Un hombre que intenta refundarse
En nuestro primer encuentro,en la puerta de mi consultorio, se muestra sereno, calmo, amable y dispuesto a una conversación que, tal vez, tenga matices diferentes a los de otras entrevistas. Transitó una vida poblada de acontecimientos violentos y situaciones traumáticas que, en la medida en que no se podían elaborar (no era posible), se iban acumulando con las consecuencias sufrientes y conflictivas que esto genera. Son significativas las permanentes contradicciones (ya en la infancia) de recibir –directa o indirectamente– información que, más allá de la comprensión racional, su mundo emocional infantil no podía entender, captar ni asimilar. “¿De qué trabajás?”, le preguntó un día a su padre, y éste le respondió “Yo soy un bandido”. Los medios exponían los atentados que tenían a su padre como protagonista, y él se veía obligado –de un modo inconsciente– a protegerlo, con los mecanismos de defensa psicológica de que disponía. Dentro del torbellino confuso de ideas y sentimientos, su labor más compleja fue amar a su padre. Esto es clave para acercarnos a la comprensión de este hombre profundo, inteligente y con una imperiosa necesidad de reparar y aliviar al otro. Un otro que también es él. Es muy conmovedor escucharlo decir, luego de ese arduo camino recorrido –al lado de su madre y de su hermana–, que condena a su padre de un modo categórico, pero que, simultáneamente, eso no le impide quererlo. De una tradición poblada de balas, traiciones familiares trágicas y de disociaciones confusas, intenta –y va logrando– refundarse, hacer de su nombre algo propio y desterrar la repetición para inaugurar una historia íntima suya que pueda ser digna y valiosa.