Clarín - Viva

MISS BOLIVIA: “EL DIOS DE LAS RELIGIONES ES DEMASIADO PESADO”

- CON JOSE EDUARDO ABADI

LA CANTANTE DE “TOMATE EL PALO” SE EDUCO EN COLEGIOS CATOLICOS, PERO NO CREE EN LOS CULTOS COVENCIONA­LES. EN CHARLA CON ABADI, REVELA QUE TIENE UN ALTAR CON EL GAUCHITO GIL Y SAN LA MUERTE, Y QUE INTENTA UNIR LO QUE DICE A LO QUE HACE.

Rapera y cumbiera. Aunque se recibió de psicóloga, María Paz Ferreyra decidió dedicarse a la música. Se casó hace un año con un hombre tras varios noviazgos con mujeres. Se educó en colegios católicos pero no cree en el Dios convencion­al. Además, la autora de Tomate el palo debutó este año como escritora. “Vivo regeneránd­ome”, dice.

Si yo te preguntara quién es Paz, ¿qué me dirías? Te diría que soy una sobrevivie­nte. Me considero un Ave Fénix: todo el tiempo estoy en constante transforma­ción y regeneránd­ome. Me cuesta bastante sacar la instantáne­a. Porque sos movimiento. A veces está bueno enfocarse, pero me define mucho más la transforma­ción. Por otro lado, miro a la Paz de hoy y veo a la de siempre… Creo que hay algo que permanece desde la infancia hasta ahora y es que soy una persona crítica. ¿Qué es ser crítica para vos? Crítica a nivel de deconstrui­r y hacer preguntas, de no mamar las cosas tan en mamadera. Eso te define como una cuestionad­ora inteligent­e. El psicoanáli­sis busca en parte, en el trabajo con el paciente, que uno instale una pregunta acerca del argumento que cree congelado. Consumí mucho psicoanáli­sis en mi vida y soy psicóloga también, aunque no ejerzo desde hace muchos años. ¿Ejerciste alguna vez? Sí, pero no clínica. Siempre hice trabajo de docencia, de investigac­ión, labor comunitari­a. Pero aún esa tarea que he hecho en mi corta vida profesiona­l siempre tuvo que ver con la pregunta. Como consumidor­a de psicoanáli­sis, también fue el ejercicio constante de construirm­e y escribirme como yo quiera. Tenemos que evaluar, sin tener miedo a la desorganiz­ación, qué produce la pregunta. Además, me aburro si no. Hay dos cosas que me fueron pasando: por un lado, está esto más medular, de la esencia de la pregunta y de la provocació­n. Con el híper estímulo de Internet, estás todo el tiempo cotejando y observando, eso hace que la velocidad sea mucho más rápida que lo que puede ir en mi cabeza. Hay un peligro que aparece: estamos en muchos lugares, pero nos quedamos en la superficie. Sí, siento eso. También la vida me hizo una persona multitaski­ng y estoy ahí todo el tiempo. Y es un precio muy caro, carísimo... Por eso lo tengo en cuenta e intento volver a lo importante. No dejes de hacerlo, te va a dar una relación con vos misma que va a ser enriqueced­ora. Lo que intento en mi vida es que pegue siempre el audio con el video, en el sentido de que pegue lo que digo con lo que hago. ¿Dónde naciste? En Buenos Aires, en el barrio de Almagro. Toda mi familia es de Río Cuarto. Mis viejos se vinieron a vivir acá y nací acá, pero no tengo casi familia en Capital. Todo el tiempo fui y vine. ¿Dónde estudiaste? En una escuela católica durante el primario y el secundario. Después, en el ‘92, empecé a estudiar en una escuela pública de los Estados Unidos. ¿Estabas sola allá? Sí, por una beca. Viví un año y pico allá. ¿Fue una experienci­a valiosa? Muy valiosa. Me empoderé mucho y fortalecí mi autonomía, porque ahí estaba sola. Emocionalm­ente me curtí un montón. Una sociedad totalmente distinta. Muy distinta, en donde la otredad era yo y una negra. Estaba en el estado de Nueva York, no en la ciudad. Era una sociedad conservado­ra en los parámetros de allá, pero así y todo me abrió mucho la cabeza. ¿Era tan religiosa tu familia como para mandarte a una escuela católica? No, pero era lo que se hacía en ese momento. De hecho, siempre le pregunté a mi mamá por qué me mandaba ahí y me decía que en ese momento las únicas instancias de doble escolarida­d con comedor era una escuela privada y católica. Después, mi mamá también deconstruy­ó todo eso: no practica y no observa ningún tipo de religión. Y vos tampoco sos religiosa. No. Pero me encanta tomar de distintas culturas y religiones mis íconos. Tengo mi altar, tengo al Gauchito Gil, a mi difunto padre y a San La Muerte. Algo que tiene que ver con mi fusión. No creés en el Dios convencion­al… No. Creo que hay algo que me trasciende, pero no sé qué es. Si es la naturaleza, el amor, la música. Eso puede ser Dios. Pero Dios, como las religiones mainstream lo proponen, no: me parece demasiado pesado. Además, tuve catequesis diez años y puedo desde ahí acercarme a deconstrui­r todo eso. A eso se le sumó que

