LO QUE APRENDI DE MI ADN -
La vida después de un test genético. En febrero, la periodista y escritora Bibiana Ricciardi se hizo un examen de ADN para saber su predisposición a ciertas enfermedades. Luego, siguió indicaciones médicas personalizadas. Ahora cuenta cómo le fue.
Si viene la esclerosis múltiple que me encuentre entrenada”, concluí en mi nota publicada aquí mismo, en Viva, el 5 de febrero de este año. Me había hecho un estudio de ADN para contar la experiencia, me gusta jugar con fuego. Soy sobreviviente. De mudanzas, partos, desempleos, éxitos, derrotas, divorcios, cáncer. Corro cuarenta kilómetros por semana desde hace veinte años. Corrí embarazada, enferma, insomne, lesionada, convaleciente. Corrí siempre. Escribí una novela de una mujer que corre sin detenerse. Corro para no morir. Por eso mismo cuando el médico Pablo Corinaldesi, del instituto en el que me había hecho el estudio de ADN, me sugirió que podíamos mejorar mi entrenamiento diseñando una rutina y una nutrición a medida de mis genes, sonreí feliz. A quién le importa la amenaza de una posible enfermedad grave si descubre que podrá seguir corriendo. Porque no nos engañemos: correr crea adicción. Corremos porque no podemos evitarlo. Y hacerlo a esta edad, después de tantos años de entrenamiento, no es tan sano como parece. Las articulaciones se resienten y las lesiones sucesivas también dejan sus marcas.
Para cuando escuché la propuesta,
a principios de enero de este año, venía rumiando una orden interna. Debía correr menos para evitar dejar de correr por completo. Me dolían los pies antes y después. Nunca durante: la endorfina es placentera, no se sufre mientras se corre. Toda la vida creí que el límite me lo pondrían las rodillas. Mis pobres rótulas torturadas. Sin embargo, había tenido que concluir que serían los pies quienes me detendrían.
Al doctor Corinaldesi le bastó una observación- medición concienzuda para notar lo de mis pies. Una mirada a mi cuerpo, no a mis genes. También notó que, para el nivel de entrenamiento que yo tenía, mis músculos dejaban bastante que desear. Este dato sumado al que brindaba mi estudio genético: alta capacidad de resistencia física, lo hizo concluir que debía entrenar menos tiempo pero con mayor dificultad. Correrme de la zona de confort. Incluir
pesas, intervalos de distinta velocidad, no superar los veinticinco minutos de entrenamiento. Podía hacer fondos para darme el gusto, pero que la mitad de mi entrenamiento semanal fuera con ese esquema.
Y me recomendó que viera a Gustavo Güerzoni, kinesiólogo y fisiatra, director de una institución dedicada a mejorar la pisada de deportistas profesionales y amateurs. Los corredores sabemos que existen tres tipos de pisadas: neutra, pronadora o supinadora. Pero ahora existe una tecnología capaz de realizar un diagnóstico preciso de la pisada y entonces conocer exactamente cuál es el calzado más adecuado según el peso, la actividad y las alteraciones detectadas. Gustavo me hizo correr en el Footscan (una plataforma con más de 8 mil sensores que captan las diferentes presiones que hace el pie durante la marcha) pero también me miró piernas y pies. Tengo un centímetro menos en mi pierna derecha. Parece que casi todos somos desparejos y que el cuerpo solo se va amoldando para suplir esa falta y ahí comienzan los problemas. La cadera se rota levemente, la columna... ¡toda la estructura corporal está plantada sobre los pies! Necesitaba plantillas. Unas especiales, diseñadas según mis propias alteraciones.
Parada sobre mis zapatillas con plantillas,
con sendas pesas atadas alternativamente a mis tobillos y muñecas, empecé a desarrollar el entrenamiento propuesto por el médico Corinaldesi. Siguiendo, a su vez, la nutrición que había desarrollado según mi ADN Fernanda González, la nutricionista del equipo. Según me informaron, veríamos resultados en unas diez o doce semanas. Sin embargo, para mí fueron instantáneos. Comencé a perder peso, mejoraba mi resistencia, ganaba velocidad. Estaba por fin entendiendo para qué sirve realmente conocer el ADN. La epigenética o cómo evadir el corset genético. Los seres humanos no somos meros espectadores del show del ADN. Tenemos una responsabilidad que asumir y podemos modificar lo que está dado.
Doce semanas después de haber realizado mi primera consulta volví al doctor Corinaldesi. No necesitó medirme para observar la pérdida de peso. Igual me pesó, me midió, mensuró el cambio. Había bajado cuatro kilos y aumentado entre un 20 y un 30 por ciento los músculos de mi cuerpo. Sin embargo... Qué pena que siempre hay un sin embargo. El descenso había sido mucho y se me habían escurrido entre los dedos 890 gramos de masa muscular. No era ese el objetivo. “Subime un kilito y medio”, rogó el doctor.
¿En qué pliegue de mi ADN dice que no debo exagerar?