Cocina española en un salón señorial
Clásico porteño. En un ambiente majestuoso de un edificio histórico de la ciudad, delicias de la cocina española.
En la gastronomía actual una parte importante de los nuevos emprendimientos tiene una perspectiva de corto plazo. Los hipsters del gusto piensan a cinco años. Pasar ese límite parece azaroso. Las modas cambian. Los clientes millennials conviven con modelos de servicio que otras generaciones anteriores consideran inadecuados. Aceptan sin chillar asientos incómodos y mesas de 60x60 cm. Son atendidos por camareros simpáticos y amables que muchas veces desconocen las reglas elementales de un servicio eficiente. Pueden comer en frascos, consumen pan de masa madre, prefieren hacer cola en lugar de reservar, eligen la comida directamente en el mostrador, la pagan y la retiran en el mismo lugar. Sin embargo existe otro mundo. Hay que buscarlo. Por ejemplo, un magnífico edificio histórico de la ciudad que ofrece un enorme salón comedor, majestuoso y reluciente. Sus mesas son amplias, cómodas, vestidas con manteles blancos impolutos y separadas por una distancia que permite charlas sin intrusos. Los mozos son de oficio consolidado, siempre conectados con la cocina y el comensal. La carta es variada. Clásica. Extensa. Española. Sale una tortilla elaborada a regla de arte. Sabrosa, con las papas y las cebollas que terminan la simbiosis en una inobjetable costra dorada. Los chipirones en su tinta son tiernos y delicados. Ofrecen su esencia íntima de manera simple, acompañados por un arroz cuya función es rescatar la salsa. La carne del cochinillo al estilo de Segovia es húmeda, suave, en su punto ideal y su piel es una galleta crocante que se derrite en la boca. Las papas al romero que la acompañan cierran la ecuación. La crema catalana es el cierre goloso de rigor. Refrescante y generosa.