DISFRAZADITOS DE CARNAVAL /
Fiesta pagana por excelencia, la historia del carnaval se pierde en la noche de los tiempos; seguramente se trata de la celebración popular de mayor tradición entre los pueblos y su alegre jolgorio de música, baile y desenfreno atravesó siglos y culturas hasta llegar a nuestros días. Históricamente el carnaval es una continuidad de las “saturnalias” romanas, organizadas en honor del dios de la agricultura Saturno; aquella relajación de las costumbres donde el esclavo tomaba el papel del amo y viceversa, duraba siete días ininterrumpidos de diciembre. Con el surgimiento del cristianismo la Iglesia trató de combatir esta disipación. En nuestro país se conocen crónicas ya desde el 1600, como legado de las costumbres españolas mezcladas con el candombé bailado por esclavos africanos. Luego de la Independencia estas fiestas ganaron auge por el apoyo del gobernador Juan Manuel de Rosas. Hasta el severo Domingo F. Sarmiento fue afecto a estas celebraciones. Corsos, murgas, desfiles de carrozas, batallas con agua, bailes, elecciones de reinas, fueron documentados a partir de la segunda mitad del siglo XIX por la flamante fotografía. Los disfraces jugaron un papel central en aquellos efímeros actores. Pero el encanto mayor siempre fueron los niños exhibiendo creativos trajes. Hacia 1930 los bailes y concursos de máscaras infantiles del Club Italiano de Buenos Aires eran muy renombrados. Entre serpentinas vemos a más de 50 disfrazaditos apiñados frente a la voluminosa cámara y su flash de magnesio; son simpáticas holandesitas, gitanas, bailarinas exóticas, marineritos, damas antiguas, pierrots; todos atentos a las instrucciones del fotógrafo que inmortalizará la inolvidable fiesta porteña.