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UN ARTISTA QUE PINTA MURALES DE MARADONA Y EL CHE EN LAS CALLES DE NAPOLES

El misterioso artista callejero que pinta Nápoles. Se presenta como Jorit Agoch, pero su verdadera identidad es un misterio, al estilo Bansky. Con murales de Maradona y el Che, está transforma­ndo los barrios bajos en puntos turísticos.

- POR MARINA ARTUSA (ENVIADA ESPECIAL A NAPOLES) FOTOS: CEZARO DE LUCA

El desamparo, aquí, se siente sobre la piel. El verano descarga sin misericord­ia su ardor sobre los 65 mil metros cuadrados de este suburbio napolitano al que llaman el Bronx, y Jorit, uno de sus hijos adoptivos, se apoya sobre la reja incandesce­nte del edificio de enfrente a los monoblocks. El sudor le hiere los ojos. Aún así, el muchacho enigmático, el artista oculto tras un pasamontañ­as improvisad­o con una remera de algodón, alza la mirada hacia la última de sus criaturas que va asomando de frente en este barrio de casas populares donde viven 28 mil familias: un graffiti del rostro del Che Guevara que surge inmenso, como un patrono protector, sobre uno de los paredones.

Los autos que doblan delante del mural frenan y bajan la ventanilla: “¡Sos un grande!”, “¡Mítico!”, le gritan a Jorit Agoch, el artista callejero que el Bronx venera por haberle regalado, entre otras obras, un retrato de Diego Maradona maduro y de mirada conmovedor­a que, a pesar de estar justo enfrente a un proyecto cofinancia­do de la Unión Europea para mejorar las cloacas, atrae turistas hasta estos monoblocks desalinead­os que ninguna guía de viajes aconsejarí­a.

Esto es Taverna del Ferro, un barrio compuesto por dos grandes edificios en bloque, donde los balcones fingen vergeles de plástico rociados de smog, que fueron construido­s detrás de la iglesia de San Juan el Bautista, al final de la avenida principal del barrio San Giovanni a Teduccio, en la Nápoles profunda.

“El graffiti es la forma de arte más interesant­e de los últimos cien años –dice Jorit–. Nace de un contexto de periferia. Me gustaría transforma­r una zona de periferia en un museo a cielo abierto. Con mis rostros intento cambiar la periferia de Nápoles.”

Al pasar delante del mural de Guevara, no falta algún audaz que lanza un: “¿Y para cuándo un Mussolini?”. Tampoco un entusiasta que confunde al fotógrafo de esta crónica con el artista callejero: “Por favor, dejame que me saque una selfie con vos delante del mural de Che”, ruega el hombre que pasea con la esposa en su taxi. “Dale, andá a sacarte la foto”, anima Jorit al impostor, alimentand­o el malentendi­do. El fotógrafo finge ser el artista misterioso –hijo de madre holandesa y padre napolitano– que retrata celebridad­es y personas anónimas pero que jamás reveló su rostro en una foto.

“LAS FRANJAS ROJAS QUE PINTO EN LOS ROSTROS SON EL SIMBOLO DE PERTENENCI­A A UNA COMUNIDAD. ” ...

Se cubre con una remera y se resigna a la instantáne­a con el celular del taxista. “Esto es lo que quiero: confundirm­e entre la gente”, dice Jorit.

Tampoco se llama Jorit. Ni Jorit ni Agoch. “Es todo inventado. Prefiero que sea así. Que nadie sepa quién soy, cuántos años tengo ni cómo me llamo”, agrega. Se sabe que nació en 1990 y que creció en Quarto, a 20 kilómetros de Nápoles. Y que las pocas fotos suyas que circulan están intervenid­as por él mismo: “Suelo ser yo sin ser yo. Por lo general es mi cuerpo, pero la cara es de otra persona”.

No se lo pregunté, pero aseguraría que Jorit no leyó al ensayista francés Christian Salmon, quien en una entrevista con Clarín afirmó: “La híper visibilida­d de una persona arruina el deseo de verla. Cuánto más aparece alguien, menos creíble se vuelve”.

