MAS ALLA DE LA CRISIS Y LA GRIETA: LA SOLIDARIDAD COMO FORMA DE VIDA
Los hermanos latinoamericanos suelen bromear con que el argentino tiene el ego más grande de la región. Es una de las afirmaciones clásicas. Algo de eso es verdad, pero también es real que se arremanga para darle una mano al que está al lado cuando más lo necesita. Eso se ve ante las grandes tragedias, como las inundaciones de La Plata, en 2013. O en las redes sociales, con hashtags que se vuelven virales para ayudar a concretar algún tratamiento médico. O en casos pequeños, invisibles, que no tienen una difusión masiva y, aun así, pueden tener la fuerza para cambiar una vida.
Según un reporte elaborado por Charities Aid Foundation y Gallup, uno de cada dos argentinos tuvo gestos solidarios o de ayuda de manera regular durante 2016. Un porcentaje mayor que en 2015, donde el 43 por ciento respondió afirmativamente. Según el informe, la solidaridad suele crecer en los momentos donde la situación social se vuelve más difícil, y cita los ejemplos de Irak y Libia, los dos países que encabezan la tabla, donde el índice de ayuda al prójimo ronda el 80 por ciento.
Estas acciones silenciosas se vienen multiplicando, y de eso dan cuenta en Abanderados de la Argentina solidaria, un premio anual que, desde 2010, distingue proyectos de cambio social. “Buscamos personas desconocidas, que lleven adelante un trabajo solidario sin contar con gran difusión”, explica Ramiro González Morón, uno de los organizadores. Cada año reciben cerca de mil iniciativas de diversos puntos del país. “Cuando parece que ya no hay historias positivas para mostrar, surgen más, y cada vez más innovadoras, creativas y con un impacto más profundo”, comenta González Morón.
Fuera de los fríos números, son estas historias las que le dan el calor a este fenómeno solidario. Las que se multiplican para transformar la realidad en algo mejor. Estas son algunas de ellas.
María de los Milagros Aumada vive en
San Blas de los Sauces, La Rioja, una tierra de naturaleza increíble con apenas 4.000 habitantes. Fértil como casi ningún lugar en la provincia, San Blas también es escenario de desigualdades y de pobrezas difíciles. Mili las conoce bien. No solo porque las ve a diario, sino porque trabaja cada tarde para aliviarlas. Con tan solo 17 años, es la cara visible del Roperito Misionero, un grupo de alumnos del colegio José Manuel Estrada que se dedica a recolectar ropa y calzado en mal estado para restauralo y donarlo a las familias más necesitadas de su pueblo.
“El Roperito comenzó en octubre de 2015 a raíz de una profe que tuvo la idea de hacer una acción social. En ese momento estábamos muy movilizados por las inundaciones en Córdoba y el Litoral, y hablamos en clase de hacer algo y empezar por nuestro pueblo, conocer a nuestra gente”, explica Mili. Recibieron un espacio donde trabajar y luego empezaron a recorrer San Blas, casa por casa, pidiendo ropa, calzado o alimentos para donar. Todos los martes un grupo clasificaba lo que tenían y otro trabajaba con
una máquina de coser, alfileres y tijeras para poner en condiciones aquello que estaba en mal estado. Luego comenzaron a visitar a las familias con más necesidades para charlar, llevar donaciones, preguntarles cómo estaban y anotar qué otras cosas necesitaban. Ese registro les permitió acercar a cada familia la ropa adecuada, pero sobre todo formar vínculos.
El esfuerzo de los chicos y sus familias motivó a una docente a postular al Roperito para el premio Abanderados de la Argentina Solidaria, que destaca a los mejores proyectos sociales del país y ayuda a financiarlos. Así, la historia de Mili llegó a medios nacionales; desde entonces se mutiplicaron las ayudas que recibieron. El año pasado lanzaron un proyecto de financiación colectiva a través de Internet para recaudar diez mil pesos y darle calzado a 55 personas de San Blas y alrededores.
Pero quizás uno de los proyectos más importantes para este año, en el que egresan del colegio, es sumar alumnos de otros cursos para que continúen con el trabajo. Mili, que desea estudiar medicina de rehabilitación, dice que van a seguir participando, pero que quieren que los nuevos alumnos vivan las experiencias que a ellos los marcaron. “Ayudar te hace crecer de una buena manera”, dice. Y ella es el vivo ejemplo.
