Clarín - Viva

ENTRE LA GUARDIA DEL HOSPITAL Y LOS VIÑEDOS

Laura Catena es bióloga, médica de emergencia­s y cuarta generación de bodegueros. Perfil de una mujer que pasa su vida entre la sala de guardia de un hospital y los viñedos.

- POR EUGENIO MAESTRI FOTOS: ARIEL GRINBERG

El calor de diciembre se hace sentir cerca del mediodía. Por las calles de Barrio Parque no se ve gente caminando, sólo una mujer barre de la vereda las flores que caen de los árboles y algún que otro auto perturba por unos segundos el silencio. El barrio más aristocrát­ico de la ciudad, con sus casas señoriales, parece inmune, impasible al ajetreo del mes más convulsion­ado de cada año.

En una de esas casas nos recibe Laura Catena, directora de la Bodega Catena Zapata, bióloga y médica. La hija del medio de Nicolás Catena está sentada a la mesa terminando de tomar su desayuno, en un living no demasiado grande, donde sobresalen pinturas originales, un retrato al óleo del dueño de casa y los muebles de estilo. Sobre la mesa, un par de ejemplares de Oro en los viñedos, su segundo libro, editado por Catapulta.

Menuda, de cabello corto, negro, viste ropas sin estridenci­as y con una sonrisa invita a sentarse y ofrece algo para tomar. “Cuando estoy de visita me gusta que me mimen”, dice sin preámbulos y casi antes de la primera pregunta comienza a hablar. “El libro está contado desde el costado dramático, de amoríos, de muertes; a los humanos nos gusta escuchar de las tragedias, por algo en los diarios están las páginas policiales. Ahora estoy leyendo un libro de filosofía, muy interesant­e, que dice que la vida es que te pasen cosas malas para que puedas disfrutar de las buenas, ya sé que suena básico pero es así. Oro en los viñedos está escrito para que lo entienda un experto en vino y quien no lo es. Cuento la historia de cómo salen estos vinos tan únicos, inolvidabl­es... En el libro no está el secreto de cómo encontrar el oro, sí la historia de esas familias, sus sufrimient­os, sus fracasos, sus éxitos. Esto muchos libros de vinos no lo cuentan, y se olvidan de lo básico.”

Cuarta generación de una familia de bodegueros que fue pionera en posicionar al vino argentino en el exterior, sus primeros acercamien­tos a este mundo fueron naturales. “Yo era niña y mi papá iba a trabajar en el viñedo; cuando no estaba en el colegio iba con él y mientras hablaba con los enólogos y los viticulto- res, yo andaba por ahí con mis perros cachorrito­s. El primer recuerdo de tomar vino es cuando adquirías el derecho de sentarte en la mesa de los grandes, porque los niños comían aparte en la cocina. Ese día que te dejaban comer con los padres y abuelos te daban un poquito de vino con un chorrito de soda para que quedara rosado.”

Luego de la primaria, estudió unos años en el Nacional Buenos Aires y terminó la secundaria en California. Al momento de elegir una carrera universita­ria, todos sus números estaban puestos en humanidade­s, ya que le fascinaban el latín, la historia y la literatura. Cuando fue a la Universida­d de Harvard tomó una clase sobre la Teoría de la Evolución con Stephen Jay Gould, “el primer gran escritor científico, un divulgador, que escribía artículos sobre los asteroides y los dinosaurio­s y me agarró un ataque de tener certeza de las cosas”. La carrera elegida, entonces, fue Biología. Después estudió Medicina en la Universida­d de Standford, porque, dice, “nuestro rol en el mundo es hacer un bien a los demás y la Medicina me parecía que era el camino más fácil. Ahora, para mí, la transforma­ción que ha tenido Mendoza en los últimos años, el orgullo del mendocino por el vino, lo bien que anda la provincia por la industria del vino, tener un buen negocio que promueve la economía y la salud como es el vino en moderación, pienso que este trabajo es tan relevante como ser médico”.

En guardia. En San Francisco, la ciudad en la que vive con su marido Dan McDermont, también médico, y su tres hijos, Luca, Dante y Nicola, Laura trabaja como médica de emergencia­s en un hospital. “Es muy intenso, pero es la razón por la que lo elegí. Mi abuelo me decía La lauchita porque no me podía quedar quieta. Estudié Medicina en los Estados Unidos y ahí pasás por todos los servicios, y donde mejor me sentí fue en Emergencia­s, porque estás de un lado al otro, y esa hiperactiv­idad iba bien con mi personalid­ad. En todas las profesione­s uno se acostumbra a lo que tiene que hacer. Claro que tengo recuerdos tristes. El médico no se olvida de las cosas duras. Una vez tuve un caso muy triste de Pediatría y le dije a mi mamá: ‘No puedo seguir con esto’. Ella

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