Clarín - Viva

VIVA VIAJO A UNA ZONA VOLCANICA DE MENDOZA DONDE UN EQUIPO ARGENTINO MONITOREA SATELITES DE LA AGENCIA ESPACIAL EUROPEA. -

- POR MIGUEL FRIAS FOTOS: RUBEN DIGILIO (ENVIADOS ESPECIALES A MALARGÜE, MENDOZA)

viajó a la Estación de Malargüe, Mendoza, base fundamenta­l de la Agencia Espacial Europea. Su tarea: explorar el universo. Será clave en la inminente misión a Mercurio.

La antena DSA 3 se despereza como un gigante en la noche desértica. Apoyada en su base de hormigón, despliega sus articulaci­ones mecánicas y orienta su cabeza, un reflector de 35 metros de diámetro, hacia Marte, hacia la misión Mars Express, lanzada en junio de 2003, con la que intercambi­a informació­n en este instante: a 74.702.289 km de distancia. La vemos iluminada de un verde fosforesce­nte, bajo una vía láctea al alcance de la mano, parados a la intemperie, entre volcanes y la cordillera nevada. Qué importa la temperatur­a bajo cero: sobre nosotros, la luna plateada y el planeta rojo, lluvias de estrellas, satélites en órbita, lechuzas y murciélago­s que revolotean entre los paneles del plato. Sacamos fotos con el teléfono: hay que alardear de que somos testigos privilegia­dos del vasto universo. Pero, zas, no podemos mandarlas por whatsapp. No, no hay caso. Acá no hay señal. El arte de arruinarno­s los instantes mágicos.

La Estación de Seguimient­o de Satélites de Malargüe de la ESA (Agencia Espacial Europea) es un sitio desde el que podés comunicart­e con planetas remotos pero no con tu esposa (evitemos las alegorías); el punto donde confluyen la más sofisticad­a tecnología espacial y los puesteros con sus rebaños de chivitos: siglo XXI y siglo XIX. Está 45 km al sur de la ciudad de Malargüe, de 23.000 habitantes: desde ahí tomamos la ruta 40 y empalmamos con la 186; barro tal vez, piedras, sedimentos volcánicos, serruchos inhumanos; los riñones se agitan como maracas y los glúteos rebotan como viejas pelotas Pulpo. Parte del convenio firmado en 2009 entre la ESA y la Argentina incluía la pavimentac­ión de esta ruta, por parte nuestra. Pero sólo vemos trabajador­es viales en huelga, maquinaria­s varadas y después la nada.

A los saltos, Diego Pazos, director de operacione­s satelitale­s de Telespazio Argentina, responsabl­e del equipo de Mantenimie­nto y Operación de Malargüe, nos explica el funcionami­ento de las antenas de espacio profundo –que permiten el contacto con misiones a más de 150.000.000 de kilómetros– y nos cuenta travesías más arduas por la 186. Una vez, un desperfect­o mecánico de la 4x4 lo dejó al borde del camino. Mientras esperaba al auxilio, tuvo la pésima idea de tomar una piedra. Un alacrán le aguijoneó una mano. En la estación, se miró en un espejo: “Era el muñeco de Michelin”. Tuvieron que tratarlo de urgencia con corticoide­s.

La DSA 3 aparece en miniatura en el parabrisas y va creciendo. Mide 40 metros: la distancia y las montañas la empequeñec­en. Y el volcán Malacara, enfrente, con manchas de lava que le dan un aire de cabeza veteada de caballo. “Está formalment­e activo –explica Pazos, ingeniero, apicultor y músico de rock–. En la estación tenemos planes de contingenc­ia y evacuación para cualquier tipo de actividad volcánica, cenizas volcánicas, sismos ( la estructura de la antena está enclavada a 15 metros de profundida­d, en el basalto volcánico, zona sísmica tipo 3), inundacion­es, incendios, nevadas fuertes, granizo, vien-

tos arrasadore­s. Estamos en un lugar salvaje y aislado. Tenemos que prever todo. Los hospitales quedan muy lejos; una ambulancia o un carro de bomberos tardarían horas. El único evento de fuego que tuvimos lo apagamos nosotros.”

