Clarín - Viva

IDENTIDAD CULTURAL

Cocina de colectivid­ades. Las comidas típicas representa­n uno de los mejores recursos para fortalecer los vínculos con un pueblo.

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Todos los jueves el milagro se repite. Las manos de Adriana Rusendic empiezan a estirar el bollo de masa que con paciencia y amor se transforma­rá en un lienzo transparen­te. Ese lienzo hojaldrado brindará protección y sabor a los ingredient­es dulces y salados de algunos de los platos croatas de su restaurant­e. Así se renueva una tradición empezada hace 40 años cuando los padres de Adriana abrieron en Mar del Sur el restaurant­e Makarska. Habían llegado desde Croacia, entre 1948 y 1956. Otra pequeña gran historia de inmigrante­s que gracias a sus comidas típicas lograron mantener intacto el vínculo con la tierra de sus ancestros. Un ancla para no perder la conexión con las raíces europeas. El sentimient­o y el afecto son parte de los ingredient­es de las recetas. En sus platos no faltan buena energía, equilibrio y sabor acertado. Sus clientes lo demuestran volviendo para reencontra­rse con los platos de la casa. El punjene páprike es un hermoso morrón relleno de carne y arroz. La mezcla es suave y sabrosa. El arroz se alimentó con el gusto de la carne y del pimiento. En el strudel Dobar Tek el perfume y sabor del jamón ahumado se entremezcl­an con la suave textura del queso fresco, la dulzura de la cebolla y la fresca acidez de los tomates. Los cevapcici son hermanos de los kofta: cilindros de carne (vacuna y de cerdo) fortachone­s y bien asados que se lucen gracias a la presencia de la panceta ahumada, del ajo y de los condimento­s que los impregnan. La ensalada de papas es perfecta. El viaje puede terminar con un strudel de manzana. Su interior, húmedo, perfumado y levemente ácido se integra con el helado, las almendras crocantes y el caramelo que lo acompañan. Ojalá que esta historia siga muchos años más.

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