“HOY SE COMPRA UNA EXPERIENCIA”
Entrevista. El suizo Raynald Aeschlimann es un referente de la relojería mundial. Su mirada sobre el consumo de alta gama.
Tres besos en cada mejilla derriban cualquier prejuicio sobre el formalismo suizo de un hombre consagrado a la relojería, amante de la perfección y del tiempo medido con sobrada exactitud.
Cálido y afable, Raynald Aesclimann ( 48) es presidente y director ejecutivo de Omega, una compañía superstar en el mundo relojero. Se muestra orgulloso de formar parte de la historia de la marca (fundada en 1848) y de que, por ejemplo, el modelo Speedmaster haya sido el primero en ser llevado a la Luna o de que otros, exclusivos, hayan brillado en la muñeca del agente 007.
Es licenciado en Economía con una maestría en Administración de Empresas y se expresa con vehemencia cuando habla de sus pasiones: su trabajo y su familia. “Para ser CEO, no se trata solamente de hacer el trabajo y alcanzar el cargo; hay que compartir los valores de la empresa, porque ninguna permanece en el mercado si no está fundada en valores. Tengo en mi oficina la foto del señor Nicolas Hayek –accionista mayoritario, ya fallecido– y, aunque no somos una empresa de familia, tenemos valores que nos vinculan. No somos una compañía grande que sólo vende lujo: estamos convencidos de que debemos ayudar al mundo. Por ejemplo, en ocasión de los Juegos Olímpicos de Río, dejamos equipos de cronometraje en algunas favelas. Y esto está en nuestros valores, aunque no se trata solo de ayudar a los más carenciados sino de hacer lo que debemos de acuerdo con nuestra ética.”
Omega tiene un programa de ayuda para personas con problemas oculares –se llama Orbis– y un avión hospital en el que viajan cirujanos y especialistas. “A bordo volaron Cindy Crawford y Daniel Craig. El avión estuvo varias veces en la Argentina y últimamente en Perú, donde se practicaron muchas operaciones de cataratas”, cuenta de paso por Buenos Aires, ya que la firma fue cronometradora oficial de los recientes Juegos Olímpicos de la Juventud.
Ochenta toneladas de equipos de última generación, más de doscientos profesionales y técnicos suizos y alemanes, desembarcaron en Buenos Aires para instalar un sofisticado arsenal y capacitar a cincuenta voluntarios argentinos, destinados a operar los distintos sistemas de cronometraje.
“Omega no es un sponsor en la organización de los Juegos sino un socio que se ocupa de cronometrar todo. No podemos errar, tenemos que marcar la perfección. Compitieron más de 30 deportes y hubo nuevos como el patinaje y el break dance, para los que debimos proveer equipos específicos para ayudar a los jueces en sus veredictos”, aclara. En cada juego probaron hasta una decena de nuevas tecnologías. Por ejemplo, la famosa cámara photofinish, un equipo que se instala en la línea de meta y puede tomar hasta diez mil imágenes digitales por segundo. “La imagen de cada atleta es captada por este dispositivo y los jueces usan esta información para determinar oficialmente al campeón de cada carrera.”
Lujo en la muñeca. Los buenos relojes son –como los autos, vinos o perfumes de alta gama– los grandes objetos de deseo a los que ciertos consumidores acceden. La franja de mortales que puede darse el lujo, oscila entre el tres y el cuatro por ciento de la población mundial. A pesar de las crisis, siempre se mantiene el consumo VIP aunque su comportamiento tenga marchas y contramarchas, al compás de la moda y las tendencias que crecen en tecnología y sofisticación. El uso del teléfono celular generó un profundo cambio de hábito. La gente de este siglo mira la hora en su móvil. ¿Bajaron las ventas? No, al contrario. A las nuevas generaciones les gusta tener un reloj en la muñeca porque es una forma de representarse. Hoy no se compra un reloj para mirar la hora. Se compra una experiencia. Ya no esperamos que nos regalen. Lo compramos nosotros para que exprese cómo somos, que refleje nuestra identidad. Así como compramos la ropa, que es el modo de presentarse al mundo, los relojes revelan la identidad. Y es una paradoja. La empresa invierte en estudios para elaborar mecanismos de altísima precisión, y en general, la gente compra relojes para marcar su estilo, para tener algo en contacto con la piel, algo que nos recuerde quiénes somos. El celular es una máquina, sacás una foto, te comunicás, no es parte de uno mismo. Sólo un 4% de la población mundial accede al mercado del lujo. ¿Cómo está este mercado en Sudamérica, se sostiene? Aunque haya personas que no acceden, muchas hacen un esfuerzo; pueden sacrificar vacaciones por un reloj James Bond. En muchos casos, los relojes son una fuente de inspiración. Somos una marca que quiere inspirar, no somos una marca arrogante. Poder comprar un artículo de lujo tiene que ver con la situación en general. Hay gente que ha de satisfacer sus necesidades básicas y recién después pensará en relojes. Igualmente, ese porcentaje es un enorme potencial. ¿Está casado, tiene hijos, dónde vive? Estoy casado con la misma mujer, madre de mis tres hijos de 18, 16 y 7 años. Siempre pensé que para tener una vida equilibrada, había que construir una familia y desarrollarse laboralmente. Ese es el balance. Mi pasión es mi familia y mi trabajo, y vivo ambos con gran intensidad y equilibrio. Se trata de no descuidar la pareja; no soy un gurú del matrimonio pero cuido mi relación familiar. Vivo en Suiza, en un lugar apartado, en medio de la naturaleza; no podría establecer mi hogar en una ciudad como Nueva York, porque necesito tranquilidad. Nuestra casa está en el medio de un viñedo. Me gustan los viñedos –y no el vino, particularmente– porque cambian cada estación; brotes, uvas, hojas... Todo cambia de color. Me gusta ver cómo pasa el tiempo en ese colorido y cambiante paisaje.
LA GENTE COMPRA RELOJES PARA MARCAR SU ESTILO, PARA TENER ALGO EN CONTACTO CON LA PIEL... ALGO QUE NOS RECUERDE QUIENES SOMOS.”