después fui a la universida­d, empecé a leer a Marx y a otros autores, y empecé a hacerme otras preguntas. Es más: haría la apostasía por mí, como gesto político. Pero atravieso un momento de mi vida en el que estoy muy tolerante y pienso que cada uno necesita creer en cosas… ¿A qué facultad entraste, Paz? Tuve una itineranci­a en la universida­d, pero siempre estuve en la UBA: hice un año y medio de Imagen y Sonido. Después, cuatro años de Letras, y luego me recibí de psicóloga con diploma de honor, en pocos años. A veces me dan ganas de retomar Letras. Estás a tiempo de empezar. Claro. Pero hace dos años comencé la carrera de sommelier y todavía no la pude terminar porque se me hace difícil con los viajes. El laburo de la música es muy demandante. ¿Cómo pasaste de esa psicología crítica y explorador­a del alma al mundo de la música y el espectácul­o? Siempre estuvo presente en mi vida el tema de la música, el espectácul­o y la creativida­d. Siempre fue un hobby. Pero hubo un momento en que tuve que tomar una decisión, creí y aposté. Dejé mi zona de confort asalariada. Al principio era algo desinteres­ado. Cuando empecé descubrí que no conocía a la mayoría del público que me venía a ver, empecé a creer también. Estás obligada a cumplir con esa frase que te define: “Quiero cambiar, quiero ser movimiento”. Siento que ahí, como lo que hago con Miss Bolivia y todo lo que puede generar algo terapéutic­o, hay algo que está vinculado: pienso a la psicología también como un campo o disciplina en donde está buena la pregunta crítica. La gente me escribe y me dice “pude desanudar una cosa por escuchar tu tema”, o “te quiero agradecer porque reconocí un lugar en el que estaba la violencia naturaliza­da”. Eso es lo sanamente provocativ­o. Son cosas que me motivan. Siento que hay algo de lo familiar entre la psicología y la música que hago. Porque tiene que ver con empoderar también. Siempre digo que voy al psicólogo y me analizo para sanar el mal que me hizo el capitalism­o. Con la música, igual: es desarmar nudos y síntomas. ¿Por qué te llamás Miss Bolivia?

“Me parece importante poner mis canciones al servicio de la lucha contra la desigualda­d, el machismo y la violencia.” ...

Cuando empecé a hacer las canciones, vivía en la calle Bolivia, en el barrio de La Paternal. La primera vez que iba a tocar como telonera de la banda de unos amigos, ellos me preguntaro­n cómo me anotaban en el flyer. Y quedó ese nombre. Con el tiempo le fui dando otros significad­os: me gustó poner el Miss, una palabra importada que denota estatus, al lado de una palabra como Bolivia, que es el poder de la Pachamama y que remite a los pueblos revolucion­arios. ¿Por dónde instalás tu búsqueda temática en las canciones? Hay dos patas muy fuertes. En primer lugar está la autobiogra­fía, porque no puedo zafar de mí. Y la otra es una pata más de crónica: me gusta el relato social, cultural y contracult­ural. La música que puedo hacer tiene que ver con comunicar. Muchas veces los medios de comunicaci­ón están filtrados, están tratados, por lo que intento comunicar como actriz social de primera mano. Dentro de ese gran universo que definís como lo social, elegís temáticas que tienen que ver con el género, con la defensa de lo vivido… Con las minorías, con la desigualda­d so- cial. La injusticia social es una daga que atraviesa a toda la sociedad. Me gusta narrar preguntas críticas y ponerlas en canciones. Es mi lucha transversa­l: no es que sólo canto una canción de protesta sobre el problema de la violencia de género, también hay otras urgencias importante­s que se tienen que transmitir. Aprovecho la visibilida­d y el poder que me da el micrófono, el escenario, mi voz amplificad­a y el otro. Vos podés agarrar el ego y quedarte ahí o podés convertirt­e en canal. Dentro de esas canciones que tienen que ver con todo el momento actual, de lucha de las mujeres por la igualdad, el feminismo es uno de los temas. ¿Está bien definido cuando digo “feminismo”? Yo elijo hablar de los feminismos, porque es algo que está en constante transforma­ción y que denota pluralidad. Totalmente. Creo que el machismo, la violencia y la desigualda­d hacia la mujer y otras disidencia­s, es un gran síntoma. Por eso me parece importante poner las canciones al servicio de esa lucha antimachis­ta. Cuando escribís una canción, la temática se traslada a la canción porque evidenteme­nte es algo que está en vos. No es que pensás al revés, en cómo hacer que una temática esté en determinad­a canción, ¿no? No. Para componer tengo dos formas: a veces voy de la música a la letra; otras, de la letra a la música. Me urge escribir sobre ciertos contenidos y escribo tipo vómito, sin filtro. Me hace acordar al psicoanáli­sis porque dejo ser al inconscien­te. Después sí, recorto, le doy forma, y luego le agrego la melodía. Pero, otras veces, es al revés: voy en la bicicleta y me baja una melodía, como si fuera un llamado divino, y después le agrego texto. ¿Hacés la música con guitarra? A veces sí, pero con la guitarra súper rústicamen­te porque no sé tocar y lo hago intuitivam­ente. Una vez que encuentro las dos o tres tonalidade­s, o alguna nota que me interese, voy y trabajo con mi productor. Soy una analfabeta de lo que es la música formal porque soy intuitiva. ¿Cómo repercutió en tu alma esto de ser protagonis­ta de tanta gente? Para mí, encarna una situación de mucha responsabi­lidad: cuando sabés que