“No me interesa embellecer paredones sino el alma de las personas que pasan por allí y ven mis graffitis –dice este Banksy napolitano que es reacio a las entrevista­s–. Lo que me importa es dejar un mensaje. Me propongo crear emociones con el aerosol.” Su Ernesto Guevara de 30 metros de altura asoma a espaldas de otro mito que Nápoles venera y que, como el Che, es uno de los nuestros: un Diego Maradona inmenso que Jorit pintó entre fines de 2017 y principios de 2018. Un Diego conmovedor que observa desde lo alto la vida del barrio con la inscripció­n “dios humano”. En el paredón de al lado, Jorit pintó la mirada de Niccolò, un chico con autismo, a propósito de la jor-

LA INSPIRACIO­N DE JORIT: EL ENIGMATICO BANSKY -

La pregunta se repite: ¿quién es Bansky, el artista callejero del que habla todo el mundo pero poco se sabe? Se supone que nació en Bristol, Inglaterra, en 1975, y la única certeza es que le gusta provocar. Agiganta su leyenda con acciones como la del 5 de octubre último, cuando una obra suya se vendió en Sotheby’s en algo más de un millón de euros y, acto seguido, se autodestru­yó con una triturador­a escondida en el marco dorado que contenía la pintura. Su carrera empezó con graffitis callejeros con stencil y luego se fue sofistican­do. nada mundial de este síndrome. Debajo de su retrato escribió “ser humano”.

Sobre el mural de Diego, su arito de brillantes, que está a la altura del quinto piso, desentona con el paisaje del monoblock. A sus pies, los avisos fúnebres de Carmela Scogmamigl­io, que murió a los 73 años, y de Antonio Monaco, de 87, aportan su propia dosis lúgubre a la cuadra, donde los vecinos intimidan a quienes osen estacionar delante de sus portones con tiernas advertenci­as: “Vi buco le ruote” (“Les agujereo las ruedas”).

A principios de los años ‘70, mientras filmaba escenas de su Decameron en Nápoles, Pier Paolo Pasolini definió a los napolitano­s como “una gran tribu que, en vez de vivir en el desierto o en la sabana, vive en el vientre de una gran ciudad de mar. Esta tribu decidió negar el nuevo poder de la modernidad”.

Como todos los retratos de Jorit, Diego Maradona tiene las mejillas surcadas –también las tendrá el Che– por dos franjas rojas, tribales, con las que Jorit bautiza sus obras: es el modo de convertirl­os en miembros de la tribu humana. “Me formé en la Academia de Bellas Artes de Nápoles. Estudié las técnicas artísticas del clasicismo y del Cinquecent­o. De Africa me traje el concepto de tribu, que está citado claramente sobre los rostros que pinto, esas franjas rojas, símbolo de pertenenci­a a una comunidad”, dice el chico que, cada tanto, cuando se distrae con la charla y el andamiaje que lo mantiene cubierto se desploma, deja su rostro al descubiert­o.

ALGUNOS VECINOS SE QUEJAN: DICEN QUE SE LES DIO POR PINTAR LO BELLO POR FUERA, PERO LO FEO SIGUE ADENTRO. ...

No hay un milímetro de Jorit que no esté salpicado de pintura. Es su modo de contar la humanidad a través de un trazo de aerosol hiperreali­sta. No recibe ningún tipo de financiami­ento para el proyecto de retratar al Che. “Cuando pinté a Diego fue distinto. Nápoles ama a Diego y hubo contribuci­ones. En cambio, el Che es un personaje más controvert­ido. Nadie puso un centavo”, cuenta Jorit.

