Ojos abiertos y un espacio para la ilusión
Los Juegos Olímpicos son una experiencia para abrir los sentidos. En particular, la vista porque hay mucho para deslumbrar a los ojos. Mirados con ojos argentinos, eso sí, incluyen tanto la esperanza como la incertidumbre. Hablamos de un país que, al cabo, pasó por dos Juegos -los de 1976 en Montreal y los de 1984 en Los Ángeles- sin ganar ni una medalla. Los Juegos representan mucho más que lo que exponen las medallas, pero las medallas son un eje fuerte de esta historia. Para clavar los párpados en Río de Janeiro, los deportes colectivos encienden la ilusión: el fútbol y el hockey sobre césped (en mujeres y en varones), llegarán con argumentos para avanzar hasta las semifinales, o sea para inentar subir al podio. Y es ese el sueño con el que desmbarcarán el básquetbol y el vóleibol masculino, acaso apenas abajo de los otros tres equipos en el ranking de las posibilidades . A las tristezas de que el remo (dueño de una tradición grande en el país) viajará con una presencia testimonial y de que el taekwondo (que tuvo en Sebastián Crismanich a nuestro último campeón olímpico) no tenga representantes, se les pueden contraponer los sueños de Paula Pareto -medallista en 2010- en judo y los de Federico Grabich en la natación. Junto con ellos, el yachting hará su clásico aporte, con el condimento emocional que suma Santiago Lange, repuesto de una enfermedad, gran navegante que competirá en una clase mixta, con Cecilia Carranza. Techo de seis medallas, piso obvio y no descabellado de cero. Ahí va Argentina. Con lo que hay y con lo que falta, desde luego. Pero siempre olímpica.