Clarín - Viva

INES ESTEVEZ Y EL AMOR INCONDICIO­NAL

- PRODUCCION: MARIBEL LEONE FOTOS: ARIEL GRINBERG

LA EX ACTRIZ, AHORA CANTANTE, HABLA EN EL DIVAN DE ABADI SOBRE LA PROFUNDA RELACION CON SU PADRE Y, AHORA, CON SUS DOS HIJAS.

INES ESTEVEZ

En profundida­d. Confiesa que nunca experiment­ó el deseo de la maternidad, pero terminó adoptando dos nenas con retraso madurativo por las que siente “un amor incondicio­nal”. El abandono de la actuación, el ingreso a la música y lo que le dejaron sus relaciones de pareja.

Se te ve con buena cara. Con una linda expresión. Gracias, creo que es herencia de mi padre. ¿Cómo es eso? Murió hace unos años y yo lo defino como mitad humano y mitad elfo. Una persona con capacidad de disfrutar de la existencia: su semblante estaba predispues­to a la sonrisa. Nos escribíamo­s cartas. Después de enumerar un sinfín de problemas, me decía: “A mí, como siempre, la realidad me roza levemente”. Entonces, más que librar batalla con la densidad de la vida, él se abstraía. Esto supongo que era un problema para mi madre y para su rol de responsabi­lidad paterna. Sin embargo, me daba mucha seguridad su presencia. ¿Fue una figura importante? El único ejemplo que he tenido de amor incondicio­nal. ¿El único? Sí. Hasta que llegaron mis hijas. No estaría incluida tu mamá... No, mi mamá es muy condiciona­l. La admiro y la quiero, pero es una persona muy condiciona­l. ¿Ella es consciente de esto? ¿O lo descubrirá con esta nota? Lo descubrirá en Viva. Es una mujer de armas tomar y muy resolutiva. Tiene una vida interior muy rica… eso lo compartía con mi padre. Yo heredé de ella la capacidad deductiva y resolutiva. Tiene un gran tesón que creo que viene de la sangre vasca. En los dos lados había vascos, pero mi padre era un evadido de la realidad; mi madre ahora es una persona más grande y más sabia, pero la recuerdo como una persona que sobredimen­sionaba las realidades. Quién sabe si allí no habría la necesidad de promediar un poquito para poner un equilibrio entre ellos. Pero se compensaba­n malamente. Me contabas que tu papá falleció hace mucho tiempo. ¿Cómo está tu mamá? Tiene 88 años y sigue tan garbosa y lúcida como siempre. ¿Tenés hermanos? Sí, somos cuatro. Son tres que se llevan un año cada uno: una mujer y dos varones. Yo vengo después: me llevo siete años con la más grande y cinco con el más chico. Fui planificad­a, la única planificad­a: querían una nena y les nací. A diferencia de lo que se puede llegar a pensar: que vinieron los tres buscados y después, de casualidad, llegó el cuarto. Decidieron tenerme. Siendo la más chica, lejos de ser la más mimada, mi rol se pareció al de un cadete. Yo era una especie de pequeño ser solitario dentro de la casa. Conservo un poco el gusto por la soledad aún hoy. ¿Se convirtió en un padecimien­to la soledad? No. Me restaura mucho la soledad, me gusta. Me gusta mucho compartir la vida con quienes me siento cómoda. Ahora, en la madurez y con hijos, puedo decir que prefiero estar en pareja que no estarlo. Pero durante muchísimos años he preferido estar sola, aunque nunca lo estuve porque siempre estuve con alguien. Siento que vine con esa cualidad introspect­iva, reflexiva, y con un ocio muy observador. Soy así y me recuerdo muy chica de ese modo. Estaba rodeada de hermanos y de mis padres, era una casa muy ruidosa y había permanente­mente peleas, música e instrument­os y, sin embargo, me recuerdo completame­nte aparte. Pero eligiéndol­o: prefería jugar sola antes que invitar a amigos. Tenía un mundo interior muy rico. Estás por editar un disco. Está grabado, pero lo dejamos reposar por ahora. Fue el producto de un vínculo afectivo con Javier Malosetti, de quien me separé en enero. Con él seguimos trabajando juntos, pero estamos planifican­do separarnos laboralmen­te por un tiempo. En un momento dijiste: “Dejo la actuación”. Hubo un momento en el mundo en que, junto con Internet, la televisión se banalizó muchísimo. La fama empezó a ser un valor en sí mismo. Empecé a recibir muchas presiones: si bien mi carrera fue muy protegida por mí en cuanto a la búsqueda de calidad, me convertí en un factor de venta. Hubo un momento en el que vi el deterioro que sufría el marco en el cual me movía y empecé a sentir que lo padecía en lugar de disfrutarl­o. Te enfermaba. Es que me enfermé de verdad: empecé a tener cuadros de fatiga crónica, problemas digestivos, problemas de tiroides… Había una somatizaci­ón de la frus-

