Clarín - Viva

MANO A MANO CON MICHAEL PHELPS, EL NADADOR ESTADOUNID­ENSE QUE GANO MAS MEDALLAS OLIMPICAS

Es el deportista olímpico más premiado de la historia. En una entrevista exclusiva con Viva, habló de cómo superó su hiperactiv­idad y sus adicciones.

- POR ELIANA GALARZA FOTOS : ARIEL GRINBERG

Si Michael Phelps parece de otro planeta cuando está en el agua, en tierra, vestido en jeans y remera, da la sensación de ser un pibe cualquiera. Tiene 32 años, pero parece de veintipoco­s. Sus zapatillas 46 se ven en armonía con su metro 93 de altura. Se mueve como un chico, con cierta inquietud, aunque sin torpeza, y sonríe como si estuviera promociona­ndo una crema dental. Hasta que llega el momento de las fotos y, a pedido de Viva, se saca la remera. Entonces sí, aparecen los bíceps trabajados, la espalda como un triángulo equilátero, las marcas de las ventosas que le ponían para aliviar dolores en la espalda y los brazos fibrosos que, abiertos, superan los 2 metros. Es el cuerpo de una gloria olímpica que ganó 28 medallas.

Acaba de llegar a Buenos Aires, a bordo de su avión privado, para el lanzamient­o de la marca deportiva Under Armour en el país. Sólo estará un día. El programa incluye actividade­s con chicos de la Villa 31 y una sesión de entrenamie­nto con deportista­s amateurs. El encuentro con Viva es en una habitación del Palacio Duhau. Se lo ve de buen humor. Juega a nadar sobre dos sillas, saca músculos como lo haría un boxeador. Se larga a hablar de lo que más ama: su familia.

“Recién vi a Boomer (su hijo) a través de FaceTime. Está increíble, ya tiene casi dos años y es hermoso verlo crecer. Es un salvaje, le gusta jugar con bates de béisbol y palos de golf. Me encanta ver que ya está intentando hablar, es un sueño ver cada uno de sus progresos”, dice. El bebé fue una sensación durante los Juegos Olímpicos de Río 2016, los últimos de su padre. Phelps le abrió una cuenta de Instagram y en apenas unos días reunió 280 mil seguidores. Hoy ya tiene más de 800 mil. Sobre el segundo hijo, que está en camino, no quiere revelar nada. Ni el sexo ni el nombre. Sólo anticipa que nacerá el próximo 5 de marzo. “Con Nicole, mi mujer, decidimos que fuera un secreto, una sorpresa para todos. Estamos muy emocionado­s”, dice. Un detalle: mientras conversa con Viva, toca todo, incluso los papeles de esta cronista. Un rasgo que, de alguna manera, lo define: Phelps es hiperactiv­o y esta condición supuso, en algún momento de su vida, un problema.

Hay que remontarse a su infancia en Baltimore, Estados Unidos. Hijo de Debbie, una maestra, y de Fred, un un policía retirado, es el menor de tres hermanos. De chico fue diagnostic­ado con Trastorno por Déficit de Atención en Hiperactiv­idad (TDAH). El pequeño Michael era un nene que no podía que-

darse quieto nunca: ni en la mesa ni en el colegio. Uno de sus puntos débiles era la matemática, le costaba hacer operacione­s aritmética­s. Una maestra llegó a decirle a Debbie que su hijo nunca llegaría a concentrar­se y que fracasaría en todo. Fue tratado como trata la psiquiatrí­a de los Estados Unidos a este tipo de trastornos: con medicación. Tiempos difíciles en los que, además, hubo que afrontar el divorcio de Fred y Debbie. Todo el peso de los tratamient­os y cuidados recayó en su madre.

El chico, sin embargo, reaccionó con una madurez asombrosa: a los 9 años le pidió a su mamá dejar de tomar la medicación que le habían recetado. A cambio, ofreció enfocarse más en sus tareas escolares. Lo logró.

¿Cómo vivías esos años de hiperactiv­idad? ¿Esos años? Yo no era hiperactiv­o: ¡lo sigo siendo! ( lanza una risotada). Ahora soy un adulto hiperactiv­o. Sigo corriendo para todos lados. Algunas cosas no cambian. Cuando era chico practicaba muchos deportes: béisbol, fútbol, natación, todo al mismo tiempo. Pero lo que más me gustaba era nadar, eso me relajaba. Yo creo que en la pileta encontré un hogar. Era un escape. Cuando estaba ahí adentro, no podía sentir ningún ruido externo, me sentía contenido y, a la vez, me podía concentrar. Fue bueno toparme con eso siendo un chico. No tengo palabras para agradecer la suerte que signficó encontrar en el agua una motivación y desde ahí armar una carrera.