El tren de la vida
La primera vez que Alejandro Ciovini se subió al tren tenía 54 años, casi 30 de ellos dedicados a la pediatría. Ya había desarrollado una carrera profesional exitosa en la ciudad fueguina de Río Grande, donde ahora atiende a los hijos de sus primeros pacientes. Sus tres chicos ya no son chicos (se fueron a estudiar a Buenos Aires), y junto con su esposa, también pediatra, vivía una vida tranquila. Sin embargo, tenía una materia pendiente. Egresado de la universidad pública y formado en la residencia del Hospital Posadas, sentía que debía devolverle al país algo del conocimiento que le brindó gratuitamente. Una tarde mandó un mail a la Fundación Alma para ofrecerse como voluntario en los viajes que realiza el Tren Alma, una formación ferroviaria adaptada para funcionar como hospital ambulatorio que llega a las localidades más remotas del norte argentino para brindar atención médica gratuita. Recibió una respuesta rápidamente y, en 2013, cuando le llegó la chance, no dejó pasar el tren.
La Fundación Alma nació en 1980 de la mano de Martín Jorge Urtasun, un cirujano pediátrico que trabajaba en el Hospital Churruca y recibía decenas de chicos con distintas patologías prevenibles, a las que un diagnóstico temprano les podría haber cambiado la vida. Allí tuvo una idea revolucionaria: Si los chicos del interior llegaban tarde al hospital, ¿por qué no llevarles el hospital a ellos a tiempo? “Se le ocurrió esta idea maravillosa de conseguir tres vagones que se puedieran enganchar a un tren carguero y viajar así a localidades alejadas, a las que es difícil acceder por otros medios y donde los servicios de salud son escasos o inexistentes”, explica Magdalena Pardo, secretaria de la Fundación y nieta de Urtasun. Este tren
ya hizo201 viajes en 35 años. El servicio incluye atención médica pediátrica, odontológica, un laboratorio de análisis, un vagón con rayos X, una enfermería y una consulta con una asistente social.
Mientras volvía de un viaje al norte, Alejandro se puso a proyectar hacia el sur. En Tolhuin, una localidad a mitad de camino entre Río Grande e Ushuaia, el año pasado atendieron a casi 500 chicos. Piensan volver en septiembre.
¿Quién impulsa a quién?
Seis de la mañana en los alrededores del barrio de Núñez. Para Marcelo de Bernardis, un corredor de los autodenominados picantes, la de hoy será su trigésima maratón y, lo sabe de antemano, la que marcará su peor tiempo histórico en una prueba de 42K. Hoy no corre por él, sino que será uno de los cuatro voluntarios que empuje el carro en el que va Facundo, uno de los dos atletas con parálisis cerebral que competirán gracias al trabajo de la Fundación para el Atletismo Asistido, una ONG que promueve la inclusión de chicos con diferentes grados de discapacidad y de sus familias a través del deporte. Ya sobre la largada, Marcelo habla con Luis Fernández, presidente de la Fundación, reúne a los voluntarios en una ronda alrededor de Facu, dicen algunas palabras, se dan aliento, algunos abrazos y se ponen en posición. Suena la chicharra.
Por su formación como arquitecto, Marcelo conoce muchos de los conceptos épicos de la Grecia clásica, particularmente el mito de Filípides, el héroe que corrió los 42 kilómetros de las planicies maratónicas. Antes de su primera carrera, hace más de doce años, se preguntó qué habrá sentido ese guerrero. Ese día le alcanzó por apenas dos segundos para clasificarse a la Maratón de Boston, la competencia más antigua y más importante del calendario anual. También le abrió las puertas para correr en todo el mundo, incluyendo las Islas Malvinas. Para Marcelo, que tiene una relación muy emotiva con las Islas, fue un desafío al que volvería cada año. “Ya tenía dos terceros puestos en Malvinas y quería más. Entrené como un soldado espartano para conseguir el primer lugar en 2014 y me fracturé el pie”, relata Marcelo. Quien le falló en esa ocasión, coincidencia mitológica o no, fue el tendón de Aquiles.
Además del daño físico que tenía producto de la lesión, el estar lejos de las carreras le estaba afectando el bocho. Hoy la felicidad de ellos es incomparable. El viento en la cara iluminada, los gritos al pasar por los pelotones de gente. “La realidad, no sé quién ayudó más a quién. Participar con ellos y vivir estos milagros que vivimos todos los voluntarios en esa interacción con nuestros atletas es muy difícil de transcribir en palabras. “Parece que sos vos el que está impulsando el carro, pero, en realidad, es él quien te está impulsando a vos”, dice Marcelo.
Prestar el oído
Hay una tormenta ahí afuera dando vueltas y no termina de definir si va a caer con todo en una hora, durante la madrugada, o si va a pasar de largo. El tema es motivo de algunas charlas entre la treintena de chicos que están reuni-