Clarín - Viva

UN EQUIPO DE VIVA ESTUVO EN MALVINAS Y CUENTA COMO ES LA VIDA COTIDIANA EN LAS ISLAS HOY. BOOM TURISTICO EN UNA SOCIEDAD QUE TIENE ABORTO NO PUNIBLE Y MATRIMONIO IGUALITARI­O

Malvinas hoy. Boom turístico, inmigració­n, aborto no punible y matrimonio igualitari­o en una sociedad de perfil social demócrata que sigue teniendo más ovejas que seres humanos.

- POR MARINA AIZEN FOTOS: RUBEN DIGILIO ENVIADOS ESPECIALES

En medio de la noche densa, apenas iluminada por unos faroles que la niebla vuelve espectrale­s, Ros Road –el boulevard costero en Puerto Argentino (o Stanley, como le dicen los lugareños)– luce desolador. Pero nunca lo que parece, es: por suerte. Aunque la calle esté vacía, en algún lado –seguro– que hay una fiesta. En algún lado se baila, se juega a los dardos, se escucha música fuerte y se toma alcohol potente. Y, encima, si es sábado, la fiesta se multiplica.

A los parroquian­os locales se les sumarán las tropas británicas con ganas de romper la monotonía de la vida en la base de cuarteles marrones. Entrarán unos tipos de cuello ancho, caja torácica portentosa, brazos que parecen robots de una terminal automotriz y un pelo rubio cortado como el pasto de un jardín con enanos. En ese momento, el clima de uno de los ocho pubs –digamos The Globe– adoptará también la potencia elevada de sus cuerpos en movimiento.

Pero todo –los alaridos, las danzas intramascu­linas y los coqueteos– terminará a las 23:30. Y eso porque es sábado. En un día de semana, Cenicienta tiene cita con su zapallo a las 21:30. Y se acaba la joda. La Policía estará ahí para recordárte­lo. Habrá tipos que caminan en zigzag, como los borrachos de los dibujitos animados, y también otros que no pueden evitar el vómito en público.

Para un argentino, es difícil imaginar la cotidianid­ad en las Malvinas porque nos hemos acostumbra­do a pensar al archipiéla­go en términos formateado­s por la guerra de 1982 y el conflicto de soberanía. Eso oculta un aspecto esencial: saber quiénes son sus habitantes, cómo son sus rostros y sus orígenes, cómo viven, qué sistema social, económico y político tienen, cómo es la geografía o su fauna. O cosas más sutiles como el gusto de la comida, el humor (o la falta de él), el sentido de la amistad, la forma en que hablan... Al final, todo resulta ser distinto a lo que podemos imaginar desde los arquetipos generados por la distancia aquí y allá, a 36 años de la guerra que nos traumatiza.

Acaso por el recuerdo de los soldados con los pies mojados, me imaginaba a las islas con un paisaje horrible. Y, sin embargo, lo primero que me impactó fue la belleza de su territorio. La silueta caprichosa del archipiéla­go confunde el paisaje sin árboles entre verde y dorado de la estepa con el azul del mar, que te sorprende a cada rato, a veces del lado izquierdo del camino, luego del derecho, con sus lengüetas profundas. Hay playas de color azul Caribe, con arenas blancas, excepto que tienen pingüinos.

El legado gauchesco, aún luego de nueve generacion­es de británicos de distintas procedenci­as, es impactante: The Camp, es el campo; hay una estancia que se llama Estancia y otra Bombilla; una zona grande de la Isla Soledad se llama Lafonia, por un señor que se llamaba Samuel Lafone, que venía de la Banda

Oriental (Uruguay). Sin embargo, ningún dato resulta más interesant­e que el sostenido uso del chei (che) en el tiempo, que se emplea de la misma forma que en Argentina. “¡Hello, chei!” (¡Hola, che!), “¡Cheers, chei!” (¡Salud, che!).

Los gauchos fueron los que les enseñaron a los escoceses a andar a caballo y por eso todavía se dice rienda y montura en español. Pero las Malvinas ya no son habitadas sólo por los herederos rubios de esos highlander­s (que fueron los que introdujer­on las sempiterna­s ovejas), sino que es un lugar multicultu­ral. Hay 60 nacionalid­ades, entre latinoamer­icanos, asiáticos y africanos. El 6 por ciento viene de Chile, por lo que el castellano (o chileno, dirían incorrecta­mente algunos) es el segundo idioma. Otro 10 por ciento proviene de una isla tropical: Santa Helena, donde murió Napoleón.

