Clarín - Viva

Cuando los celos arruinan todo

Los casos de Pampita-Vicuña y Barbie VélezFede Bal superan el marco mediático: la llamada “celopatía” puede apoderarse de cualquiera. ¿Cuáles son los límites entre la desconfian­za, la paranoia y la locura?

- POR MARIA FLORENCIA PEREZ∙ ILUSTRACIO­N: DANIEL ROLDAN

Desde el hálito trágico del shakesperi­ano Otelo, pasando por la enajenada Glenn Close de Atracción Fatal, hasta los insuflados escandalet­es mediáticos de las duplas Pampita Ardohain/Benjamín Vicuña y Barbie Vélez/Fede Bal, los celos demuestran no distinguir época, género, ni clase social. Es una de las emociones más avergonzan­tes y con peor prensa que, sin embargo, se impone con apabullant­e transversa­lidad. El terror a perder la atención de la persona amada suele ser el disparador. Ese miedo puede surgir por motivos reales o ser el resultado de una fantasía paranoica. En cualquiera de ambos casos, la consecuenc­ia es un vínculo destructiv­o, padecido por ambas partes: el del celoso (que se angustia y agrede) y el del celado (que se siente castrado, perseguido y se autolimita).

La idea de que los celos son románticos o de que representa­n una suerte de prueba de amor verdadero, queda descartada para los especialis­tas. Luis Buero, psicólogo social que durante diez años coordinó un grupo de autoayuda focalizado en el tema y escribió el libro Los celos en los vínculos cotidianos (Del Nuevo Extremo, 2011), es terminante al respecto: “Cuando nacemos, somos apenas un organismo viviente, creemos estar fusionados a otro ser, la madre. Pero un día descubrimo­s que hay un yo y un noyo, y ahí nos preguntamo­s ‘¿De qué me disfrazo para ser único para ella?’. Por eso, los celos tienen que ver con el amor propio y no con un amor verdadero hacia el otro. En pequeña medida pueden ser un motor pulsional del deseo pero los celos tóxicos, obsesivos, paranoicos, son destructiv­os de cualquier vínculo”.

Enredarse en la paranoia. “Nunca fui especialme­nte celoso, hasta que le metí los cuernos a Vero, mi pareja. Primero sentí mucha culpa y después empecé a desconfiar de ella. Si yo había sentido deseo por otra y había podido concretarl­o con tanta facilidad, mi novia también. Entonces le empecé a revisar el mail, el Facebook, el WhatsApp maniáticam­ente. Aprovechab­a cuando se duchaba, o salía a pasear el perro mientras Vero dormía, en plena madrugada, y me llevaba su

teléfono. No esperaba encontrar mensajes de tipos porque suponía que ella los borraría, como había hecho yo en su momento. Pero buscaba los mails de su grupo de amigas donde se cuentan todo tipo de confidenci­as. Esta obsesión me llevó a desconecta­rme de mis obligacion­es, perdí materias en la facultad por pasarme noches sin dormir. ¡Consultaba en Internet los consumos de su tarjeta SUBE para saber por dónde había estado! Hasta llegué a averiguar sobre programas para robarle las contraseña­s. Quería vigilarla a la distancia, desde el trabajo, la facultad, donde fuera. Leer todo, todo, antes de que ella lo borrara”. (Juan, 27 años, estudiante de Farmacia).

En tiempos donde los vínculos están atravesado­s por la tecnología, Internet y las redes sociales, la manía escrutador­a del celoso encuentra en estos elementos fieles dispositiv­os de control que generan desde malentendi­dos y peleas hasta separacion­es. Para la psicoanali­sta Silvia Ons, autora de Amor, locura y violencia en el siglo XXI (Editorial Paidós, 2016), este fenómeno es una de las grandes paradojas de los tiempos que corren: “Uno puede pensar que esta época predispone a la infidelida­d porque el imperativo es que hay que gozar todo el tiempo, ser feliz constantem­ente. Cuando la pareja no responde al goce permanente aparece la posibilida­d de algo nuevo con la ilusión de que lo que sigue va a ser mejor. Sin embargo, la tecnología genera que la infidelida­d esté más controlada que nunca. El celoso tiene el ojo puesto en el otro y ahora que la imagen, los celulares y la computador­a dominan todo, ese ojo se alimenta. Hay una fantasía de hipercontr­ol en este mundo paranoico que vivimos hoy”.

Tergiversa­r la realidad. “Nunca me fijo en tipos lindos porque no me dan seguridad. Los elijo más feos que yo y muy protectore­s porque tengo terror al abandono. De cualquier forma siempre aparecen mis dudas. Hace unos años empecé a salir con alguien de mi laburo. Hice todo lo posible porque me trasladara­n a la misma área que él. Quería controlar sus charlas, sus comentario­s, sus miradas. Perdí concentrac­ión en mi trabajo y me metí en problemas por eso. También lo empecé a poner a prueba. Organizaba salidas con mis colegas y a último momento inventaba excusas para no ir pero le insistía a él que fuera. Una hora y media después caía de sorpresa para chequear si mi novio había logrado alguna conquista. Nunca lo enganché en nada. Si por alguna razón no estábamos juntos, después lo interrogab­a, le hacía preguntas de diferentes maneras, en distintos momentos del día para que pisara el palito. Mis amigas me decían que estaba loca, que él era un santo por tenerme tanta paciencia pero eso no me aliviaba. Siempre encontraba una excusa para desconfiar”. (Sol, 36 años, periodista).

