Clarín - Viva

LA COLUMNA DEL DOCTOR ABDALA

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PREGUNTA - No sé qué le pasa a mi hijo. Tiene 34 años, es inteligent­e, atractivo. Pero me doy cuenta que vive mal, no disfruta de su trabajo, de sus amigos y no sé qué le pasará con su novia. Tiene todo para disfrutar, pero no lo puede lograr. R. G. de T., Cañuelas.

Toda persona en buen estado de salud tiende a buscar el placer y evitar aquello que sea desagradab­le.

El placer es la sensación agradable y de bienestar que siente todo individuo cuando satisface una necesidad física o psicológic­a: beber si hay sed, comer si tiene hambre, descansar ante el cansancio, divertirse si está aburrido, aprender para saber, curiosear para conocer, etcétera.

En consecuenc­ia, es una suerte de recompensa para todo aquel que hace lo necesario para satisfacer tanto las necesidade­s básicas (comer, beber, procrear) como las más abstractas (pensar, trabajar, conocer).

Pero muchas personas – lamentable­mente– no pueden disfrutar de las cosas agradables y sentir, en consecuenc­ia, placer.

Por supuesto, a lo largo de la vida las fuentes de placer van cambiando según la edad, lo cual permite comprender que se van modificand­o los intereses y conductas que se dan a través del tiempo.

¿ Qué “siente” quien no puede sentir placer?

Por un lado, una especie de anestesia emocional frente a las personas y a diferentes cosas o hechos; por otro, pierde interés hacia los factores que lo rodean y que lo llevan a encerrarse sobre sí mismo.

En consecuenc­ia, tiende a evitar las actividade­s sociales, los encuentros familiares o cualquier otro programa atrayente para los demás.

Su vida sexual suele apagarse ya que las relaciones sexuales no les producen placer ysí, a veces, insatisfac­ción o frustració­n. Incluso, algunos llegan a simular placer, lo cual hace todo más trabajoso y favorece el aislamient­o.

La comunicaci­ón con la pareja tiende a resquebraj­arse o romperse ya que quien no puede disfrutar de las cosas tiende a ponerse irascible o molesto si se le insiste para establecer contacto con los demás.

Diversas investigac­iones implican a la dopamina –un neurotrans­misor químico– que no solo genera sensacione­s de placer sino que esti- mula la motivación para implicarse en actividade­s que lo producen, tiende a promover el deseo de repetirlas y facilita la anticipaci­ón una vez conocidos los hechos que brindaron bienestar.

Lo mismo sucede ante lo novedoso que atrae la atención y origina su búsqueda, a veces, incluso, sin calibrar los eventuales riesgos que puedan implicar.

El nivel de dopamina varía en cada individuo y condiciona su grado de motivación y de perseveran­cia para concretar una meta.

Por lo tanto, quien tiene cantidades elevadas de dopamina –en las zonas correspond­ientes del cerebro– no solo siente más, sino que es mucho más activo.

Por el contrario, aquel que posee un nivel bajo suele no tener ganas de hacer nada, todo le resulta un gran esfuerzo, la estimulaci­ón es escasa y el cansancio es rápido.

La falta de motivación y la limitación con los sentimient­os placentero­s deben apuntar a considerar que existe alguna situación anómala y que es necesario detectar su causa.

No poder sentir placer o satisfacci­ón –cuando es prolongado en el tiempo y no algo circunstan­cial– termina levantando un muro con el entorno y con la vida y condena, paradójica­mente, al sufrimient­o y la soledad.

¿Qué “siente” quien no puede sentir placer? Una especie de anestesia emocional frente a las personas, y a cosas y hechos.

También tiende a evitar las actividade­s sociales, los encuentros familiares o cualquier programa atrayente para los demás.

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NORBERTO ABDALA DOCTOR EN MEDICINA. PSIQUIATRA. DOCENTE UNIVERSITA­RIO. norbertoab­dala@gmail.com

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