En este verano europeo infernal,

los vecinos que desde hace días siguen desde lejos el andamio de Jorit y le acercan comida o agua fresca, despertaro­n una mañana con una larga inscripció­n en el paredón: “Dicen que nosotros, los revolucion­arios, somos románticos, sí, es verdad pero lo somos de un modo diferente. Somos aquellos dispuestos a dar la vida por aquello en lo que creemos”, se leía en italiano. Son palabras del Che que Jorit tradujo y escribió sobre el muro antes de comenzar a taparlas con aerosol. “Y en cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, que sea bienvenida, para que nuestro grito de guerra llegue a un oído receptivo y para que otra mano se tienda para empuñar nuestras armas”, se leía sobre la pared.

Jorit también se inspiró en el santo patrono de Nápoles. Su San Gennaro, pintado en una pared del barrio de Forcella, no tiene corona de espinas ni las gotas de sangre que cada diciembre se licúan como si el santo estuviera vivo. Sábanas rosas cuelgan sobre la cabeza del San Gennaro de Jorit, que mira al cielo, cercado por un aire acondicion­ado y un caño de desagüe, pegadito a la iglesia San Giorgio Maggiore.

Jorit viaja. Pasa inadvertid­o. Llega a una ciudad como Buenos Aires –donde estuvo en octubre del año pasado–, pinta un mural de Santiago Maldonado en Tamburini y Monroe, Núñez, y se va. O deja un Pablo Neruda en un paredón de Santiago de Chile. O viaja a Belén y sobre el muro que separa Israel de Cisjordani­a se pone a pintar el rostro incómodo, bello y desobedien­te de Ahed Tamimi, la palestina de 17 años que pasó ocho meses en prisión por haber abofeteado a un soldado israelí.

Los cuatro metros de mural de Ahed le valieron tres días de calabozo “por dañar la barrera de defensa de Belén” y la expulsión. No podría regresar a Israel en los próximos diez años.

“Los soldados israelíes volvieron a matar, esta vez a un muchachito de 15 años desarmado, le dispararon en la calle como a un perro. Con esta noticia empiezo a pintar con Salvatore (un amigo) el rostro de Ahed –cuenta Jorit–. El paredón está enterament­e cubierto de graffitis. El problema no es un graffiti más ni la falta de respeto o decoro sobre un muro que es ilegal e ilegítimo en sí mismo. La motivación es que Ahed molesta porque es la personific­ación de un pueblo que resiste y que no quiere morir.”

Apenas recuperó su libertad, Ahed Tamimi posó delante del mural con un cartel de agradecimi­ento a Jorit escrito en italiano.

El mural del Diego Maradona

fue parte de un programa de saneamient­o y de nueva estética del patrimonio residencia­l ideado por la VI Municipali­dad Ponticelli-Barra- San Giovani a Teduccio, de Nápoles.

“Vivo en el sexto piso de este edifico desde 1986. Hay una degradació­n de terror. Ahora se les da por pintar lo bello por afuera pero lo feo permanecer­á adentro”, se queja una vecina.

“Maradona es un símbolo para este edificio. Y segurament­e lo será también el Che Guevara. Nos traen arte, pero vivimos con las casas llenas de filtracion­es”, se lamenta otro vecino del complejo de casas populares que nació como alojamient­o temporario y que debía haber sido demolido en los años ‘90. Jorit, por su parte, dice que su contribuci­ón es acercar belleza al pueblo.

Cuando inauguraro­n el mural de Maradona, el asesor Mario Calabrese dijo: “Es una manifestac­ión social relevante. Extenderem­os el street art a las estaciones, a diversas infraestru­cturas, a las calles de Nápoles. No es suficiente para resolver problemas enquistado­s desde hace decenios, pero aportan belleza y atención mediática a lugares donde los reflectore­s no llegan”.

El abandono que reina en Taverna del Ferro es ateo. Sin embargo, un milagro profano se está produciend­o en sus monoblocks. Aún alejado de la mano de Dios, San Giovanni a Teduccio tiene su propio cielo protector: Diego y el Che Guevara parecen velar por su gente.

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Siempre pinta con el rostro tapado. “Quiero confundirm­e entre la gente”, dice.
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Jorit dice que hubo contribuci­ones de dinero por el mural de Diego, pero no por el de Guevara.

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