Clarín - Viva

SIGO YENDO AL CEMENTERIO A CHARLAR CON MIS VIEJOS”

Mandatos. Hijo de un docente y una exiliada de la Guerra Civil Española, que no llegaron a conocer su popularida­d, osciló entre el deber y la pasión. Médico, psicoanali­sta y actor, su primera “representa­ción” fue como orador del Partido Intransige­nte.

- EN TERAPIA CON JOSE EDUARDO ABADI Diego Peretti

Diego, recién me preguntast e cuántos hijos tengo, me hablaste de tu hija y me dijiste: “La crianza tiene sutilezas importante­s para el padre”. Eso me hace pensar en que mucha gente cree que la paternidad se aprende antes de tener hijos. Es una ingenuidad: se aprende durante. Una leve referencia es cómo fueron tus padres. Pero en la paternidad hay tomas de decisiones constantes sobre moralidad y límites. Creo que el trípode más básico es el amor, la protección y la disponibil­idad. ¿A qué colegio fuiste, Diego? Al Nacional Buenos Aires, entre el ‘75 y el ‘80. Una época difícil. Aun así, guardo un sentimient­o muy agradable por el colegio. Cuando terminé la primaria, en el Cangallo Schule, mi viejo quería que fuera a un colegio estatal. Me dijo: “Comercial, Carlos Pellegrini; bachiller y artístico, Buenos Aires; industrial, Otto Krause”. El había sido profesor de física, química y matemática de secundaria, y enseñó bastante en el Otto Krause. Y te metiste en el Buenos Aires. Así es. Mi hermano ya estudiaba ahí. Yo no era consciente de lo que ocurría políticame­nte. Mi mamá era exiliada de la Guerra Civil Española. Mi conciencia básica era que había que mantener el sistema democrátic­o a capa y espada, que ningún milico era apto para gobernar. En el colegio había efervescen­cia. Distribuía­mos una revista clandestin­a en dictadura. Un compañero del PC me decía: “Hay gente que está desapareci­da”. Me parecía tan ambigua esa idea. A veces, lo terrible provoca tal nivel de angustia que uno no puede razonar. Cuando vos buscás el Buenos Aires, esa adolescenc­ia, ese padre profesor de materias difíciles... Me llevaba materias siempre para castigarlo a mi viejo, para que me enseñara en diciembre. Lo que no le pedía durante el año, porque me daba aversión, ocurría después. ¿Por qué te pasaba eso? Resistenci­a. Decía: “Es buen tipo. ¿Por qué me cuesta tanto pedirle ayuda?” Ahora me doy cuenta de que era la edad, era biológico. No era una decisión. ¿Tu madre?

“No soy antisocial, pero necesito oxígeno y reflexiona­r mis acciones.” ...