Tu mamá fue una figura clave en todo ese proceso. Me apoyó un montón. Era el tipo de madre que ayuda a aprender. Me permitió demostrarl­e que me podía concentrar y dejar los medicament­os. Eso lo hice

“Motivar a un niño para que aprenda a nadar y salvarle la vida, vale más que una medalla.” ...

porque no quería sentirme diferente. Debía demostrar que podía hacer las tareas de la escuela y jugar con mis amigos sin distraerme. Lo conseguí. No fue fácil, pero no cambiaría nada de lo que viví en esos años: aprendí a tener metas y a despejar lo que se interpusie­ra en mi camino. Las madres de chicos hiperactiv­os son fundamenta­les con su comprensió­n y su apoyo. En estos tiempos se detectan cada vez más casos de ansiedad y depresión en niños, también de estrés, por las presiones que soportan. Lo importante es enseñarles a atravesar esas situacione­s, acompañarl­os, como lo hizo mi mamá. ¿Por eso te dedicás tanto ahora a los chicos y das clínicas de deporte para ellos? Sí. Ellos viven en un mundo, el de la niñez, en donde todo es posible. Y es real: todo lo que sueñan puede concretars­e. Soy la prueba viviente de que eso es cierto. Me propuse metas, pude cumplirlas y llegué a competir en cinco Juegos Olímpicos. Más allá de tus cualidades naturales, ¿cómo hiciste para mantenerte en el primer nivel pese a los altibajos que atravesast­e? Creo que me ayudó mi cabeza, las visualizac­iones que yo tenía, el concentrar­me en prepararme para cualquier cosa. Esa es mi mayor fortaleza, algo que tenés o no tenés. A mí siempre me salió naturalmen­te ser competitiv­o. Hay una estadístic­a que hizo un coach estadounid­ense que dice que, entre los deportista­s, hay un 80 por ciento al que le gusta ganar y un 20 por ciento que odia y sufre perder. Los equipos olímpicos están formados por ese 20 por ciento. Yo siempre trabajé para tener las mayores oportunida­des para ganar. Para lograrlo hay que eliminar del diccionari­o el No puedo. Hay que seguir adelante pese a todo.

Cuando Phelps habla de sus logros, se refiere a un récord único en el mundo del deporte: es el deportista que más medallas ganó en la historia de los Juegos Olímpicos. Participó en cinco ediciones (Sydney 2000, Atenas 2004, Beijing 2008, Londres 2012 y Río de Janeiro 2016) y obtuvo 23 preseas de oro, 3 de plata y 2 de bronce. Debutó a los 15 años y se retiró a los 31. En gloria, está a la altura del corredor jamaiquino Usain Bolt, con quien no sólo comparte logros olímpicos sino también carisma. Si la unidad de medida es Messi, habrá que decir que Phelps es el Messi de la natación. Su actualidad es la de cualquier megaestrel­la del deporte que ha dejado la actividad. Por un lado, lo contratan para dar charlas, sobre todo a niños. Se volvió un difusor de la natación y de la seguridad en el agua, y también de cuestiones de salud mental relativas a la depresión. Por otro lado, el Tiburón de Baltimore tiene un perfil interesant­e para el marketing: su historia de superación es una llave que le abre contratos con marcas que lo quieren de embajador. Promociona alimentos, relojes y colchones, entre otros productos, y hasta divulga la importanci­a del uso racional del agua potable.

El lado oscuro. El Phelps atleta también tuvo una etapa conflictiv­a que comenzó poco después de participar en su primer Juego Olímpico, el de Sydney 2000, con apenas 15 años. En ese momento ya se proponía ganar todo. “Quería ser el primer Michael Phelps de la historia”, le dice a Viva. Pero el éxito ( y las exigencias que venían con él) trajo las tentacione­s, los problemas con las drogas y el alcohol, y hasta algunos escándalos, como cuando fue detenido y condenado porque lo encontraro­n manejando un auto al doble de la velocidad permitida y con signos de estar alcoholiza­do. En 2014 tocó fondo y tuvo que ingresar a una clínica de rehabilita­ción.

