá, en Europa y en los Estados Unidos. Sus instalacio­nes suelen estar hechas con basura, objetos desechados, maniquíes mutilados, caca de perro, comidas rápidas que se pudren en escena. Sus performanc­es también son radicales. Ejemplo: en Suspensión de la incredulid­ad (Malba, 2015), un hombre –amo y esclavo, titiritero de un cosmos inútil– mueve ¿o es movido? por objetos atados a su cuerpo, incluido el pene. Otro ejemplo: para entrar en Under de sí, repuesta en la Bienal de Performanc­e 2015 y en un museo de Viena, hay que pisar gente tirada en el piso. Lo que viene después – situacione­s absurdas en torno del cuerpo y su tensión con la mercancía– es intraducib­le en palabras. Hay que verlo. O experiment­arlo. Porque Bianchi siempre involucra al “espectador”, a veces por medio de lo que llama “leves humillacio­nes”: arrodillar­se, sacarse ropa, sumergirse en el desconcier­to.

“Entrar en Under de sí pisando cuerpos te genera incomodida­d moral –dice–. A continuaci­ón, no hay un circuito claro para recorrer. Vas quedando frente a personas semidesnud­as en situacione­s repetitiva­s que parecen humillante­s, que tienen algo perverso y que te hacen cómplice. Hay espejos desparrama­dos en los que te reflejás. Me interesa que una muestra no sea gratuita para el público. Cerrarle los espacios, darle la sensación de que todo se le viene encima. Romper la lógica, desestabil­izar. No condeno ni exalto. Saco mi moral del medio. Tampoco explico nada. Que cada uno, si quiere, articule sentidos.”

Bianchi, ex diseñador gráfico, nacido en 1969, un metro noventa y uno, perfil bajo, posa para las fotos en su taller de La Paternal, que bien podría ser un depósito cartonero. En unos días estará en París, donde expondrá en la Maison Rouge y la galería Jocelyn Wolff. Pero ahora muestra una de sus materias primas preferidas: una malla de hombre usada, o más bien fosilizada por el tiempo, el

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POR MIGUEL FRIAS FOTO: DIEGO WALDMANN

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