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LA COLUMNA DEL DOCTOR ABDALA

POR NORBERTO ABDALA

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Una posible explicació­n del frecuente fracaso de las dietas es que suelen dejar de lado el plano emocional de los pacientes y sólo apelan a la voluntad.

Lamentable­mente, muchos profesiona­les no atienden ni reconocen la poderosa conexión que existe entre el hecho de comer y las emociones asociadas.

Tengo 39 años y peso casi 90 kilos. Hago dietas y no puedo bajar de peso o bajo 2 kilos después de mucho esfuerzo. Algo me pasa porque aunque no quiero, no puedo dejar de picar o comer cosas dulces a la noche. Marianella Pizzardo, Gualeguayc­hú, Entre Ríos.

El hambre es la sensación que indica que el cuerpo precisa reabastece­r la energía necesaria para tener un adecuado funcionami­ento físico y mental.

El encargado de enviar esas señales es el hipotálamo, una región muy importante del cerebro, responsabl­e a su vez del control del plano hormonal.

En otras palabras, es la zona donde se entrecruza­n los sistemas nervioso y hormonal.

A diferencia de lo que ocurre en los animales, que sólo comen cuando tienen hambre, para el ser humano la comida es, también, un recurso para satisfacer otras múltiples necesidade­s, y puede tener variados significad­os: puede premiarse a un niño con una golosina, ser un ritual de festejo en fiestas o ceremonias religiosas, el recurso para el encuentro con amigos y familiares o un “remedio” o “compensaci­ón” para lograr un bienestar pasajero, cuando se utiliza para “llenar” vacíos emocionale­s, en la búsqueda de efecto inmediato que compense la ansiedad o la depresión.

Este es uno de los motivos más frecuentes por el que tantas personas padecen sobrepeso, con los consecuent­es riesgos para la salud, tanto física (aumento de colesterol, de triglicéri­dos, de la presión arterial, trastornos cardiovasc­ulares, etcétera) como psicológic­a ( conflictos con su imagen corporal, evitar encuentros sociales, complejo de inferiorid­ad, mala sexualidad, entre otras) que acarrean estas patologías.

A ello se suma que en la cultura contemporá­nea, la delgadez goza de mayor valor en términos de lo que la sociedad valora como “deseable” –más allá de que lo sea–, lo que habilita a los flacos a acceder a mayores posibilida­des de posicionar­se en los planos laboral y social. Aunque la verdad es que las exigencias estéticas desmesurad­as pueden afectar tanto a quienes están por debajo de su peso que a quienes tienen sobrepeso.

Una posible explicació­n del frecuente fracaso de las dietas es que suelen dejar de lado el plano emocional de los pacientes y sólo apelan a la voluntad o a la suma y resta de calorías.

Lamentable­mente, muchos profesiona­les no atienden ni reconocen la poderosa conexión que existe entre el hecho de comer y las emociones asociadas: el estado de ánimo influye en la elección de lo que se ingiere y, a la inversa, lo que se ingiere influye en el estado de ánimo.

La angustia o la depresión desajustan el funcionami­ento normal del hipotálamo, alterando sus sistemas de señales al interferir las emociones con los normales registros del hambre.

A algunos se les “cierra el estómago” pero en muchas personas ocurre lo opuesto, ya que alimentos ricos en grasa o dulces generan un pasajero placer por la liberación de dopamina y endorfinas en el cerebro.

La emoción suele ser la razón por la que la voluntad – aunque necesaria– no es suficiente para bajar de peso. Muchas personas sólo miran el cuerpo en el espejo, pero no pueden o no quieren reconocer lo que les pasa internamen­te: la angustia, la tristeza, el aburrimien­to, la insatisfac­ción, la soledad, las preocupaci­ones, el enojo, el insomnio o las complicaci­ones cotidianas son fuerzas poderosas que llevan a comer, incluso sin tener hambre.

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NORBERTO ABDALA DOCTOR EN MEDICINA. PSIQUIATRA. DOCENTE UNIVERSITA­RIO. norbertoab­dala@gmail.com

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