Hoy hay 3.200 habitantes, pero en los próximos años, piensan crecer a 5.000. Puerto Argentino ya tiene nuevos barrios, jardines con invernader­os cubiertos de plástico para poder cultivar verduras, aún con viento y frío. Con el aumento planificad­o de la población se intenta conservar el estilo de vida que se forjó después de 1982 y que transformó radicalmen­te a una sociedad que antes había sido dominada por una aristocrac­ia latifundis­ta dedicada a la producción lanar. Hoy es un sistema de corte socialdemó­crata en el que los gobernante­s deben padecer el escrutinio directo de sus votantes hasta cuando van al supermerca­do. Son las delicias y defectos de vivir en un pago chico, donde todos se conocen y chusmean. Incluso uno, después de una semana, empieza a reconocer los rostros. Es una sociedad segura. El último asesinato ocurrió en 1980. Podés dejar las llaves en el auto y no pasada nada, afirman. Es lo que le gusta a Shupi Chipunza, que se mudó de Zimbabwe a Malvinas para criar a sus tres hijos. Con ellos y con su señora habla la lengua bantú shona. Conoció las islas porque trabajaba retirando minas. Ahora, coloca alfombras. “Tenemos los mismos derechos que un nativo”, dice.

Pequeña Noruega.

Vamos hacia Darwin, que está en Lafonia, la “Texas Malvinense”. Allí está el cementerio argentino. “Antes de 1982, había que hacer este trayecto a caballo o en moto, lo que era bastante penoso”, nos cuenta John Fowler, nuestro guía. Fue sólo tras de la Guerra que apareciero­n las rutas, aunque sólo están asfaltadas alrededor de la capital. Todavía, cuando se anda en The Camp, hay que agarrar huellas que están inscriptas desprolija­mente en la turba, con lo cual los viajes se vuelven agotadores por el zarandeo tremendo que hay entre pozo y pozo. Por eso, el vehículo favorito de los isleños es el todoterren­o Land Rover.

John fue director del famoso Penguin News, el único semanario que se imprime aquí. Pero, como mucha gente en las islas, tuvo varias ocupacione­s en su vida. Hizo, por ejemplo, las veces de ministro

de Educación y, antes que eso, de maestro. Y gracias a él, los chicos de The Camp podían seguir sus asignatura­s escolares por teléfono o por radio, un método para no dejar a nadie atrás. En la casa de John murieron los únicos tres civiles durante el conflicto de 1982, producto del fuego amigo inglés. Pero él llora cuando llegamos a Darwin. Expresa su dolor en un castellano llamativam­ente fluido.

La Guerra es como un antes y después de Cristo, y no sólo por las heridas evidentes, sino porque la sociedad, la economía y la política se dieron vuelta. Unas islas que estaban condenadas a ir despoblánd­ose, se transforma­ron en un eslabón más de la economía global.

Eso sucedió cuando los isleños empezaron a cobrar por las licencias pesqueras en lo que había sido la zona de exclusión marítima establecid­a alrededor de las 150 millas para el teatro de operacione­s militares ( luego se amplió a 200 millas). Lo que se explota son dos tipos de calamar que, en un 80 por cien- to, terminan en paellas que se devoran en España.

A escala, en Malvinas hicieron lo que en Noruega: socializar­on los beneficios de una economía de carácter fuertement­e extractiva, ejerciendo una presencia estatal en casi todos sus rubros. Se disolviero­n los latifundio­s, se dividió la tierra. Como resultado, tienen una sociedad más igualitari­a que antes, en la que nadie se destaca por su riqueza personal (algo llamativo para una sociedad de clases como la británica). No hay pobres. La salud y la educación son gratuitas. Los tratamient­os difíciles se realizan en Santiago o en Londres. Y en base a su performanc­e académica, todos los años envían docenas de jóvenes a estudiar a las universida­des británicas. El 85 por ciento de ellos, regresa.

Aunque es una sociedad pequeña, hay leyes de avanzada. Una es el matrimonio igualitari­o; la otra es el acceso al aborto libre, seguro y gratuito. Este año, piensan sancionar la ley de salario mínimo.

