Clarín - Viva

LA COLUMNA DE FELIPE PIGNA

POR FELIPE PIGNA

- FELIPE PIGNA HISTORIADO­R consultasp­igna@gmail.com

Hubo un aviso, pero los muertos eran pobres, de los barrios bajos. Con la epidemia de cólera de 1867, que dejó casi 600 víctimas, se venían denunciand­o las pésimas condicione­s de vida de la mayoría de la población que carecía de agua potable y servicios cloacales. Y la peste llegó en enero de 1871. Todo parece indicar que los vectores de la fiebre amarilla llegaron en un barco procedente de Asunción del Paraguay y encontraro­n muchos sitios propicios para reproducir­se en los charcos y pantanos de las zonas cercanas al puerto, ensañándos­e con las barriadas populares de San Telmo y Monserrat. Los primeros casos se dieron en las casas de inquilinat­o de Bolívar 392 y Cochabamba 113. El episodio dejó de ser una rareza para generaliza­rse.

Faltaban diez años para que el doctor Carlos Finlay expusiera su tesis en un Congreso médico en La Habana que demostrarí­a que el causante de la enfermedad era un mosquito llamado Aedes aegypti y que el mal no se propagaba por contagio. Pero por aquellos días de 1871, frente a la ignorancia, cundió la histeria y la histórica culpabiliz­ación de la pobreza por parte de los miembros del poder, es decir de sus propios causantes.

Creció la xenofobia y la persecució­n contra los italianos en particular y contra los habitantes de los conventill­os en general. La fiebre, llamada amarilla por la ictericia que viraba el color de los enfermos, se extendió por los barrios más populares de la Capital.

El número de muertos se fue incrementa­ndo hasta llegar el 10 de abril al récord de 563 muertos en un solo día. Los hospitales colapsaron y hubo que fundar un nuevo cementerio que se creó en la Chacarita de los Colegiales, aquel escenario de la Juvenilia de Cané.

Las víctimas eran transporta­das en el “tren de la muerte” que tenía como locomotora a la legendaria Porteña. Partía de la actual esquina de Jean Jaurés y Corrientes y llegaba con sus tres vagones cargados de muerte hasta la flamante necrópolis.

El presidente Sarmiento y el vice Alsina abandonaba­n la ciudad y a sus habitantes a la buena de Dios, mientras el diario La Prensa decía el 21 de marzo de 1871: “Hay ciertos rasgos de cobardía que dan la medida de lo que es un magistrado y de lo que podrá dar de sí en adelante, en el alto ejercicio que le confiaron los pueblos”.

La ciudadanía se movilizó a la Plaza de la Victoria ( hoy Plaza de Mayo) y allí unas 8.000 personas decidieron conformar una Comisión Popular presidida por el doctor Roque Pérez, que con decisión y acciones de heroísmo en medio de las cuales falleció, entre otros, el doctor Francisco Javier Muñiz, trató de llenar el vacío dejado por el gobierno ausente y ocuparse de la situación de emergencia.

La cifra oficial de muertos fue de 13.614. La mitad eran niños. Solo después de la tragedia comenzaron a ser debatidos los proyectos para emprender las tareas tendientes a que los habitantes de Buenos Aires tuvieran agua potable y cloacas. Pero en cuanto comenzaron a quedar atrás los ecos de la fiebre amarilla, los proyectos se fueron cajoneando y sólo se encararon los que correspond­ían al Barrio Norte y Recoleta, donde moraban ahora los poderosos de Buenos Aires que habían abandonado tras la epidemia sus casonas de San Telmo y Monserrat para convertirl­as en rentables e insalubres conventill­os. La peste había pasado, las condicione­s que la habían hecho posible seguían inalterada­s.

Habría que esperar hasta 1930 para que las cloacas y el agua potable llegaran a la mayoría de los barrios de Buenos Aires, y en 2018 seguimos esperando que lleguen a millones de hogares argentinos que carecen de estos servicios básicos.

La cifra oficial de muertos fue de 13.614. La mitad eran niños. Después de la tragedia se debatieron proyectos para emprender las tareas para que los habitantes de Buenos Aires tuvieran agua potable y cloacas.

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LA EPIDEMIA El artista Juan Manuel Blanes realizó una pintura retratando los episodios de fiebre amarilla en la Buenos Aires de 1871.
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