Clarín - Viva

Mi máxima admiración por Tomás

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Tengo la máxima admiración por Tomás Alegre. Ojalá que su ejemplo de dedicación sirva para los músicos más jóvenes de Argentina, y que volcarse a la música con la responsabi­lidad que lo está haciendo sea el mejor modelo. Sin dejar de reconocer las universida­des y conservato­rios públicos y gratuitos que deben ser cuidados y apoyados socialment­e, me atrevo a decir que es necesario mantener esa conciencia, amén de abogar por la creación y cuidado de muchas más institucio­nes y recursos para dedicarse a la música y otras artes. Por las dificultad­es y el riesgo que se vive en el camino a convertirs­e en artista profesiona­l –y habiéndolo vivido en carne propia–, mi admiración por Tomás se potencia. Cuando surgen figuras como él nos dan la esperanza de que algún día la situación económica general de la música va a mejorar. Y poder dedicarse de lleno a la música en la Argentina será posible con más posibilida­des técnicas y económicas y, en lo que nos toca a los pianistas, que haya instrument­os dignos para desarrolla­r nuestra actividad. Dicho esto, creo que la Argentina tiene potencia para crear muchos más Tomás Alegres. Muchísimos. Pero es preciso que como sociedad seamos muy consciente­s de que el arte y la cultura no son un lujo, sino que son un derecho humano. Uno inviolable. Que los Estados Nacionales tomen en sus manos la democratiz­ación del acceso y la participac­ión activa en el quehacer cultural y artístico es una obligación política, que tiene su resultado no sólo en una sociedad más libre, más igua- litaria y más educada, sino que también es el terreno fértil para el surgimient­o y desarrollo de talentos, de los que la Argentina tiene muchos y muy variados. En este sentido, el orgullo social que surge por un artista o un científico destacado debiera poder nacer en las entrañas de nuestro país, no sólo cuando está en Europa o los EE. UU. Es lamentable que en Argentina estemos permanente­mente viviendo este éxodo. El beneficio social, económico, cultural que se pierde a futuro es infinito. Luego de haber vivido en el exterior, sé del potencial que tiene nuestro país y de lo que se ganó: sabemos que no muchos países –y los así llamados también “del primer mundo”– tienen acceso a una educación superior pública y de gran nivel, nacional e internacio­nal. Pero por el derecho humano inviolable que implica el acceso a la cultura y al arte, por Tomás Alegre y por todos los jóvenes como él que quieren emprender una vida artística del más alto nivel, es necesario que como sociedad exijamos que los caminos a la cultura sean un baluarte que nunca nos sea negado. Voy a citar a Alejo Pérez, uno de los más grandes directores de orquesta de la Argentina sobre el vaciamient­o de las Orquestas y Coros del Bicentenar­io llevado a cabo este año: “Lo inaceptabl­e es que hay miles de chicos que siguen estudiando en su casa con su violín, su trompeta, su contrabajo, y que esperan ansiosos su clase de instrument­o, el ensayo con su orquesta, y que ya nunca más van a llegar.” Es una tarea diaria no ser cómplices de esta injusticia. des sellos como Decca. Apenas terminé de dar el concierto, el año pasado, se me acercó Martha Argerich con el padre de Lodovici para entregarme el diploma en el que me comprometí­a con el proyecto Lodovici, y me ganaba la posibilida­d de grabar en la fábrica de pianos Fazioli. El disco saldrá para fin de año. ¿En qué consiste ese compromiso? En tocar en ámbitos no convencion­ales para difundir la música. Tocar en hospitales, asilos. Así que lo que grabé es el concierto en el Fazioli Concert Hall, el auditorio que está al lado de la fábrica. Y toqué con el más grande de los pianos que había. Ahí grabé las partitas 4 y 6 en un disco dedicado enterament­e a Bach. ¿Cómo describirí­as tu vínculo con Argerich? La relación con Martha dio un giro inesperado a partir del Festival de Lugano, al que me invitó. Fue ahí que empezó a tratarme como si nos conociéram­os desde siempre. Me emocionó recibir su primer mail porque me escribió con mucha sencillez; me abrió las puertas de su casa en Bruselas para invitarme a tocar en uno de sus pianos. Ella misma me escribía y me daba consejos, me alentaba para empezar rápidament­e con los trámites para la beca, y para que no me preocupara si mi inglés, francés o italiano no eran perfectos. ¿Y después cómo siguió la relación? ¡Ahora soy yo quien le escribe mails para contarle cómo voy con la música! Martha además de la gran pianista que es, y de lo que significa para el mundo de la música, es una persona fantástica y generosa. Desde chico me rondaba la idea de que algún día ella me pudiese escuchar: ese sueño se hizo realidad. Pero ahora debo continuar y crecer. El aprendizaj­e nunca termina: continúa toda la vida.

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CON ARGERICH Tomás, junto a su madrina, Martha Argerich, en Lugano (Suiza).

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