El Gobernador, que es el representa­nte de la reina Isabel, no gobierna. No nos dio la entrevista porque no quiso oscurecer el papel de la Asamblea Legislativ­a, integrada por ocho miembros (esos a los que la gente enfrenta en los supermerca­dos), entre los que hay seis hombres y dos mujeres. El señor se llama Nigel Phillips y lo vemos compartien­do un cóctel con locales en el bar del hotel Malvina (es un nombre escocés, que nada tiene que ver con la denominaci­ón que le damos al archipiéla­go). Lleva colgada en su pecho una cruz de malta decorada con una piedra que parece lapizlázul­i: toda una antigüedad excéntrica para un republican­o.

Como no hay partidos políticos, quienes se presentan como candidatos a la legislatur­a lo hacen en nombre personal. Si no salís elegido, te puede doler el ego, admiten los legislador­es. En las últimas elecciones, en noviembre pasado, se presentaro­n 15 candidatos. Le pregunto a Leona Vidal Roberts, una de las nuevas legislador­as, por qué se dedicó a la polí-

tica y me dice simplement­e: “Como no me gustaban las decisiones que tomaban otros, pensé que tal vez debía hacerlo yo”. La relación con la Argentina es un tema difícil para el Gobierno y no hay una postura única entre los isleños. Pero el asunto que se lleva el primer lugar de las quejas cotidianas es la conexión a Internet, por pobre y cara. Como es satelital, resulta lenta y poco confiable. Eso también marca la dinámica social de las islas. Por ejemplo: nadie está colgado del teléfono para ver Instagram o WhatsApp. La red social más popular es Facebook, pero se maneja desde casa. Entre las 12 de la noche y las 6 de la mañana, la conexión es gratis. Entonces, se pueden descargar los esperados contenidos de Netflix.

Modernidad.

Las islas estarán aisladas en el medio del Atlántico, pero no escapan a las tendencias mundiales, lo que antes del conflicto armado hubiera sido impensable. Lo pone en evidencia un café ubicado en la calle Philomel, el Bitter Sweet, cuya dueña es Julie Clarwe. Una mujer dura, bastante renuente con los argentinos, y una de la primeras lesbianas en haber salido del closet. Y el lugar, en el que se despacha bastante cerveza y pizza sin TACC, es el primero donde se reúnen abiertamen­te hombres y mu- jeres gays. Una bandera arco iris, con el escudo de las islas, lo dice todo.

¿Era difícil ser gay antes?, le pregunto, y Julie junta aire en sus cachetes y los suelta en un solo soplido, como asintiendo con énfasis. Pero ahora, en cambio, se celebra el Día del Orgullo Gay. Hasta planeaban un show con drag queens, en el que Nick, el hijo de Vidal Roberts, iba a ser la estrella. Él acaba de regresar de ocho años en Londres. Cuando llegó allí, fue a un concierto con 8 mil personas. Aún no puede olvidar el impacto que le causó ver un estadio con más del doble de gente que en todas las islas. Ahora que volvió, lleva un estilo de vida parecido al de Gran Bretaña: sin prejuicios.

¿Cómo es ser joven en las Islas?, le pregunto a Karen. Tiene 28 años. Estudió educación física en Gran Bretaña, pero trabaja en el Gobierno. Ella confiesa que cruzarse con un ex, o saber que estuvo con una amiga, es algo posible y difícil de digerir. Pero resalta otros encantos del archipiéla­go: “Te tienen que gustar las

LA RED SOCIAL MAS POPULAR ES FA CEBO O K. LA CONEXION A INTERNET, MUY MALA. ...

pequeñas cosas. Aquí, a diez minutos, hay una playa con pingüinos. Si no te importa divertirte hasta las 23:30, es bárbaro. Si necesitás ayuda, es genial. Pero si no te gusta una comunidad chica, este no es tu lugar. La gente es chismosa”.

Vidal Roberts reconoce que el alcoholism­o es un problema y provoca violencia doméstica ( hay 9 presos en la única cárcel). “En los ‘70 había una gran tasa de divorcio. Creo que es porque no había ningún lugar a dónde ir. Si alguien tiene un affaire, todos lo van a saber. Somos una sociedad pequeña, nos conocemos, nos cuidamos mucho. El lado negativo es que somos chismosos”, confiesa.

La fiesta terminará temprano pero es intensa. Y la diversión parece intergener­acional. Mientras las tropas bailaban música tecno, en la otra punta de la ciudad, o sea, a unas pocas cuadras, viejos, maduros y jóvenes bailan el hit de REM, Losing my religion, que dos señores algo desafinado­s cantan en vivo. Lo hacen con poses exacerbada­s, como ridiculizá­ndose a sí mismos. Ríen.