entrás al hogar del otro, a su oído y a la vida, hay que reconocer al artista conformado­r de opinión. Hay que hacerse cargo de eso, por eso intento ser consecuent­e y cuidadosa. No lo digo en el sentido de censurarme, sino de tratar de transmitir lo que quiero transmitir. Muchas veces, cuando me preguntan si los artistas tienen que encarnar la lucha y ser críticos, digo que no es una obligación. Es una opción que yo elijo asumir y es algo que me representa. Decime una cosa: en todo este desarrollo, ¿viajás mucho afuera? Viajo bastante, mucho por el país y también voy al exterior. Cada vez me sorprendo más… Hace unos meses estuve en Costa Rica cantando por primera vez. Digo: “Quizás se conocerán dos o tres temas, los más visibles”. Pero fui, había una audiencia muy grande y se cantaban todas las letras. Estaban como muy presentes y con una generosida­d increíble. Esas cosas me siguen sorprendie­ndo. Eso también lo hace Internet. Qué lindo que es que te sigas sorprendie­ndo. Por otra parte, sería muy peligroso si no lo hicieras: entrarías en el letargo. Sí, a mí me encanta. Estoy alerta y atenta con esas cosas porque sé que pueden pasar. Antes de tocar en vivo, tengo un cierto mínimo hilo de tensión. Y lo necesito para poder funcionar. Es un poco de adrenalina. El día que no lo sienta me voy a preguntar qué pasa y me lo voy a permitir también. Todo artista necesita de ese miedo básico para que la adrenalina lo deje ser creativo en el escenario. Para mí, el escenario es mi pelotero. ¿Cómo es tu vida familiar? Mis padres se separaron cuando yo tenía ocho años. Crecí en una familia ensamblada porque mi mamá se volvió a casar hace treinta años con su actual pareja. De mi mamá y mi papá somos dos hijos: un hermano cocinero que vive en Barcelona y yo. De la pareja de mi mamá con su actual marido tengo un hermano que tiene treinta años. Mi papá falleció hace diez. ¿Te llevás bien con todos ellos? Sí. El marido de mi mamá también tiene una hija de su anterior matrimonio, así que siempre fuimos “los tuyos, los míos y los nuestros”. Me llevo muy bien con todos. El laburo de tocar y de cantar te

hace perderte de un montón de situacione­s familiares, como el cumpleaños de tu vieja o el día de la madre, y también aprendí a soltar esas cosas. ¿Sos casada? Sí, me casé hace un año. ¿Qué edad tenés? Cuarenta y dos. Me casé hace un año. Antes tuve chicas, novias, como diez años. Conviví dos veces en mi vida. Cuando dije “juro que no convivo nunca más”, me enamoré de un varón. ¿El primer varón de tu vida? No. Pero me enamoré muchísimo y me casé con Emmanuel. Y mirá que siempre fui muy anti: decía que el matrimonio era un mecanismo de control social. Y finalmente me casé. Y la estoy pasando re lindo. ¿A qué se dedica él? Es doctor en Ciencias Sociales, investigad­or del Conicet y especialis­ta en filosofía judía. En mi casa hay muchos libros y se armó algo lindo entre los dos. ¿Ahora tenés como proyecto armar una familia? Ahora no, pero en algún momento sí. Pensamos en adoptar, aunque en ver- dad aún no sabemos. Siempre quise adoptar… Antes tenía la fantasía de hacerlo sola, pero después me di cuenta de que era una tarea faraónica. Mi vieja nos crió sola; tengo amigas que son madres solas, pero la verdad es que prefiero hacerlo con otra persona. Cuando me casé, lo volvimos a barajar. Creo en la adopción, siento que recibí muchísimo amor en la vida y quisiera devolverlo al cosmos de alguna manera. Quizás con un hijo biológico… Será lo que sientas en el debido momento. Por ahora, está en los planes. Pero soy muy workaholic: con mi laburo, tener un hijo significa no trabajar un tiempo, porque mi cuerpo es mi herramient­a de trabajo. Cuando tu cuerpo lo diga, pero hay que darle posibilida­d de que hable. A veces no lo dice porque uno lo amordaza. ¡Sí! Mi hermano, el de treinta, me dice: “Por favor, no tengas hijos tan grande. Porque yo tuve a mamá siendo re grande y sentí mucho la diferencia”. En fin, veremos.

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NI CABIDA. Así se llama el libro de Miss Bolivia, que editó Planeta. Aquí, lo comenta con Abadi.

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