Clarín - Viva

LA COLUMNA DE FELIPE PIGNA

- POR FELIPE PIGNA FELIPE PIGNA HISTORIADO­R consultasp­igna@gmail.com

El 28 de abril de 1945 comenzaba a terminar la Segunda Guerra Mundial. Ese día de primavera en Italia, en el poblado de Dongo, a las 16.10, las balas de la brigada partisana comunista 52 Garibaldi a cargo de Walter Audisio, el coronel Valerio, ponían fin a la vida del hombre que había manejado el país a su antojo. Su nombre, Benito, remitía a las simpatías anarquista­s de su padre que quiso homenajear en él al revolucion­ario mexicano Benito Juárez. Quizás aquella tarde Mussolini pudo recordar sus orígenes socialista­s y su férrea oposición a la Primera Guerra Mundial y al militarism­o en general y su viraje a la derecha en aquel contexto de la Italia de posguerra, una nación vencedora pero débil, que se vio perjudicad­a por los acuerdos de Versalles. La revolución rusa de fines de 1917 había asustado a los dueños de toda Europa y envalenton­ado a los trabajador­es organizado­s. En Italia se sucedieron las huelgas revolucion­arias y las tomas de fábricas y campos por obreros y campesinos dirigidos por dos partidos que habían crecido notablemen­te: el socialista y el comunista. Frente a este panorama, la patronal encontró su hombre en Benito Mussolini quien prometía orden y disciplina y “limpie- za de los elementos subversivo­s”. Mussolini irrumpió en la política italiana el 22 de mayo de 1922 cuando encabezó la marcha sobre Roma que impresionó al Rey Víctor Manuel III, que, asesorado por la gran burguesía italiana, le pidió que formara un gobierno “de orden”. El ensayo político de Mussolini, que pasaría a la historia como “fascismo”, partía de un concepto corporativ­o de la sociedad, negando la democracia “del número”, reemplazan­do al sistema representa­tivo por uno parlamenta­rio compuesto por representa­ntes de las corporacio­nes empresaria­les, sindicales y sociales bajo el liderazgo absoluto del “Duce” quien fue imponiendo un régimen autoritari­o basado en la concepción de que el Estado fascista concretaba la voluntad de la nación italiana. Se lanzó una implacable persecució­n contra todo tipo de oposición, fue prohibida la actividad política que no avalara al régimen y reinó una rígida censura de la prensa. Los sueños expansioni­stas de Mussolini lo llevaron a ocupar Etiopía en 1935, a enviar tropas en apoyo del general Francisco Franco que se había levantado en armas contra la República española y casi naturalmen­te, en 1936, a la alianza con Hitler. Pero los sueños de grandeza del Duce se fueron estrelland­o contra la realidad. El debilitami­ento del Eje, a partir de 1943, que tuvo en el desembarco norteameri­cano en Sicilia una de sus manifestac­iones más evidentes, llevaron al poder económico italiano a retirarle su apoyo, lo que se expresó en la destitució­n ordenada por el Rey, el 25 de julio de 1943. Mussolini fue detenido y confinado en el Norte de Italia, pero pudo ser rescatado por un comando alemán y Hitler lo alentó para fundar y dirigir su República Social Italiana con sede en Saló. La República de Saló no fue más que un sueño fascista. Rodeado y sin salida, escribía Mussolini el 20 de abril de 1945: “Para mí, todo ha terminado. El pueblo italiano resurgirá, pero la convalecen­cia será larga y triste. Yo soy un gran médico que no ha sabido curar al enfermo.” Pocos días después intentaba huir disfrazado de soldado alemán en un convoy que se dirigía hacia Suiza, pero fue intercepta­do y fusilado. Aquel pueblo convalesci­ente lo colgó de los pies en una estación de servicio en el Piazzale Loreto. Dos días después, Hitler se descerraja­ba un tiro en su búnker de Berlín. Así terminaban sus días aquellos hombres que tanto dolor habían causado, aquellos “grandes médicos” que terminaron tomando apenas una ínfima dosis de su propia medicina.

Rodeado y sin salida, Mussolini escribía el 20 de abril de 1945: “Para mí, todo ha terminado. El pueblo italiano resurgirá, pero la convalecen­cia será larga. Yo soy un gran médico que no ha sabido curar al enfermo.”

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BENITO MUSSOLINI El Duce italiano fue capturado cuando intentaba huir disfrazado de soldado alemán. Fue ejecutado y su cuerpo colgado de los pies en una estación de servicio de Milán.
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