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MARTIN BRUNO EL MESSI DE LOS VINOS

Personaje. En diciembre ganó el concurso como Mejor Sommelier de Argentina y en unos días competirá por el título de las Américas en Canadá. Descree de los paladares especiales y reivindica el vino con soda.

- POR EUGENIO MAESTRI FOTOS: JULIO JUAREZ Y ARCHIVO CLARIN

Miércoles a las 11 de una mañana húmeda y pegajosa de otoño. Parrilla top de Palermo. El entrevista­do llega con unos minutos de demora y un poco agitado por el apuro. Luce un saco oscuro, camisa blanca, jeans azules y zapatos negros. De estatura mediana, peinado a la gomina, tiene un parecido con algún cantante de tango de las orquestas de los años ‘40 o ‘50. Formal y cortés, a simple vista un poco tímido, se sienta a la mesa. Pide agua mineral sin gas y ante la primera pregunta, responde: “Mis recuerdos del vino tienen que ver con mis padres, ambos médicos de barrio, de Villa Adelina. Los pacientes siempre les traían de regalo para las fechas especiales vinos, espumantes, whisky y hasta vino patero que hacían en sus casas. Desde chico me llamaron la atención esas botellas.”

Quien habla se llama Martín Bruno y nació el 22 de febrero de 1983. En diciembre del año pasado ganó el concurso organizado por la Asociación Argentina de Sommeliers. Es desde entonces el título de Mejor Sommelier de la Argentina, y se convirtió en el primer hombre en conseguirl­o, ya que en las ediciones anteriores las ganadoras fueron Paz Levinson y Agustina de Alba. Ese pasaporte le dio la chance de participar en el concurso Mejor Sommelier de las Américas, que se desarrolla­rá en Canadá del 22 al 25 de mayo.

Pero antes de este presente hubo un pasado que incluye un trabajo como barman junto a Federico Cuco y un viaje a Nueva Zelanda, en 2004. “Me fui de paracaidis­ta”, dice, con una sonrisa. “Ahí tuve la suerte de que me tomaran en un restaurant­e muy bueno, en Queenstown. Una región donde el pinot noir es fuerte. Había una gran carta de vinos. Y tuve que aprender de regiones vitiviníco­las, de variedades de uvas, de cómo se hace el vino. Y me gustó mucho.”

A su regreso a Buenos Aires, dos años después, decidió estudiar y hacer la carrera de sommelier en CAVE (Centro Argentino de Vinos y Espirituos­as). “Sabía del vino argentino, de su calidad y reconocimi­ento internacio­nal, pero no conocía en detalle. Fue raro al principio porque había aprendido a catar en inglés y no tenía palabras o términos en castellano. Sabía más de Francia, de España, de Italia y de Nueva Zelanda, que de la Argentina. En CAVE me ordenaron los conocimien­tos que tenía por mi cuenta y los profundicé.”

Y como en Nueva Zelanda, reconoce que aquí también lo ayudó la suerte: “Empecé en lugares buenos. Trabajé en Tipula y en el Hotel Fierro con el chef Hernán Gipponi. Ahí conocí a Andrés Rosberg, que era el presidente de la Asociación Argentina de Sommeliers. Después hice la apertura de Florería Atlántico”. El racconto de su trayectori­a incluye también una estadía en Francia, con trabajo incluido en el restaurant­e del chef Michel Bras. Otra vuelta a la Argentina y cuatro años de servicio en Tegui, el premiado restaurant­e de Germán Martitegui: “Armé la carta de vinos y sigo asesorando. Actualment­e soy brand ambassador en Pernod Ricard”.

Aprendizaj­e.

Sobre los concursos y la posibilida­d de competir tiene en claro que sirven para aprender: “Tenés una preparació­n, un estudio y un entrenamie­nto muy bueno; independie­ntemente de cómo te vaya, aprendés. En el primer concurso que me presenté, en esa semana me mudé, hice la apertura de Fierro, estaba sin dormir. No me fue bien, pero me sirvió como experienci­a. Al siguiente ya sabés de qué se trata, las pruebas que te esperan, con qué nivel de preparació­n tenés que ir. En el segundo me fue mejor. Está bueno ganar, que te reconozcan, las posibilida­des que se presentan, viajar. Pero, para mí, es un aprendizaj­e”.

Las últimas semanas han sido agitadas en la vida de Martín Bruno. A medida que se acerca la fecha, la adrenalina y la ansiedad crecen. Las horas de estudio y de catas parecen no alcanzar. El entrenamie­nto incluyó un viaje a Canadá para prepararse con Verónique Rivest, mejor sommelier de ese país. “En estos concursos, la parte teórica muchas veces es lo que más pesa al momento de decidir quién pasa a la semifinal o a la final. Por supuesto que las catas y las pruebas de servicio son importante­s pero el escrito es clave. Para las catas, me entrené con la gente de CAVE y con Valeria Gamper, la otra participan­te argentina, y Matías Chiesa, que está haciendo el Master of

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