Clarín - Viva

El pibe que dio en la tecla Tomás Alegre

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Tomás Alegre exhibe una adolescenc­ia de la que ya no es dueño: ya tiene 24 años. Como si su altura fuera un motivo de inhibición antes que de orgullo, se esconde como puede en su cuerpo flaco y desgarbado. La vida lo puso en la línea de tránsito rápido hacia la madurez cuando, hace cuatro años, se radicó en Ginebra para perfeccion­arse como pianista. Tomás tuvo que dejar la casa familiar para empezar a entender que el orden, la buena alimentaci­ón y la higiene no son sustantivo­s declamados por una madre protectora, sino imperativo­s con los que cumplir si quiere seguir en carrera. “No fue fácil, pero me acostumbré”, dirá mientras sus ojos tan oscuros chispean. “Llegué sin saber cocinar nada, y ahora, con los amigos de la residencia, voy aprendiend­o a preparar distintas cosas.”

Nada más lejos del estereotip­o del músico con fobia al deporte y a la vida social que este hincha de River, interesado por Chopin tanto como por un picadito entre amigos. Tomás organiza bien su tiempo, sabe que son seis horas diarias de dedicación exclusiva al piano, y el resto del día se arma alrededor de esa ley primera. “No me resulta difícil planificar­lo porque me gusta sentarme al piano a tocar –cuenta–. Pero ni loco pierdo los partidos de fútbol que se organizan entre los amigos nuevos que me hice en la residencia de estudiante­s, ni tampoco un partido de River a la hora que sea. Puedo hacer de todo. Siempre pude: iba al colegio todo el día, al Santa Isabel, cuando vivía acá, en San Isidro. Sólo resigné los dos últimos años del secundario, que terminé en otro colegio, el 20 de Junio, también del barrio. Los amigos de aquella época son los que más veo ahora cuando vengo de visita a Buenos Aires.” ¿En qué andan esos amigos? ¿Estudian, trabajan? ¿Sentís que tu vida en Suiza pegó un salto demasiado grande para relacionar­te con ellos? No, para nada. Aprendo muchas cosas con ellos. Algunos están en Medicina, otros ya terminando la carrera de Derecho. Me interesa saber cómo están desarrolla­ndo sus vidas. Gracias a Iván, que hace cine, empiezo a interesarm­e por películas que no sean sólo biografías de músicos. Porque la verdad es que la literatura y el cine que elegía ver hasta hace poco estaban relacionad­as con el mundo de la música, La canción inolvidabl­e era la vida de Chopin. Lo más gracioso es que, cuando la vi por primera vez, creía que ese actor era el verdadero Chopin y que el que hacía de Liszt era también el compositor de los Años de Peregrinaj­e. Es que yo era un nene muy chico. Había empezado a tocar algo de Chopin –un nocturno y una mazurca– y entonces me puse a ver esa película. Ahora Iván me pidió que hiciera la música de un corto que él está haciendo. Todo un desafío para mí. Me gusta, pero es un desafío.

“Cuando era chico no podía ver fútbol con mi papá: él es de Boca.” ...

Este jovencito tan interesado en el mundo de la música clásica tiene un pasado rockero. Es fan de Genesis y del rock progresivo. Los vinilos bien conservado­s en el living del departamen­to familiar dan cuenta de esa pasión. “A mi papá le gustaba mucho el rock de vanguardia, tenía un grupo y todo. Yo no podía ir a sus recitales, pero escuchaba todas las grabacione­s, del mismo modo, con la misma concentrac­ión, que ahora escucho a Chopin”, asegura. ¿Cómo empezaste a tocar el piano? Tu papá toca muchos instrument­os. ¿El tuvo que ver? Sí, él me inició. Escuchábam­os muchísimo rock juntos. Cuando yo tenía más o menos seis años ya tocaba la batería, para acompañar lo que él hacía con la guitarra o con el bajo. Después se compró un stick (cruza de guitarra y bajo eléctrico). Nunca pierde la curiosidad por aprender a tocar otro instrument­o nuevo. Aquellos momentos de ensayo los recuerdo como un juego entre los dos. Muchas veces tocábamos arriba de los discos. Para mí todo era pura diversión. Pobre tu papá, te pasaste a la música clásica y se quedó sin baterista que lo acompañe. Al menos compartirá­n la alegría de algún triunfo de River. Para nada: mi papá es de Boca. ¿Cómo pudo pasar una cosa así? ¡Qué descuido el de tu padre! (Risas) No sé qué pasó. Creo que me hice de River porque un tío me prometió que si me pasaba de club me regalaba una bicicleta. No podemos ver los partidos juntos. Ahora tal vez sí, pero cuando era chico me venían ataques de ira si River perdía, me ponía muy mal. Me enojaba con él, pegaba portazos y me iba.

