Un hombre que se animó a ser auténtico
La primera impresión que provoca Diego (luego se modifica) es la de un hombre inquieto y que respira simultaneidad: transmite una curiosidad joven y, también –aunque menos manifiesta–, una cierta timidez. Es amable, respetuoso y permeable para atrapar lo que escucha sobre él; desde mi lugar en el diálogo, registro cómo lo reflexiona y lo retiene. Como sucede en esta vida, la suya es un punto de intersección entre lo previsible y lo inédito; la aceptación de ciertas expectativas familiares y el permiso interno –y también externo– para desalojarlas y probar cambiarlas. La facultad y el escenario. La psiquiatría y el teatro. La imaginación apostando a otra cordura. Cambios que, en realidad, fueron la búsqueda de su autenticidad. Esta no puede transcurrir sin miedo y sin ansiedad. ¿Acaso lo nuevo es ajeno a la duda? Quiero subrayar con esto un aspecto importante que surgió en el diálogo con Diego cuando aludíamos a los mandatos inconcientes que significan expresiones como “lo seguro es lo aprobado por la convención social”. En otras palabras, también quiere decir: “Innovar puede terminar en un fracaso”. Queda claro que se habla de soledad y de desaprobación; es meritorio el trabajo que tuvo que hacer para rescatar –de su propio mundo interno– el valor de su vocación (y la autoestima) y sinergizar, de un modo armónico, sus múltiples aristas, impidiendo un innecesario bloqueo sintomático. Lo acompaña una merecida popularidad, pero sabe que la comodidad no debe alcanzar. Por eso, ensaya alternativas con una característica importante: la modestia. Tiene proyectos y muchas ganas. Es una buena sinergia.