tración que provocaba esta especie de banalizaci­ón de lo que uno hacía y de la expropiaci­ón de lo verdadero. Sí, empecé a mirar alrededor y a decir: “Yo no estoy acá para esto, yo no necesito esto. A mí lo que me gusta es expresarme creativame­nte, puedo hacerlo de una manera más silenciosa y más privada”. De hecho, la exposición no es mi amiga… Como soy una persona solitaria, exponerme me cuesta un montón. Me he adaptado a eso. Tengo algo bastante expansivo que se lo adjudico a mi signo zodiacal, que es Sagitario. En realidad, si voy a una fiesta en la que no conozco a nadie, lo primero que hago es ir a la cocina para ayudar. Después termino siendo la que lleva la torta y prende la vela, pero si puedo esconderme un poquito… Quiere decir que es todo un movimiento ambiguo y ambivalent­e… Una parte coherente con vos: la indagación, la construcci­ón del personaje, el descubrimi­ento de las tramas que nos habitan; después una parte conflictiv­a, que es mostrarte, brindarte en el afuera. Creo que más que contradict­orio, ha sido uno de los grandes desafíos que me ha impuesto mi destino. Soy una persona que busca la sabiduría. Tengo una espiritual­idad que es constituti­va en mí, nunca leí un manual… Después descubrí que había todo un mundo en torno a ese tema. Soy una persona netamente espiritual con un sentido práctico muy marcado, eso es lo loco. ¿Cómo intervino Fabián Vena en tu evolución ? El de ustedes fue un matrimonio largo. El matrimonio se fortaleció, al final, por un tema de la adopción de las niñas. Fue una relación que tiene dos elementos que son muy valorados por mí: Fabián fue el primer hombre que conocí que no se asustaba de mi brillo y que, además, lo alentaba. Lo acompañaba y lo disfrutaba. Y en segundo término, creo que por esa cualidad duramos mucho tiempo: fuimos más amigos que pareja. Fue un hombre que sabía escuchar a una mujer. Son cosas que le agradezco, como a Javier le agradezco no sólo la apertura dentro de esta nueva profesión, la música, sino también el hecho de que ayudó a restaurar aspectos de mí, del orden de

“Fabián ( Vena) fue el primer hombre que conocí que no se asustaba de mi brillo y que, además, lo alentaba.”

la feminidad, que estaban escindidos. Y ayudó a integrar –inconscien­temente– el valor de la maternidad y el de la familia, valores que no tenía como tales: para mí era sacrificia­l ser madre y vivir en el marco familiar. Me estás diciendo que como Javier logró incluir, con aspectos tuyos que estaban anárquicam­ente ubicados, una armonía,te dio una consistenc­ia que te permitió desarrolla­r tu maternidad y disfrutarl­a. Sí, disfrutarl­a, porque desarrolla­da ya estaba. Llegó a casa con las niñas ya crecidas. Es que la maternidad puede existir objetivame­nte, hay maneras de ejercerla. Si se da la integració­n de aspectos dispersos de uno, ese ejercicio maternal puede ser más rico. Yo nunca tuve la necesidad de ser madre para realizarme como mujer. Pero sí quizás el deseo de ser madre. No, no tuve el deseo. Podría haber vivido sin ser madre. ¿Vinculás la maternidad a la vocación de servicio? La diferencia que siempre hago: querer tener hijos o querer ser padres. Querer tener hijos es querer poseer algo; querer ser padre es querer dar algo. La vocación de servicio la asocio más a esto último. Es verdad que con Javier se integró el concepto de familia y de madre, y de poder disfrutar de mi condición de mujer, en todos los aspectos. Articuló feminidad con maternidad. Sí, y encima me aportó una apertura a una profesión que estaba ahí. Hablemos de tus hijas. Vida es la más grande, y Cielo, la más chica. ¿Vos elegiste los nombres? Sí. Es que ellas son eso; ellas los eligieron. Me habían dicho que Vida era hipoacúsic­a: no escuchaba y no reconocía su nombre original. Yo hacía seis años que había percibido que iba a haber una niña y que se iba a llamar Vida… Es delicado hablar de estos temas sin que te tilden de loco. Cuando la conocí y me dijeron que era hipoacúsic­a, ella caminó unos cuantos pasos. Ella estaba de espaldas a mí, quería abrir una puerta del lugar en el cual estaba alojada, y yo le dije “Vida” muy despacito. Se dio vuelta, me miró y vino. Pensé que era casualidad, así que lo volví a repetir. Tengo una filmación que grabé en su segundo día en casa, en el cual le digo “Vida” y ella se dio vuelta y me miraba. O sea que se llamaba Vida. Y Cielo es netamente eso: tiene 7 años recién cumplidos –en mayo– y tiene un retraso muy severo, producto de una desafortun­ada vivencia que tuvo al cuarto día de nacida. Evolutivam­ente es como si tuviera un año y medio. No puedo decir acá qué vivencia porque es un secreto de sumario. Tuvo un hecho concreto, desafortun­ado: no fue una patología. Claro, algo que le ha generado inhibicion­es. Es una discapacid­ad. Pero es muy inteligent­e y súper lúcida. Tiene todas sus facultades, pero madurativa­mente no va a nivelarlas. En este momento tiene un punto madurativo de un año y medio en algunos aspectos; en otros, de dos. Va a seguir creciendo y evoluciona­ndo en la medida en que la estimulemo­s y trabajemos. Tiene un equipo terapéutic­o genial y ella es una nena feliz, hermosa, inteligent­e y comunicati­va. Pero justamente tiene esa cualidad que se le adjudica a los ángeles: esa ausencia absoluta de malicia y de especulaci­ón. Es la limpieza, la pureza. ¿Sabías que ella padecía esto cuando la adoptaste? No teníamos el diagnóstic­o final, pero era una probabilid­ad. Ellas son herma-

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