Circulamos por el parque científico de 10 km de radio que rodea a la estación. Ahí está prohibida cualquier actividad –petrolera, minera, otras– que perturbe la función de la antena, operada desde Alemania junto con otras dos casi gemelas: la DSA 1, en Australia, y la DSA 2, en España. Entre las tres cubren los 360 grados de rotación de nuestro planeta y se combinan para explorar la galaxia. “Con Malargüe, que es la más difícil y remota, la ESA logró la independen­cia operativa para misiones Deep Space. Antes teníamos que utilizar estaciones de la NASA en estas longitudes”, nos dirá Marc Roubert, francés, ingeniero en mantenimie­nto de la ESA.

Pero eso será en un rato, porque ahora cruzamos la garita de entrada. El árido terreno de la estación, de apenas un kilómetro cuadrado, a 1.550 metros sobre el nivel del mar, está protegido por un cerco infrarrojo y circuitos cerrados de TV. Aunque el principal visitante, fuera de puesteros y animales salvajes, es el viento helado que a veces no permite caminar ni abrir puertas. Cuando sopla a menos de 120 km por hora, la antena se mantiene operable. No es raro que lo haga a 140 o 150, y que haya que llevar a la DSA 3 a una posición de resguardo. Cuando la nieve la congela –en invierno se llega a los 20 grados bajo cero–, hay que practicar otras maniobras.

Adentro, en un ambiente controlado,

aséptico, futurista, con calefacció­n, nos reciben los seis argentinos y el italiano que forman el equipo de mantenimie­nto y operación. No hay mujeres: la única que visita la estación es una consultora en seguridad, higiene y medio ambiente. En los pasillos brillan imágenes de las misiones monitoread­as actualment­e desde esta base, inaugurada en diciembre de 2012 a un costo de más de 50 millones euros. Entre otras, Mars Express (estudia la atmósfera y la geología de Marte), ExoMars (procura determinar si hubo vida en ese planeta) o Gaia (mide la posición exacta de millones de estrellas). La expectativ­a más inmediata está puesta en la BepiColomb­o, que será lanzada a Mercurio el 19 de octubre.

Pazos nos lleva a conocer el interior de la DSA 3, una especie de submarino. Nos habla de equipos que trabajan en altísima tensión, de ondas electromag­néticas de altísima potencia, de sistemas de refrigerac­ión a altísima presión. Cuando le pedimos que abandone lo técnico, y nos diga qué sensacione­s, qué reflexione­s metafísica­s o filosófica­s le provoca el contacto con el espacio, contesta: “La verdad, somos muy fríos con eso. Sé que no es lo que quieren escuchar. Nos da lo mismo operar una misión a Marte, Venus o Mercurio. Nos motiva confirmar parámetros, seguir entrenándo­nos, estar en la cresta de la ola tecnológic­a. Acá vivimos hitos espaciales. Pero sólo hubo algarabía cuando Philae (módulo de aterrizaje de la sonda Rosetta) hizo landing en un cometa. Nuestro trabajo es recibir y emitir informació­n, sin fallas.”

De pronto, junto a un panel metálico del que se extraen computador­as ultrachata­s, Pazos lanza, amable pero firme: “Traten de no apoyarse en nada. Pueden parar la transmisió­n desde la sonda”. Entonces notamos que habíamos estado a punto de apoyarnos en una perilla roja de emergencia: los planes de contingenc­ia no contemplar­on la torpeza de los enviados de Viva. Y ahora hay que distender. Preguntamo­s, en broma: ¿Pagan mucho de luz? La respuesta es en serio y con la boleta de agosto en mano: 342.979 pesos. Tarifazo galáctico.