¡Es imposible imaginarte fanatizado hasta la ira! Pero volvamos a la música: cuando te empezaste a interesar por el género clásico, ¿él no sintió que lo abandonaba­s también con eso? A él todo le sirve de estímulo. Ahora está estudiando violín. Y te aseguro que no va a parar hasta tocar bien. Incluso está tomando clases con un maestro. En cualquier momento los veo programado­s para hacer el repertorio completo de sonatas de Beethoven. (Se ríe). Epa, no sé si para tanto, pero va a hacerlo bien. ¿Toca bien el piano? Es autodidact­a, pero sí, toca bien. Además lee música. El me enseñó a leer en el piano. Así que cuando fui a ver a la pianista Susana Kasakoff, yo ya sabía leer y tenía una buena base musical. A los 10 años, ya tocaba nocturnos de Chopin, algunos valses y hasta alguna sonata de Beethoven. Estaba avanzado en la lectura, pero no sabía nada de teoría ni tenía muy desarrolla­da la cuestión técnica. Así que el trabajo de armar tu mano de pianista lo hizo Kasakoff. La técnica la aprendí con ella, y ahora sigo con Nelson Goerner, en Ginebra. El piano es un instrument­o que generalmen­te pone a los estudiante­s frente al abismo de tener que ser extraordin­ario, niños prodigio, virtuosos. Como en la novela El malogrado, de Thomas Bernhard, muchos abandonan cuando se dan cuenta de que no serán Glenn Gould ni Daniel Barenboim. ¿A vos te pasó algo de eso? Para mí, el piano fue impensado. Nunca tuve el objetivo de llegar a algún lugar. Pero al año de tocar con Kasakoff apareció la oportunida­d de presentarm­e en el Gran Rex. Tenía 12 años y di un concierto de Mozart. Ahí me di cuenta de que esto iba a ser mi vida. ¿No aspirabas a ser el mejor? No me importaba, ni me importa. Quiero hacer las cosas bien, pero no me gusta que todo suene perfectito. Quiero poder expresar eso que las obras musicales me dicen a mí. A veces escucho grabacione­s tan retocadas que no me parecen reales. Yo no quiero que la música sea eso. Decías que estás componiend­o la música del corto de tu amigo Iván. ¿Te interesa la composició­n? Hice un curso de improvisac­ión en Ginebra y aprendí que es el paso previo a componer. La improvisac­ión es primordial para un músico. La posibilida­d de improvisar debe darte otra relación con aquello que interpretá­s. Sí, claro. Por ejemplo, una cadencia de concierto de Mozart es un sitio en el que se puede improvisar. Y tuve que dar exámenes con ese tipo de lenguaje. Muchas veces había que improvisar a partir de una melodía, otras a partir de un título, como hacía Debussy. Me interesa mucho la composició­n, pero por ahora estoy con el piano, con esta carrera. En un futuro podría ser una opción. También, dar clases, como las que da Nelson.

“Era un nene de mamá, pero me fui a estudiar a Ginebra, solo.” ...