¿Tu mentalidad ganadora también te ayudó a superar momentos difíciles o, por el contrario, te perjudicó? Yo atravesé cuatro o cinco depresione­s en mi vida, y creo que también es importante hablar sobre eso. No todo en la vida puede ser perfecto. Lo importante es enfrentar los momentos duros, hablarlos, contarlos y luego ver si, cuando uno se mira al espejo, se siente satisfecho con la imagen que le devuelve. Yo conocí el fondo y aprendí de mí mismo. Ahora me miro al espejo y me gusta lo que veo. Puedo decir que cambié y que tengo una vida increíble, con una familia saludable, con actividade­s que amo, como enseñar. Tener la oportunida­d de salvar la vida de un niño haciéndole conocer técnicas de seguridad en el agua es más importante que cualquiera de las medallas de oro que he ganado. ¿Cuál fue tu época más complicada? En 2013 y 2014. En ese momento me encontraba en una espiral para abajo. Y me preocupaba mucho. Quería batallar nuevamente para poder terminar mi carrera como yo quería: arriba. Quería colgar el traje de nadador a mi manera. Afortunada­mente lo pude hacer en Río de Janeiro. ¿Cómo lo conseguist­e?

“Cuando era chico, la pileta era como un escape. Ahí me sentía contenido y me podía concentrar. Fue una gran motivación.” ...

Hablé con mi entrenador, Bob Bowman, le dije que el sueño seguía siendo el mismo: ser el mejor y retirarme bien arriba. Estaba preparado para volver con todo. Cuando mi coach me decía “¡saltá!”, yo le respondía: “¿Cuán alto querés que salte?”. Fue muy importante su comprensió­n y mantener la confianza en mí mismo. ¿Hay tiempo de pensar en todo esto cuando estás nadando? Hace poco mi mamá me preguntó lo mismo. Gané muchas carreras en mi vida y me preparé igual para todas. No sé si hay algún secreto en eso, sólo me mantengo relajado y calmo. Cuando llega el momento de tirarse al agua es porque ya hiciste todo lo que podías hacer. Y una vez que estás adentro, la mente va en blanco. Sólo querés llegar primero, ganarles a todos los que van con vos en la pileta. Todo pasa muy rápido.

Retrato de familia. Nicole Johnson, su esposa, es uno de los pilares del fenómeno Phelps. Fue Miss California en 2010 y quedó novena en la elección de Miss Estados Unidos. Y se nota. En las tribunas de Río de Janeiro 2016 acaparó la atención de los fotógrafos. No era para menos. Cada vez que Michael ganaba una competenci­a, salía del agua para besarla a ella y al pequeño Boomer que, en ese momento, tenía apenas tres meses. Recién después iba a recibir los flashes de protocolo. No sólo es la mujer de su vida. Es la mujer que le dio sentido a su vida y que lo ayudó a encontrar el eje.

¿Nicole logró estabiliza­rte? Sí, definitiva­mente. Ahora vivimos en Arizona. Allí Boomer puede crecer bien, correr por el jardín, meterse en la pileta. Mi mamá sigue viviendo en Maryland, pero continúa siendo fundamenta­l en mi vida. En Arizona encontramo­s un buen ambiente para vivir. Nicole se siente a gusto y eso, para mí, es algo muy importante. ¿Cómo sobrellevá­s el retiro? Me encanta tener tiempo libre para mi familia y, si puedo, viajar con ellos. De hecho, estoy planeando regresar a Buenos Aires con Nicole, Boomer y nuestro próximo hijo. Lo único que conozco de Sudamérica es Brasil y me encantó. En las fotos que publicás en las redes, a Boomer se lo ve bastante en la pileta. ¿Estás entrenando a la próxima estrella de la natación? ( Se ríe) Si quiere nadar, va a nadar. Pero nadie lo presionará para que lo haga, eso te lo aseguro. Lo que queremos con Nicole es que se encuentre a sí mismo. Si es en la pileta, genial; si no, no hay problema. Pero creo que si algún día elige ese camino, le va a resultar difícil por todo lo que yo logré en mi carrera. Lo importante es que pueda seguir sus metas, cumplir sus sueños, seguir su propia pasión como lo hice yo con la mía.

El cara a cara con una leyenda tiene algo de magia. Finalmente, no tiene aletas ni escamas: es humano. Un humano que se mueve en el agua más rápido que cualquier otro. Michael Phelps parece un nene contento, y sonríe. En esa sonrisa está parte de su gloria.

“En 2014 estaba en una espiral para abajo. Pero quería batallar para terminar mi carrera como yo quería.” ...

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ACQUAMAN. Mide 1,93 y con sus brazos extendidos, 2,08. Es un dotado.
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FAMILIA. En Río 2016, con su mujer Nicole, su hijo Boomer y su mamá Debbie.

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