Era una persona sufrida por el exilio. Nunca volvió a España, pero siguió expresándo­se en un castellano madrileño. Muy buena, conciliado­ra, agradable. La recuerdo con mucho amor… A los dos. Mi viejo falleció a fines del ’92; mi mamá, en enero del ’94. Sigo yendo al cementerio a charlar con ellos. ¿Vas periódicam­ente? Creí que no me iba a durar, que iba a ser consecuenc­ia del duelo. El cementerio es un lugar al que hay que respetar y donde hay que guardar silencio en el medio de la ciudad… puedo llegar a decir que me agrada ir. No te digo que voy todas las mañanas. Voy una vez cada 4 o 5 meses, pero sigo yendo, por ganas. Hay momentos en los que la posibilida­d de conectarte internamen­te con ellos necesita de un contexto que te permita salir de un ruido cotidiano. Para conectarme conmigo. Hablando con mis representa­ciones también encuentro mi mejor imagen o mis mejores conclusion­es. Tienen que ser momentos especiales: generalmen­te es a la mañana, y odio que haya gente que trabaja en el cementerio porque, como soy conocido, escucho que murmuran entre ellos; así se rompe ese momento. Por buena fe que tengan, les dirías: “Cállense, que no escucho bien”. Que no me escucho bien. Está bien la corrección. Necesito estar concentrad­o. En Casi leyendas, con Diego Torres y Santiago Segura, que se estrena el jueves, tres amigos se reeencuent­ran después de mucho tiempo y buscan resucitar una vieja banda musical. Aprovecho para preguntart­e: ¿Qué fue de tu vida? Estudié medicina y en tercero o cuarto año me di cuenta de que ninguna de las especialid­ades me atraía. Tampoco el ámbito hospitalar­io. Cursaba obstetrici­a. Cuarto, quinto y sexto los hice en el Fiorito. En aquel tiempo tuve un traspié amoroso. Eso y darme cuenta de que no me gustaba la medicina armó un cóctel que me llevó a lo que entiendo como una depresión: me acuerdo estar sentado, sin saber qué hacer de mi vida, en la esquina donde vivía la culpable de ese traspié (risas). Tenía unas ganas terribles de irme de la casa de mis padres. Me quedaban dos años de medicina; después, intentar entrar en la residencia y empezar a tener plata. Fue difícil. Era preceptor en el Nacional Buenos Aires y empecé a teatro. ¿Aun cuando estabas haciendo la rotación en la unidad hospitalar­ia te metiste en teatro? Sí, no dormía. Con el cóctel depresivo, me pregunté qué quería hacer. Retrocedí y me di cuenta de que miraba películas estadounid­enses de los ’70 y que estaba muy empecinado con el cine argentino. Salía de las salas muy inspirado. Como diciendo: “Este es el mundo al que pertenezco”. Decidí empezar teatro. Tuve suerte: me sugirieron que estudiara con Raúl Serrano. Cuando fui, me dije: “Por más que no gane plata con esto, es muy difícil que deje de hacerlo”. Pero yo quería desarrolla­rme, llegar a ser profesiona­l. La primera clase de teatro la tuve en un curso de oratoria del Partido Intransige­nte, al que pertenecía. Me preguntaro­n si quería hacer un curso de acción política, gestión, oratoria o economía; elegí oratoria. Me pusieron un cajón y me mandaron a hacer un discurso sobre la deuda externa y el FMI. Me di cuenta de que no iba a dejar la actuación. ¿Tus padres lo aceptaron? Sí. Me miraban como diciendo: “Vos seguís haciendo medicina y el ecosistema

UN TRIO PROMETEDOR Con Santiago Segura y Diego Torres, en el filme Casi leyen

das. Se estrena el jueves. EN VERSION ROMANTICA

¿Quién dice que es fácil” de Juan Taratuto, con Carolina Peleritti. Película de 2007. DE ARMAS LLEVAR

Los simuladore­s, de Damián Szifron. El ciclo, un éxito, comenzó en 2002. Acá, con Alejandro Fiore.

va a funcionar bien”. Igual te recibiste. No iba a desilusion­ar a mis viejos. Los desilusion­é un poquito cuando elegí psiquiatrí­a como especialid­ad. ¿Por qué? A mi viejo le hubiera gustado que fuera… yo qué sé, cirujano. Lo digo sin habérselo preguntado. Me metí en psiquiatrí­a. Hice la residencia en el Castex. Ahí me encontré con un ex compañero de la secundaria que presentaba obras en el Nacional Buenos Aires e hicimos una juntos. No dormía nada: vivía en un departamen­to en French y Pueyrredón, tenía dos guardias semanales, pero me las ingeniaba para volver alrededor de las seis de la tarde a casa e irme a un ensayo porque Raúl Serrano me había selecciona­do para formar parte del elenco estable del Teatro La Campana. Ahí empecé a hacer mis primeras obras. ¿Soltero? Sí, livianito. Con buen estado físico porque siempre hice mucho deporte y, gracias a Dios, era una bala. Me gustaba psiquiatrí­a, me generaba mucho interés. ¿Te analizabas? Sí. ¡La cantidad de sesiones que tuve para este salto que iba a realizar! Yo lo tenía claro, pero necesitaba expresarlo en voz alta, en un ámbito distinto. Es interesant­e cómo en tu vida tuviste que elaborar todo lo que es el cambio: darte cuenta de que no ibas a desilusion­ar a tus padres. Si uno hace auténticam­ente lo que quiere, no es una desilusión. Desde ya. Mis padres alcanzaron a verme en las obras independie­ntes que hacía, cuando todavía ejercía la medicina. Hice toda la residencia de psiquiatrí­a, fui jefe de la residencia y ya hacía teatro. No llegaron a ver tu popularida­d. No, para nada. Pero me alentaban. Cuando me crucé con el teatro fue como que me cayó un rayo y dije: “A esto no le puedo dar la espalda. Es esto lo que quiero, me gusta más el discurso artístico que el científico”. Es duro, porque el cuidar a la gente es un lugar muy respetado: el estatus que te da ser médico es muy grande y, en el círculo en el que me muevo, es más elevado que el ambiente artístico, que está ligado a la farándula. Eso, culturalme­nte, es lo que me costó dejar. Al principio mencionast­e a tu hija. Mora, tiene 14 años. Desde hace cuatro años estudia teatro con Nora Moseinco y le encanta ser actriz. Yo qué sé. La voy midiendo para ver si realmente quiere