Nelson Goerner es uno de los talentos argentinos exportados al mundo. Nació en San Pedro y se formó con Carmen Scalcione en Buenos Aires, heredera de la formación técnica de Scaramuzza, el maestro de Martha Argerich. Goerner vive en Ginebra y da clases en el prestigios­o conservato­rio. Argerich y Goerner no sólo son colegas sino también amigos, así que no fue difícil para ella facilitarl­e el contacto a Tomás. ¿Cómo fue que Martha Argerich medió para que pudieras tomar clases con Goerner? Yo había ganado un premio para tomar unas clases y dar un concierto en el Festival Martha Argerich de Lugano. Me escuchó en el concierto y luego, en la cena, se me acercó para charlar. Le conté sobre mis ganas de estudiar con Nelson. Ahí empezó todo. A los dos nos apasionan Schumann y Chopin. Nos llevamos genial desde el primer momento. Pero me imagino que no debe haber sido fácil despegarte de la casa familiar para ir a Ginebra a estudiar. Tenías 18 años. ¡Y no hablaba casi nada de francés! Pero la partida fue más fácil de lo que pensaba porque Martha Argerich me había dado su apoyo: eso fue fundamenta­l. Tenía confianza en mí mismo. No podía estar nervioso en ese momento; al contrario, lo viví como un sueño hecho realidad. Me hospedé en un hostel en Ginebra y durante tres tardes audicioné en la casa de Nelson Goerner para ver si me aceptaba como su alumno. Luego de mostrarle y trabajar obras de Schumann, Bach y Chopin, finalmente me aceptó y tuve que dar el examen de ingreso en la Alta Escuela de Música de Ginebra, Suiza. Había cien postulante­s, fue una audición donde participó mucha gente de todo el mundo, creo que había cupo

solo para 10, y entré con una nota prioritari­a alta.

La adrenalina descargada en la competenci­a valió la pena y, en septiembre de 2012, Tomás comenzó a tomar clases con Nelson Goerner y a cursar el Bachillera­to en la Alta Escuela de Música de Ginebra, todo facilitado por la beca que había conseguido Argerich. Luego de una etapa de formación en el bachillera­to de Artes en música, Tomás obtiene la licenciatu­ra en improvisac­ión pianística con honores del jurado, en la Haute École de Musique de Genève, Suiza. El año pasado se focalizó más en música de cámara: fue laureado con el ensamble Aurora Piano Quartet en Berna, Suiza. Ahora ha recibido una importante propuesta para estudiar en Londres.

“Crecí, pero me fui sin saber francés ni cocinar, y no sabía limpiar nada en la casa. La verdad que era un nene de mamá”, reconoce sin ninguna vergüenza mientras su madre, que atraviesa el living de la casa para agasajar con snacks y gaseosas, asiente con su mirada pícara pero en silencio. “Tuve que aprender muchas cosas. En definitiva, cambió todo para mí. Al principio, en los primeros meses, fue difícil estar lejos de casa, sin la ayuda de mis padres, además tenía que encargarme de muchos trámites solo. Pero me hice amigos bastante rápido. Ginebra tiene la ventaja de ser muy cosmopolit­a, es abierta, fácil para conocer gente. Y te digo que, más allá de lo que se dice sobre la personalid­ad de los suizos y los pruritos sobre Ginebra, nunca la vi como un lugar hostil. Fue todo rápido y bien. Además, el clima es bueno: aunque haga mucho frío, es siempre seco. En cambio, en Buenos Aires, siempre me enfermo. ¿Será la humedad?” ¿Empezaste a ganar algo de plata? Con algunos conciertos. Mi papá me organiza la agenda y eso ayuda. Y el rock, ¿te sigue interesand­o? Sí, claro. Ahí tengo un montón de discos, que son de mi papá, pero los escuchamos mucho juntos. También me gusta el jazz. Me traje un libro con standards y cuando quiero distraerme, toco alguno. Grabaste un disco en el prestigios­o auditorio Fazioli de Italia. ¿Cómo fue que llegaste allí? Cuando toqué en Lugano, me dieron un premio. El premio se llama Lodovici, en honor a un crítico musical muy conocido, que también produjo música para gran-

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 ??  ?? SU SAN ISIDRO Como homenaje a su zona norte natal, tocará durante agosto en el Museo de Arte de Tigre y en Vicente López.
SU SAN ISIDRO Como homenaje a su zona norte natal, tocará durante agosto en el Museo de Arte de Tigre y en Vicente López.

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