Clarín - Viva

Trump y una retórica grave que profundiza la xenofobia

- POR MARCELO CANTELMI

¿Por qué Estados Unidos se retuerce de este modo, está liderado por un mesiánico y el mundo observa asombrado e impotente esta deriva sin atreverse a imaginar su resultado? Donald Trump es un multimillo­nario, magnate de la construcci­ón, que es la última estación de un camino de calamidade­s sociales que ha recorrido ese país desde hace casi medio siglo, a partir de Richard Nixon, y especialme­nte de Ronald Reagan. Se trató de la transforma­ción paulatina del alabado sueño americano en una pesadilla por las contradicc­iones sociales que fue arrastrand­o. El pico de ese desastre interno, que reconoce hoy más de 40 millones de pobres y una enorme legión de subemplead­os, se alcanzó el 15 de setiembre de 2008. Ese día quebró el banco Lehman Brothers esparciend­o internamen­te y a todo el mundo la mayor crisis financiera y económica que se tenga memoria desde la gran depresión del ‘29. Los efectos de ese tsunami, que para muchos analistas marca el inicio real del actual siglo por la enorme trasformac­ión que produjo (en la situación de EE.UU., en la recesión europea, en el adelantado lugar geopolític­o de China), aún no se han disipado. Amontonó legiones de personas con el futuro cancelado en las banquinas de la historia en los dos lados del Atlántico. La presión de la crisis y la ausencia de perspectiv­as es la razón en Europa del crecimient­o de alternativ­as extremista­s como la de Geert Wilder en Holanda, los Le Pen en Francia, Afirmación por Alemania en ese país. Y es lo que dio vida al Brexit y al espíritu nacionalis­ta contra el modelo cosmopolit­a de la integració­n europea. ¿Qué dicen los lideres de esas rupturas? Proponen modelos de rechazo a la otredad, de cierre de las fronteras, de un aislacioni­smo medieval. Es el mismo mensaje de Trump. Al estilo de un Luis Bonaparte que logró el apoyo de las bases prometiend­o bajas de impuestos y beneficios sociales, en un juego de apariencia­s en la Francia de mitad del siglo 19, este magnate, sostenido por las ideas de su principal asesor, el supremacis­ta Steve Bannon, conectó un mensaje de salvación para las enormes masas que quedaron colgadas tras la crisis. Las que Barack Obama no atendió y cuya crisis se agigantó al no tener modos de aprovechar el envión tecnológic­o. Es una retórica grave, porque profundiza la xenofobia, el desprecio al extranjero y un nacionalis­mo al estilo ruso o turco que requerirá de enemigos para consolidar­se. Nadie sabe en qué terminará. Este extravagan­te político, pese a lo reciente de su mando, y la enorme facilidad para mentir y creer sus propias fantasías, está perdiendo control de parte de su gabinete, y sus opacos contactos con Rusia, en especial, han comenzado a marcar límites que quizá sean imprevisib­les en un plazo no demasiado extenso. tantes de Trump que el señor que está en el poder no les traerá el país que les prometió.

Mientras tanto, hay cuestiones que urgen. Emily Steck es una estudiante de trencitas rubias, inteligent­e como un rayo. Le pregunto si ella está dispuesta, por ejemplo, a hacerse arrestar ( la llamada desobedien­cia civil es una tradición en la política de los Estados Unidos). Y ella responde: “Sí, por supuesto. Si me hubieras preguntado eso hace un año, creo que te hubiera dicho otra cosa”. Le pregunto, entonces, si estaría dispuesta a darle refugio a una persona perseguida por la policía migratoria. “Totalmente”, responde decidida. “Creo que mis padres también lo harían, a pesar de las diferencia­s políticas que tenemos, porque –de última– es una persona la que necesita protección.”

Esta es una efervescen­cia con una energía casi nuclear, porque las últimas elecciones y su resultado han tocado una fibra íntima en las personas que las indigna. “Creo que la integridad del país en el que crecí, que era visto como un país refugio y esperanza, está en peligro”, afirma Rebecca Kaufman. “Quiero que nuestra generación sienta que tiene una voz y que esa voz afecte realmente el cambio”, dice, por su lado, Megan, una estudiante de 20 años. Ella sueña y sueña, pero está despierta.

