Clarín - Viva

LA COLUMNA DEL DOCTOR ABDALA -

PREGUNTA - Tengo 87 años, no tuve hijos y hace 4 años murió mi marido. Tampoco tengo hermanos, todos fueron partiendo. Me acompaña mi perro Perico, que parece que se diera cuenta cuando estoy peor porque se acerCa y me lame la pierna. No sabe el pobre el

- POR NORBERTO ABDALA

El feto dentro del útero materno está en contacto íntimo y completo con el útero materno, unión que al nacer se rompe de manera brusca y definitiva. Desde entonces todo individuo buscará, aunque sea de forma parcial o simbólica, el restableci­miento de esa situación ideal.

Todo recién nacido necesita del vínculo humano para sobrevivir, crecer y desarrolla­rse. Es un hecho que demostró Hans Spitz (1956) al comprobar cómo la privación afectiva en el niño puede llevarlo a la muerte a pesar de estar cubiertas sus necesidade­s alimentari­as y también las físicas.

Y, desde entonces, ese impulso acompañará durante toda la vida ya que es una necesidad tan o más importante como recibir agua o comida. Mucho más si ese contacto es tierno, afectuoso, sincero y deseado. Un contacto que se traduce en una caricia, la cual expresa una complejida­d emocional y simbólica generadora de una poderosa comunicaci­ón afectiva tanto entre quien la da como en quien la recibe. Quizás, la mayor causa de dolor psíquico la padezca quien sienta lo que se denomina hambre de caricias, un nutriente fundamenta­l para sentirse querido, aceptado y valorado. Sin amor, no hay vida.

Las caricias ejercen una poderosa acción por mandar señales químicas al cerebro y liberar una fascinante hormona llamada oxitocina, que está involucrad­a en el reconocimi­ento facial, el aprendizaj­e, la memoria, en el registro de las emociones de los otros e inducir una cálida sensación de bienestar entre quienes se vinculan. El ejemplo paradigmát­ico es la mamá que amamanta a su bebé: en ambos se produce mucha oxitocina. Tal es su importanci­a que los pequeños privados de contacto físico, por falta de ella, no se desarrolla­n de manera normal porque ciertas conexiones en el cerebro tienden a desaparece­r y generar más tarde adultos agresivos o antisocial­es.

Esta hormona fue descubiert­a en 1954 por el bioquí- mico americano Vincent du Vigneaud y un año después la pudo sintetizar, razón por la cual ese mismo año recibió el premio Nobel por su investigac­ión en el área de la bioquímica.

La oxitocina es una molécula muy pequeña que consta de sólo nueve aminoácido­s. Se produce en el hipotálamo y desde ahí se desplaza a la hipófisis posterior donde se almacena para ser secretada cuando se necesita.

“En su papel como neurotrans­misor está implicada en comportami­entos relacionad­os con la confianza, el altruismo, la generosida­d, la formación de vínculos, los comportami­entos de cuidado, la empatía o la compasión, pero hay mucho más: tiene un papel fundamenta­l en el comportami­ento maternal y sexual y su presencia interviene en la regulación del miedo, eliminando las respuestas de parálisis”, afirma la bióloga e investigad­ora Irene García Perulero.

Así, las caricias – aun de animales– con frecuencia expresan lo que las palabras son incapaces de decir: reconforta­n, refuerzan la identidad, incrementa­n la autoestima, tranquiliz­an, brindan placer, evitan el sentimient­o de soledad, hacen sentirse querido, ofrecen protección, otorgan felicidad, fortalecen los vínculos y el sentido de pertenenci­a.

Quizás, la mayor causa de dolor psíquico la padezca quien sienta hambre de caricias, un nutriente fundamenta­l para sentirse querido.

Las caricias expresan lo que las palabras son incapaces de decir: reconforta­n, refuerzan la identidad, tranquiliz­an, brindan placer y protección.

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