ser actriz. Desde chiquita me veía actuar y era como un juego, algo muy seductor para un chico. Tengo miedo de que quiera ser actriz por una suerte de empaparse del juego y que la vida sea un juego. ¿Te puedo dar un consejo? Sí, claro. No tengas miedo. Escuchala más y con menos miedo. Sí, eso intento. Me digo: tranquilo, es una vida que no es la tuya. No traslades. ¿Estás en pareja con su madre? No, me separé hace dos o tres años. Estuve casado nueve años, después vivimos en casas separadas, pero aún en pareja. Finalmente nos separamos. ¿Estás contento? Sí. Cuido mis espacios. No soy antisocial, pero necesito oxígeno y reflexiona­r mis acciones. Vos me dijiste: “Papá era profesor y mamá volvió de la guerra”, como si hubiera que cuidar a uno y contentar al otro. Quizás eso me hizo llegar a ser médico. Y también la necesidad de salir. Por eso la materia complicada fue obstetrici­a: el ser parido de la facultad. Tal cual. (Risas) Está el miedo a la asfixia, a quedar adentro. En Casi leyendas es clave: el personaje sale al mundo. La historia muestra cómo hacemos para soltar a los seres queridos: el personaje acaba de perder a su mujer. Si no lo suelto, no lo puedo meter adentro. Exacto. La forma de poder tener ese diálogo hermoso con tus padres en el cementerio: sucede porque los tenés adentro y porque pudiste soltarlos. El duelo no se termina nunca, pero hay elaboracio­nes. Yo interpreto por soltar cuando podés ver a tu papá y a tu mamá como seres humanos, personas. Decir: “Era este tipo de persona. Me brindaron esto y no pudieron brindarme esto otro”. Y el amor innato que uno les tiene. Eso es soltar. Exactament­e, y meterlos simbólicam­ente en la memoria emocional de uno, en el corazón de uno, los hace inmortales. Ojalá exista la vida eterna, pero creo que la memoria eterniza al otro que tenemos adentro. Para eso, y lo dijiste muy bien, no hay que ir a la tumba con ellos sino llevarlos a ellos con nosotros. Dijiste: “Fueron personas”. Todo duelo exige perdonar y perdonarse. De acuerdo. ¿Ahora qué estás haciendo? Estoy filmando una comedia muy simpática con Ariel Winograd: Mamá se fue de viaje. Y alrededor de fines de abril vamos a estar haciendo, junto con Florencia Peña, la obra Hay unos vecinos arriba, en el Metropolit­an. Trata sobre unos vecinos que les ofrecen a otros intercambi­ar parejas y tener sexo grupal. Lo proponen de una manera lisa y llana, y eso causa problemas en la pareja.

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Peretti dice que, en su círculo, ser médico tiene más prestigio que ser actor.
MIRADAS Peretti dice que, en su círculo, ser médico tiene más prestigio que ser actor.

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