¿Quién dijo que los hombres no lloran?
Una escena clave en la película Luz de luna: cuando el protagonista, Chiron, visita a su madre en la clínica donde está internada. Todo el armamento gestual que el personaje pone a funcionar, para evitar su llanto, compone una escena antológica. Parece alienado de sus propias emociones. Como si otro llorara dentro de él, inoportunamente. Esta situación tiene banda de sonido propia: Blonde, el disco del cantautor Frank Ocean, que iba a llamarse Boys Don´t Cry. O sea: Los muchachos no lloran. En la tapa del disco, que salió en el mismo 2016 en que se estrenó Luz de luna, Ocean se tapa los ojos, apretando avergonzadamente algún dolor. Igual que Chiron, Frank Ocean es un afroamericano que vive problemáticamente sus impulsos “no considerados masculinos” (para no entrar en adjetivos polémicos). Lo cual es mucho más complejo que asumirse o no como homosexual siendo negro, aunque la cuestión sea un eje ineludible en ambas biografías, las de Chiron y Frank. Ya devenido el dealer “Black” al final del filme, la personalidad de Chiron es resultado de haber reprimido sus emociones más íntimas. En ese caso, es lo contrario de Ocean, un músico que desafía en sus canciones la “dureza” y la “definición” sentimental que, se supone, debería exhibir un “hombre”. Por eso, el director Barry Jenkins es quien realiza en la estética de la película lo que Chiron no puede en su vida. Un dealer le enseña a nadar a un niño miedoso, un adolescente besa a otro de su mismo sexo en la playa, un adulto se quiebra... El cine contemplativo, moroso, paisajístico, existencial, intimista no parecía sumar ejemplos en la filmografía de los afroamericanos, ni siquiera en un Spike Lee. Hasta que llega Jenkins, reclamando cierto esteticismo del “cine blanco” (Terrence Malick, Gus Van Sandt) para el “cine negro”. Que se haya ganado el Oscar marca un gesto político: no ceder ahora, en la era Trump, los derechos éticos y estéticos ganados durante los años de Obama.