En toda relación de pareja atravesada por la problemáti­ca de los celos hay una dinámica tortuosa planteada por una de las partes que distorsion­a la realidad y somete y la otra, que en su afán de disolver el conflicto, restringe sus libertades individual­es y tolera en exceso. Para María Esther de Palma, profesiona­l de la Sociedad Argentina de Terapia Familiar, esto plantea un círculo vicioso: “El celoso ve lo que quiere ver y trata de llevar al otro a que actúe para confirmar sus dudas. Esto genera un círculo de interacció­n negativa muy difícil de romper pues el celoso tiene muchas dificultad­es para reconocer que su situación tiene pocos elementos de la realidad”, explica. “Y el celado no logra comprender que lo que sucede escapa a lo que haga o deje de hacer, no puede ayudar al otro a generar confianza y se culpa de las situacione­s que suceden en su relación. Trata de ser más tolerante, está atento a no generar conflicto, esto a su vez aumenta la desconfian­za de la pareja que piensa: ‘Algo habrá hecho para tener esta conducta, está tratando de disimular lo que pasa’”.

Llegar a la violencia física. “Me defino como una celosa global. Cuando estoy en pareja quiero ser el todo del otro, el centro de su vida. Me siento fácilmente desplazada, me pongo mal por su profesión, sus salidas, sus logros. Lo no compartido me angustia. Hace tres años inicié una relación con Fernando, un flaco casado, diez años mayor que yo. Los fines de semana, cuando él estaba con su familia y me quedaba sola, yo enloquecía. No paré hsasta conseguir que se separara. Un año después lo tenía viviendo conmigo. Pero si él salía de casa para trabajar, para ver a su hija o a algún amigo, estaba convencida de que me hacía lo mis-

mo que a la ex y se lo reprochaba todo el tiempo. Los escándalos eran cotidianos y cada vez con más violencia. Se nos fue todo de las manos cuando empecé a hacerle escenas en lugares públicos. Yo me sacaba y él también. La última vez fue en una playa. Lo agarré mirando a una piba y me volví loca. Nos fuimos a las manos e intervino la policía. Eso fue el fin de la relación”. (Viviana, 25 años, peluquera).

Hay una regla en la que todos los especialis­tas acuerdan, en todo vinculo contaminad­o por los celos hay violencia. Y no se trata sólo de embates físicos: atormentar a la pareja, perseguirl­a, acecharla o darle indicacion­es sobre su vestimenta, vulnera su subjetivid­ad. Mariana Palumbo es investigad­ora y forma parte del equipo del Programa contra la violencia de género de la Universida­d Nacional de San Martín. En su tesis de maestría sobre amor y violencia en noviazgos jóvenes analiza este tema desde una perspectiv­a estructura­l: “El amor romántico asume la idea de posesión: ‘Yo soy todo para el otro y el otro es todo para mí’, por eso aparecen los celos que están basados en el control, una práctica en sí misma violenta. Ambos géneros son celosos por igual pero ejercen el control de diferente forma. La violencia física de parte de una mujer no es vista como una amenaza para el hombre. Por eso la mujer tiende a buscar un efecto con violencias laterales como puede ser vulnerar la intimidad de la pareja. En cambios ellos sí acuden a la violencia física que es una forma de reafirmar sus masculinid­ad y su autoridad”.

Hacerse la película. “Cuando la conocí a Marcela pensé que nunca me iba a dar bola. Linda, joven, simpática, exitosa: tenía todo para estar con quien quisiera. Logré seducirla, pero el idilio duró poco. Cuando empezamos a salir enseguida me salió el monstruo inseguro de adentro. La agobié con mis demandas. Le pedía que se reportara a toda hora, que no se vistiera tan llamativa, le reclamaba que le prestaba más atención a sus amigos que a mí. Al principio, ella cedía a todo pero al final se cansó y me puso un ultimátum. No más reclamos, no más reportes ni indicacion­es. Me mandó a terapia. Pasaba el día sin tener noticias de ella y mi imaginació­n estaba desbo- cada. Mi psicóloga me recomendó que redactara todo lo que se me pasaba por la cabeza como si fuera una ficción. En una agenda empecé a escribir hora por hora, día por día los detalles de la vida ‘paralela’ de Marcela. Tipo: 8 AM se despierta y responde los mensajes que tal ex le mandó durante la madrugada. 9.30 AM su jefe X la pasa a buscar en auto por la casa. 13 PM. Aprovecha la hora del almuerzo para irse a un telo con X. Con Marcela me terminé separando , pero encontré un hobby, empecé un taller literario y escribí mi primer cuento con toda esta historia”. (Pablo, 39, sociólogo).

Hay que reconocerl­o: pocas emociones entrenan tanto la imaginació­n y la capacidad de análisis como los celos. Y el recurso de sublimar tanta obsesión, angustia y dolor a través del arte no es poco frecuente. Luis Buero, que además de psicólogo social es escritor y guionista recuerda un caso célebre: “El propio Damián Szifrón confesó en entrevista­s que su primer filme, El fondo del mar, donde Dolores Fonzi engaña a Daniel Hendler con Gustavo Garzón, refleja las insegurida­des y la paranoia que sentía con respecto a su novia en ese momento. Escribir es sanador, lo mismo que usar el humor porque desdramati­za. Sobre todo cuando la persona consigue afrontar una asignatura pendiente, como puede ser producir una obra de arte y empieza a recibir reconocimi­entos y caricias de otros ámbitos ajenos a la pareja. Esto es una posibilida­d con los neuróticos, que somos la mayoría. En cambio, no funciona con el psicótico, que tiene una certeza delirante y es incapaz de reflexiona­r”.

EN TIEMPOS DE INTERNET Y REDES SOCIALES, LA MANÍA DEL CELOSO ENCUENTRA AHÍ DISPOSITIV­OS DE CONTROL, LOS CUALES GENERAN MALENTENDI­DOS Y PELEAS. INCLUSO, HASTA SEPARACION­ES. ...

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