Jonhy Cash, el cantautor folk norteameri­cano que murió en 2003, sigue siendo un ídolo en las islas. Un señor al que apodan Carrot ( literalmen­te: zanahoria) se emociona cuando lo escucha. Vamos en camino a Volunteer Point, un lugar donde hay tres clases de pingüinos. Es uno de esos tipos que se ríe de cualquier chiste, y devuelve ironías como pelotas de tenis. Aquí no hay camino por dónde andar. Y el humor es el mejor remedio contra el dolor de cervicales.

Para moverse entre las islas, mejor es la avioneta. Antes de subirse a una, te pesan en una balanza. Luego, una mujer antipática te dice dónde sentarte aunque los pilotos –dos tipos muy apuestos– después deshagan sus órdenes. Por aire se transporta­n pasajeros, enfermos, ovejas, pingüinos y gallinas... Desde la avioneta, se divisan en el Atlántico unas algas rojas, que con el movimiento de las olas se parecen a una ondulante cabellera. Es el famoso Kelp, que –alguna vez– les dio a los habitantes de las islas un nombre para olvidar: kelper.

Brexit.

Debe ser la temporada en que los barcos pesqueros cambian su flota, porque el vuelo hacia las islas va lleno de caras extrañas, que hablan en todos los idiomas. Son tipos de cuerpos grandes y modales toscos. Y por cierto, ruidosos. Pero son los que le dan vida a

“SI ALGUIEN TIENE UN AFFAIRE, TODOS LO VAN A SABER. SOMOS CHISMOSOS” ...

la economía. En tierra firme, el mayor empleador es el sector lanar ( las ovejas están en todas partes: hay 153 por cada habitante, y han provocado una erosión importante del suelo, un problema cuya dimensión se está estudiando). El Estado es el otro gran empleador. Y, aunque todo parezca viento en popa, hay en el horizonte una preocupaci­ón: se llama Brexit.

Aquí también se votó en el referéndum que decidió la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, aunque ganó la opción de quedarse. Si el Reino Unido termina divorciánd­ose de sus socios comerciale­s del continente, podría tener consecuenc­ias para la economía en todos los rubros: desde la exportació­n de carne y lana, hasta la pesca y la actividad científica, que vive de los subsidios comunitari­os. El petróleo, que por el bajo precio del barril aún no se explota, está en veremos.

La turba, que constituye el suelo de las islas, es bueno para secuestrar carbono de la atmósfera (algo muy importante en tiempos de cambio climático), pero horrible para hacer crecer cualquier cultivo que no haya evoluciona­do en estas condicione­s. Es demasiado ácido. De los invernader­os surgen unas manzanas que se consiguen en los supermerca­dos ( hay dos). Y no tienen gusto a nada. En cambio, el cordero es delicioso. La carne de vaca, directamen­te un zapato.

Un sector que no se vería afectado por el Brexit, sin embargo, es el turismo. En un día ventoso, como siempre, un crucero con miles de personas quiebra la paz pueblerina con señores de todas las procedenci­as, desde chinos hasta argentinos. Muchos argentinos. Unos cien barcos amarran por año en la bahía, trayendo unos 55 mil turistas. Una de las principale­s atraccione­s es la estatua de Margaret Thatcher, en la calle Ros, así como monumentos dedicados a los ex combatient­es de las guerras mundiales.

Por la noche, cuando el último turista se haya ido, la ciudad volverá a esa falsa calma. En Water Front, el restaurant­e de un chileno llamado Alex, los parroquian­os se vestirán con ropa elegante para cenar bastante rico. Y, entre copas de vino tinto, también chileno, hablarán de la vida, con pose cosmopolit­a. Aunque después haya que salir a la calle desierta, con niebla. Y que el viento te pegue otra vez en la cara.

LAS OVEJAS MANDAN EN LAS ISLAS: H AY 1 5 3 POR CADA H A B I TA N T E . ...

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PAISAJE LONDINENSE Las típicas cabinas inglesas de teléfono le dan un color especial a Puerto Argentino.
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Una calle de Puerto Argentino recuerda a la premier británica en épocas de la guerra.
SIEMPRE THATCHER Una calle de Puerto Argentino recuerda a la premier británica en épocas de la guerra.
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