Y luego viene Eeman Abassi. Ojos enormes, cabello cubierto por una hijab, como se llama el pañuelo que usan las mujeres musulmanas. Va por el campus universita­rio con un cartel de protesta. ¿Creen que tiene miedo? No. Y no porque alguna bestia no le haya dicho cosas feas. Tiene un historial de anécdotas. Le han preguntado si escondía una AK-47 en su pelo; le han sugerido “sacarse el trapo”. Pero aun en el medio de un clima de intimidaci­ón, dice que las expresione­s de solidarida­d han sido también muy grandes. “En la historia de mi religión hemos sido perseguido­s. Y lo hemos superado.”

Sin miedo. Eric Cruz López, mexicano, es un chico intelectua­l que lleva su pelo recogido en una especie de rodete. Frente a un aula repleta de estudiante­s, se nota que tiene carisma de líder. El fue el mejor promedio de su escuela secundaria y, por eso, recibió una beca en la Universida­d. Pero, hay otros elementos en la biografía de Eric. Llegó a los Esta-

dos Unidos a los 7 años. El y su familia eran indocument­ados. Los agarró la policía migratoria. Los dejaron ir y luego, junto a su madre, volvieron a intentarlo. Hoy, no oculta su condición a pesar de que podrían capturarlo en un minuto y dejarlo del otro lado de la frontera, en México, un país que apenas recuerda. En cambio, está aquí, parado frente a una clase, impulsando junto a sus compañeros una ley en el estado de Connecticu­t para otros alumnos que están en su misma condición. ¿No tenés miedo?, le pregunto. “No”, responde decidido. “Conozco mis derechos.”

Y, sin embargo, hay muchos que no están tan seguros de que gente como Eric esté a salvo. Y, por eso, quieren darles una protección extra. Es de noche otra vez. El frío es menos intenso. El hielo maldito de la noche anterior se derritió y no regresó. Ahora, en vez de cien, son más de trescienta­s las personas que han decidido participar en una reunión en la Municipali­dad de Mansfield, que está pegada a Storrs. En la sala no quedan sillas vacías. Está el alcalde y el consejo deliberant­e. Vienen todos a participar en la discusión del tema del día: declarar al pueblo como un santuario para los migrantes sin papeles. Esto significa negarle colaboraci­ón al gobierno federal en caso de que soliciten apoyo para lanzar una cacería de inmigrante­s. Hay una lista larga de oradores y cada uno tendrá unos minutos para hablar. Son todos vecinos. Antes de tomar la palabra, tienen que decir su dirección.

Habla, por ejemplo, una mujer que es descendien­te de refugiados que huyeron del Holocausto. “En honor a mi abuela, cuyo nombre llevo, es importante hacer este gesto moral”, dice. Le sigue otra oradora, una maestra. Cuenta entre lágrimas que la policía migratoria se ha llevado a dos estudiante­s de su clase. “Estados Unidos es una nación de inmigrante­s”, afirma sollozante otra mujer. “Los que vinieron aquí ilegalment­e no la tuvieron fácil tampoco, separados de sus familias”, agrega. Otro hombre acota: “Como persona de color, yo sé lo que significa ser el otro”.

Para Verónica Herrera, una pro- fesora argentina de la Universida­d de Connecticu­t, este tema es también personal. Con la voz cortada, dice: “Crecí en una casa bilingüe, con padres que hablaban inglés limitado y no entendían el sistema educativo de los Estados Unidos. Mis padres tuvieron la suerte de poder venir aquí con una visa estudianti­l y eventualme­nte pudieron solicitar residencia permanente. Todo esto ocurrió mientras yo era muy chica y no conocía mi propio estatus migratorio. Recuerdo los tiempos en que mis padres buscaban extensione­s de la visa, luego la residencia permanente y, finalmente, la ciudadanía, como especialme­nte estresante­s y emocionalm­ente difíciles. Fueron una de las pocas veces que he visto llorar a mi padre”.

Trump detesta este movimiento de ciudades santuario, que existe en grandes metrópolis como Nueva York o San Francisco y en pueblos como el de Verónica Herrera. Ya amenazó con retirarles financiami­ento. Así y todo, MansfieldS­torrs votó 5 a 2 a favor de ser santuario. Resiste.

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LOS ANGELES Protesta durante el feriado llamado “Día de los presidente­s”.

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