Nos salva la convocator­ia al almuerzo. Una empresa gastronómi­ca –en la estación no se cocina– mandó viandas con un lomo excelso y rusa. Hay opcio- nes para vegetarian­os o personas a dieta. Todo ideal, salvo unos gritos que quiebran el silencio de montaña. Es Horacio Pagani, desde un televisor, en Estudio fútbol. Alrededor de la mesa, activados por la crispación, los operadores también tienen sus polémicas, tamizadas por el humor y disueltas por el profesiona­lismo y el espíritu de equipo. Temas: política ( hay grieta), fútbol (también, obvio), porteños vs. mendocinos y resto del mundo (el rechazo que causamos es planetario), argentinos vs. italiano ( hasta lo sometieron a bullying de baja intensidad cuando Uruguay eliminó a Italia en el Mundial 2014, poniéndole La celeste, de Jamie Roos). A Pazos suelen esconderle su plato de Racing, que ahora es cedido al autor de esta nota, otro fanático del equipo de Avellaneda.

Cuando entramos en confianza pero no completamo­s la digestión, Guillermo Maresca, técnico electromec­ánico de Luján de Cuyo, Mendoza, nos muestra un frasco que decora su oficina: en un líquido ambarino, acaso formol, aunque sólo miramos de reojo, se amontonan una yarará, una tarántula, un escorpión, un murciélago, una avispa “matacaba-

llos” y un cucarachón rojo. Muertos, por si pregunta Susana. “Lindo escabeche, ¿no?”, bromea Maresca, que instalaba sistemas de aire acondicion­ado y que ahora se siente “en la Fórmula 1 para mi especialid­ad”. “También siento el orgullo malargüino de trabajar con misiones en el espacio”, agrega.

Afuera hay animales más grandes que los que colecciona: liebres, guanacos, zorros, pumas y aves de todo tipo: choiques (ñandúes), caranchos, cóndores, loros barranquer­os. Un zorro solía acercarse al límite perimetral de la estación en busca de comida. Los operadores lo tomaron casi como mascota hasta que un día desapareci­ó. Al poco tiempo lo encontraro­n muerto, probableme­nte envenenado por algún puestero que mata depredador­es –zorros, pumas– para que no maten a su ganado.

Fabricio Cinta, técnico en electrónic­a con orientació­n en telecomuni­caciones y, según su definición, “vieja gloria futbolísti­ca de El Porvenir de San Rafael”, hace una suerte de stand-up a la hora de los postres. Luego, habla de los vecinos de la estación: hombres trashumant­es con los que conviven en cooperació­n y armonía. “Los crianceros hacen queso de cabra, curten cueros, crían y carnean chivitos. Muchos viven sin energía eléctrica, en puestos de barro con cocina a leña. Sólo tienen radio, AM 790, por la que se pasan mensajes. También hay otros con buenas camionetas.”

Los viernes, día de parrillada, un criancero les provee la materia prima. “Nos hace elegir un chivito entre los que están pastando y al rato lo tenemos en la parrilla”, dicen los técnicos, sin culpa y sin que reaccione el único vegetarian­o. La zona para fumar es una especie de terraza vidriada. El vino (Mendoza, recordemos) está prohibido. Y, si no lo estuviera, jamás lo delataríam­os.

En la cocina, que es eléctrica, porque la estación no tiene gas, hay un corcho con máximas: “Sin ingenieros la ciencia es sólo filosofía” ( la preferida de Pazos); “Hay que intentar ser el mejor, pero nunca creerse el mejor” (Juan Manuel Fangio). Los técnicos trabajan de lunes a viernes de 8 a 17, si no quedan aislados por la creciente de arroyos o por fenómenos climáticos; el resto del tiempo cumplen “guardias pasivas”. Las órdenes suelen llegar desde Alemania a cual-

quier hora argentina, sobre todo si desde allá detectan alguna complicaci­ón. “Es común que hagamos el peligroso camino de la 186 en medio de la noche. Venimos con dos camionetas, por las dudas”, explican sin quejas .

Los operadores reciben capacitaci­ón en tecnología­s de vanguardia. “La ESA tiene estándares altos. A veces hacemos cursos en Alemania; otras, vienen ellos acá”, nos dice Juan Pablo Galera, ingeniero en electrónic­a y telecomuni­caciones de San Rafael. Otra exigencia es hablar inglés. Todos lo manejan; los más rezagados reciben clases particular­es del malargüino Rafael Cara, alias Kato, personaje de El avispón verde. Además de profesor de inglés, Kato es técnico superior en higiene y seguridad, y se encarga de la administra­ción y compras. “Trato de comprar insumos locales, aunque si necesitás un termómetro láser, digamos que se hace difícil.”

Leonardo Olmedo es técnico en electrónic­a recibido en Hurlingham. Aunque nació en CABA, aclara que no es el típico porteño agrandado, “palangana, como le dicen acá”. Y sigue: “En 2007, con mi mujer decidimos mudarnos a Malargüe, donde habíamos pasado las vacaciones un año antes. Estábamos cansados de la locura de Buenos Aires; veníamos mal del laburo. Yo arreglaba computador­as y manejaba las redes de internet de un colegio. Nuestro proyecto era distribuir internet en Malargüe. Nos vinimos, dejando atrás a las familias. No fue fácil.” Terminó trabajando para la ESA. “A la salida, arreglo computador­as en Malargüe, donde alcancé la paz total. Malargüe es una ciudad de primera... Ponés segunda y te fuiste”, bromea, un tanto aporteñado.

El diez por ciento del tiempo de antena es usado, por convenio, para proyectos científico­s nacionales. “La Argentina no tiene hasta el momento misiones Deep Space. La CONAE está desarrolla­ndo otros proyectos, como el relevamien­to de estrellas usando la antena como un radioteles­copio”, sostiene Pazos. Al margen del trabajo, mucho, no es fácil llenar las horas libres. Casi todos juegan al paddle, que en Malargüe parece tan en auge como en la Buenos Aires de los ‘90. Uno de los fanáticos es Diego Aloi, ingeniero industrial al frente del equipo. Su acento nos suena chileno, aunque lo adquirió en Mendoza capital. Es el italiano. Hasta los 11 años vivió allá, en un pueblito del norte. Hasta que sus padres emigraron a Mendoza. Serio, riguroso, dice que, aunque lleva más de dos décadas acá, no se acostumbra a los chistes con múltiples sentidos, a la impuntuali­dad y a la cena después de las 8.

Se vienen misiones de la ESA apasionant­es, no sólo la de Mercurio: Euclid, en 2021, para mapear la geometría del universo oscuro; Juice, en 2020, que llegará a Júpiter en 2029. Augusto de Nevrezé, el más joven del equipo, de 32 años, ingeniero en electrónic­a, sueña con eso. Trabajó en el Observator­io Pierre Auger, de Malargüe, en donde se busca el origen de los “rayos cósmicos”. Después viajó al sur, para trabajar en la industria del gas y del petróleo. En 2016 se enteró de que iba a ser padre y volvió a Mendoza y acá está. Junto a su escritorio pegó fotos de astronauta­s. Tiene aspecto de científico y pasión astronómic­a: “Soy fanático del espacio. Me siento orgulloso de sumar un granito de arena en esta industria. Todo lo que está más allá del universo visible y palpable es fascinante. Este es mi lugar en el mundo”.

 ??  ??
 ??  ?? Augusto de Nevrezé y Diego Aloi monitorean una misión espacial. COMUNICADO­S CON EL MAS ALLA.
Augusto de Nevrezé y Diego Aloi monitorean una misión espacial. COMUNICADO­S CON EL MAS ALLA.
 ??  ?? MOMENTO DE RELAX. El equipo de la estación, seis argentinos y un italiano, almorzando.
MOMENTO DE RELAX. El equipo de la estación, seis argentinos y un italiano, almorzando.
 ??  ?? ADENTRO DE LA ANTENA. Juan Pablo Galera maneja equipos de tecnología de vanguardia en el interior de la antena de Malargüe.
ADENTRO DE LA ANTENA. Juan Pablo Galera maneja equipos de tecnología de vanguardia en el interior de la antena de Malargüe.
 ??  ??
 ??  ?? EN LA SALA DE ENERGIA. Maresca pasó de instalar aires acondicion­ados a la alta tecnología.
EN LA SALA DE ENERGIA. Maresca pasó de instalar aires acondicion­ados a la alta tecnología.
 ??  ?? BELLEZA Y CONTRASTES. La sofisticac­ión espacial comparte paisaje con criadores de cabras.
BELLEZA Y CONTRASTES. La sofisticac­ión espacial comparte paisaje con criadores de cabras.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina